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La geopolítica de la soberbia

La presencia de la pandemia de coronavirus nos da la posibilidad de razonar acerca de algunas conductas de los humanos, de las que podemos sacar algunas enseñanzas

12 de abril, 2020 - 14:10

Como nos enseñaron nuestros mayores, “el que se desayuna con la soberbia se acuesta con la vergüenza”. Y éste, parece, está siendo el caso de muchos “grandes” líderes mundiales.

Nos lo recordó el poeta romántico inglés Percy Bysshe, esposo de la más famosa poetisa, Mary Shelley, autora de Frankenstein, en su conocido poema ‘Ozymandias’.

Uno dedicado a Ramsés II –el faraón egipcio que reinó unos 7 mil años atrás– en ocasión del transporte a Londres de una de sus gigantescas estatuas destruidas por el inexorable paso del tiempo.

El poema reza así: 

“Conocí a un viajero de una tierra antigua que dijo: ‘dos enormes piernas pétreas, sin su tronco se yerguen en el desierto.

"A su lado, en la arena, semihundido, yace un rostro hecho pedazos, cuyo ceño y mueca en la boca, y desdén de frío dominio, cuentan que su escultor comprendió bien esas pasiones
las cuales aún sobreviven, grabadas en estos inertes objetos, a las manos que las tallaron y al corazón que las alimentó.

"Y en el pedestal se leen estas palabras: ‘Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes. ¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!’.

Nada queda a su lado. Alrededor de la decadencia de estas colosales ruinas, infinitas y desnudas se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas”.

Pese al paso de los siglos, y hasta de los milenios, el hombre parece seguir empecinado en seguir tropezándose en la misma piedra. Y en lugar de aprender las lecciones correctas las usa para erigir monumentos inútiles. 

Sin irnos más lejos, leemos en la prensa que el primer ministro de la Gran Bretaña, Boris Johnson, lucha por su vida en un hospital londinense después de haber dado positivo al test del coronavirus y luego de una campaña personal para minimizar su importancia. 

En forma similar, podríamos citar al presidente del país más poderoso de la Tierra, quien no tiene más remedio que aceptar la ayuda de su archienemigo, Vladimir Putin, presidente de todas las Rusias, quien le acaba de enviar los buscados respiradores para terapia incentiva. Un efecto crítico sin el cual los enfermos más graves por el virus  tienen pocas posibilidades de sobrevivir.

Pero el astuto ruso le marca el full a su par norteamericano que los mencionados aparatos han sido fabricados por empresas sancionadas por el embargo de su país.

Para citar un ejemplo regional y cercano, podemos recordar al “duro” de Jair Bolsonaro, burlándose de la “gripecita”, quien ahora ha visto seriamente recortada su popularidad y el manejo concreto de la cosa pública, tras de lo que podríamos denominar como un golpe blando dirigido por sus FF.AA., pero bajo la cobertura de su Tribunal Superior de Justicia.

El gen argentino

Por una extraña alquimia, en la que se mezcla la Historia con los favores divinos, la humilde y vilipendiada República Argentina parece estar haciéndolo no tan mal. Como para variar, las curvas de la tan temida pandemia no nos dan, por el momento, tan mal. Y esperamos que sigan así.

Tengo un amigo que cuando le pregunto por la causa, simplemente me dice que “Dios es argentino”. Aunque se niega a darme razones muy concretas.

Puesto en racional, me explica que hay algo inexplicable con nuestra Patria. Una excepcionalidad digna de mejor causa.

Por ejemplo, me cuenta que expediciones inglesas, similares a las que derrotamos en estas tierras en el Siglo XIX, terminaron conquistando al subcontinente indio, poblado por millones de seres, devotos todos ellos de culturas milenarias.

Bueno, tenemos el ejemplo cercano de la Guerra de Malvinas, en la que le infligimos serios daños a la segunda flota del Mundo no solo con aviones ya veteranos y con bombas diseñadas para romper pistas de aviación y no barcos.

Es más, en una ocasión le neutralizamos un poderoso destructor con un misil Exocet montado sobre un carretón tirado por un tractor y guiado por un radar de uso terrestre.

Resumiendo, habría un gen argentino, bien criollo, que privilegia la improvisación y que ama al desorden antes que al orden. Pero, como me sigue explicando, “el caos es un orden que todavía no entendemos”.

Extrapolando esta curiosa teoría me pregunto qué podría pasar con la Argentina el día que logremos desentrañar y aprovechar esta característica nacional.

Volviendo a nuestra actual emergencia, sabemos por un lado que la situación empeora en los lugares en los que los minimalistas le quieren bajar el precio al virus, y por el otro, que es necesario mantener lo más posible la odiosa cuarentena.

Al respecto, una página de Google –el ‘Gran Hermano’ moderno– nos dice que de la lectura de los teléfonos argentinos y de sus respectivos sistemas de geolocalización, hubo un altísimo acatamiento de la cuarentena. 

Por supuesto que hubo errores, como el de haber convocado a jubilados y a los beneficiarios de los planes sociales a cobrar el mismo día, haciendo que el sistema bancario colapsara. Esto no puede ni debe volver a pasar.

Volviendo a mi amigo –el de “Dios es argentino”–, me explica su teoría de la evolución. Cita al famoso naturalista inglés Charles Darwin, quien dijo que los que sobreviven no son los más fuertes ni los más inteligentes, sino los que se adaptan más rápido a los cambios de situación.

¿Será así? No lo sé. Pero por la dudas sigamos creyendo que somos los preferidos de Dios. Pero, simultáneamente, sigamos con el mazo dando.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.