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¿Se viene la retrocultura?

Las sanas costumbres vuelven por sus fueros aunque la tecnología haga su parte en cuestiones como el “homeworking”, el papel moneda o el sistema bancario

05 de abril, 2020 - 14:21

¿Qué es la retrocultura? Muy sencillo: es un redescubrimiento del pasado y de las cosas buenas que nos tiene para ofrecer.

Se manifiesta a través de una recuperación de esas cosas buenas que muchos de nosotros, especialmente los más viejos, recordamos haberlas disfrutado años atrás. Tal como lo hicieron nuestros padres, abuelos y bisabuelos.

Nada sofisticado. Puede ser desde un formato arquitectónico de casa amplia y luminosa hasta el placer de una sobremesa, tras una comida tradicional, compartida sin prisa. 

Estos días de “confinamiento social obligatorio” han sido ideales para redescubrirlas. Han bastado unas pocas jornadas de aislamiento del Mundo Moderno para lograrlo. 

Los medios masivos de comunicación social nos vienen martillando, desde hace algunos años, con aquello de que no tenemos más remedio que avanzar, ciegamente, hacia un futuro, porque todo futuro será mejor ya que todo podrá hacerse más lejos, más rápido y a un menor costo.

Es más, agregan que hasta viviremos más para poder disfrutarlo todo en plenitud. 

Pero es la retrocultura la que avisa: "Esperen un minuto". Durante muchos años, los argentinos  vivimos en una tierra segura, sólida y cómoda, con una sociedad que supo ser, incluso, elegante.

Por ello decimos que lo que funcionó para nuestros antepasados, bien puede funcionar para nosotros, para nuestros hijos y nietos.Pero el futuro se ha tornado, de pronto, amenazador. No se parece más a Los Supersónicos, para empezar a lucir como Los Juegos del Hambre

Debemos buscar una salida. El futuro puede ser mejor que esta distopía, siempre que busquemos orientación en el pasado.

A través de un diálogo con él, podemos darle forma a ese futuro. Buscando patrones de conducta para hacer que lo que viene sea prometedor en lugar de amenazador.

Así, podremos recuperar el control de nuestro destino. Y en el proceso, de paso, podremos reunir a las generaciones en lugar de enfrentarlas a unas contra otras.

La retrocultura revierte la tendencia de lo políticamente correcto que se nos ha sido impuesto desde mediados de los años 60 bajo el lema de “Lo viejo es malo, lo nuevo es bueno".

Una consigna que ha terminado en un desastre. Pero la brutal llegada de la Peste ha bastado para romper la burbuja de la Modernidad en unos pocos días. 

Todo comenzó con la entronización del “Yo” individualista y egoísta. No es casual que los empleos destinados al servicio de la comunidad, tales como el de enseñar, el de cuidar o el de proteger, tengan hoy por hoy tan bajos salarios, mientras que los destinados al usufructo personal ganen millones. 

Nuestros mayores nos enseñaron que la felicidad provenía de disciplinar y de dominar las demandas rapaces del yo para no ceder ante ellas. La cultura antigua esperaba que las personas enfocaran sus vidas hacia afuera, que hicieran cosas útiles y que ayudaran a otras personas.

Se consideraba al "yo primero" como un signo de infantilismo, el  de un niño malcriado.

No en vano el movimiento hippie buscó, superficialmente, adoptar formas infantiles y hacer de ellas el sello de su  autodenominada "cultura juvenil".

Estaba mal ser viejo. Cualquier persona de más de 30 años era sospechosa de ser parte de una conspiración siniestra. 

Por supuesto, a excepción de los viejos gurúes que hacían su agosto con esta prédica entre los jóvenes, como Timothy Leary o Alan Ginsberg, viejos que aconsejaban: “No confíes en nadie mayor de treinta años".

Es paradójico el fracaso de esa generación. Una que comenzó con el “vive tu vivencia” o “hacé la tuya” y que cantaba himnos a la Libertad, haya terminado perdiendo casi todas sus libertades concretas.

Empezando por la libertad económica, que es la primera de todas, pues sin ella no se puede dar ninguna de las otras. 

Esto es, especialmente, cierto en el denominado Mundo Libre u Occidental, en cual hay “adolescentes” de 35 años conviviendo y dependiendo de sus padres.

O con niños que ya no solo no salen a jugar a la calle con sus amiguitos. Que ni siquiera gozan de la libertad de ir caminando, en bicicleta o en transporte público a sus respectivas escuelas, ya que todos ellos esperan ser transportados por un esforzado pool de padres o de atareadas madres.

Ni qué hablar de manejar un arma, pescar, aprender un oficio o, simplemente, encender un fuego para cocinar una presa a la que -previamente- se ha cazado y se ha eviscerado.

Poco a poco estas sanas costumbres vuelven por sus fueros. Millennials que aprenden a cultivar una pequeña huerta en los balcones de sus micro-departamentos urbanos. O vecinos del quinto piso que empiezan a conocerse y que hacen turnos para vigilarse sus hogares o para compartir las compras del supermercado. 

Por supuesto que esto recién empieza, por lo que no sería extraño que las tendencias en esa dirección se agudicen. En el sentido de que las inviables megápolis, al estilo de Buenos Aires o Nueva York, comenzarán a vaciarse con gente que vuelve al campo en busca de una vida más tranquila y más humana.

Obviamente que las tecnologías seguirán haciendo su parte. Pero en una dirección diferente de las que nos hablaban los expertos. Ya son muchos los que han experimentado las ventajas del “homeworking” y del “e-learning” y que podrán continuar haciéndolo.

Otro asunto que seguramente evolucionará será el rol del papel moneda y del sistema bancario.

No solo porque el papel moneda puede ser el vínculo de contagio de futuras pandemias, si no, de paso, por el engorro que significa hoy un trámite bancario presencial.

Y si bien es mucho lo que se ha avanzado en esa dirección, falta dar un paso fundamental, cual es la adopción de las monedas virtuales. 

Yendo al pasado profundo, al de nuestra evolución como especie, comprobamos que las comunidades, tribus o hasta individuos que sobrevivieron a los grandes cataclismos no eran los más fuertes ni los más inteligentes, sino los que supieron adaptarse más rápidamente a los cambios de situación.

En eso estamos.

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.