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Hay que cabalgar el tigre

Tal vez ha llegado la hora de reconocer que está en nuestra naturaleza la capacidad innata que tenemos para sobrevivir a todas las crisis que nos plantea la existencia. Por eso debemos adaptarnos a lo que se viene aprovechando para exportar lo que producimos agregándole valor

20 de septiembre, 2020 - 12:08

Un conocido filósofo español, don José Ortega y Gasset, se atrevió a darnos un consejo a los argentinos, cuando nos mandó –directamente- “...a las cosas”.

Pasados algunos años y viendo los desatinos constantes de nuestra vieja Madre Patria, creo que los argentinos ya no estamos para recibir consejos de nadie, por bien intencionados que éstos hayan podido ser.

Sin embargo, con la mano en el corazón y siendo sinceros, tenemos que reconocer que hace una punta de años que parece ser que no le encontramos el agujero al mate. Pero, como se suele decir, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo aguante.

Nos preguntamos qué hacer, ya que parece ser que lo hemos intentado casi todo. Fuimos industrialistas con Perón, ordenancistas con los militares y libremercadistas con los radicales.

Ninguno de los modelos señalados, con sus vicios y con sus virtudes, se coronó con el éxito. Todo lo contrario, todos ellos terminaron en sucesivas frustraciones nacionales.

Cuando el Mundo abrazaba a la “Pax Americana”, tras la 2da GM, seguimos siendo el aliado privilegiado de la Gran Bretaña. Cuando nos dimos cuenta y quisimos rectificarnos ya era tarde y Brasil era la potencia regente delegada por la Gran Potencia para esta parte del Hemisferio Occidental.

Luego, para colmo de males, cuando nos decíamos “Occidentales y cristianos”, no recuperamos las Islas Malvinas, que son nuestras. Pero antes de tirar la toalla, no tuvimos mejor idea que pedirle ayuda a la Unión Soviética y a Cuba. Estos cambios no perdonaron. Ni siquiera nuestros vecinos sudamericanos.

Más recientemente, en la última década pasamos de las relaciones carnales con los EE.UU. al memorándum de entendimiento con Irán, el archienemigo del primero.

Pero como si esto fuera poco, en una gambeta digna de Messi, también le pedimos y nos dieron el mayor crédito de la historia al FMI. Y ahora estamos viendo cómo hacemos para devolverlo sin morirnos de hambre en el intento. 

No sé qué nos diría Ortega y Gasset –el del consejo– si viviera para ver nuestras piruetas.

Tal vez ha llegado la hora de reconocer que está en nuestra naturaleza esa capacidad innata que tenemos los argentinos para la improvisación y para sobrevivir a todas las crisis que nos plantea la existencia.

Está visto que nunca seremos ordenados como los alemanes, previsores como los suizos o adictos al trabajo como los japoneses.

Tal vez haya llegado el momento de “cabalgar el tigre”. El del excepcionalismo argentino.

La expresión pertenece al pensador italiano Julius Evola, pero –en realidad- está tomada prestada de la tradición filosófica oriental. La del duro realismo del taoísmo y de la disciplina práctica del confucianismo.

Con ella se quiere sintetizar una actitud (la de cabalgar) y que sin negar los problemas que rodean a toda existencia (el tigre), trata de convivir con ella.

Creemos que, además, es una expresión adecuada, ya que se presenta por lo general a los países asiáticos como tigres. Y que son con los que los que, precisamente, nos toca ahora lidiar desde lo geopolítico.

Mientras vemos al águila norteamericana y al oso ruso languidecer, por el contrario, los tigres asiáticos rugen poderosos. En especial el chino, que se acerca a la América del Sur mediante el ‘Camino y el Cinturón de la Seda’.

Para beneficio geopolítico de nuestra provincia –Mendoza–, China lo está haciendo a través del Océano Pacífico. Vale decir, a unos pocos cientos de kilómetros de nuestras tierras. 

Claro, en el medio se nos interpone la Cordillera de los Andes. Pero si ella no fue un obstáculo para que nuestro gobernador-intendente, el Coronel Mayor don José de San Martín, la usara como base para su Expedición Libertadora al Perú, y tampoco lo fue para la construcción e inauguración del Tren Trasandino en 1910 y que funcionó hasta 1984 –tal como ya lo explicamos en nuestro artículo ‘La geopolítica del pivote’–, menos lo puede ser para nosotros, los argentinos del Siglo XXI.

También, como sabemos, Mendoza cuenta con una industria alimenticia, la del vino, la del aceite de oliva, la de productos frutihortícolas y de granja, todos productos que bien pueden crecer y darle de comer a los hambrientos tigres asiáticos.

Lo mismo puede decirse de la industria minera, no solo con productos metalíferos –como el oro, la plata, zinc, cobre y plomo–, sino además con el potasio, la soda solvay y el uranio, como lo venimos mencionado en estas mismas páginas: ‘Megaminería y terraplanistas’.

Obviamente no se debe tratar de ser un mero exportador de productos primarios. Al efecto habrá que radicar en la provincia los diversos establecimientos industriales que produzcan las transformaciones necesarias para que esa materia prima tenga un alto valor agregado.

En el caso de la vitivinicultura, la más antigua de todas, está bien claro el modelo, cual es exportar vinos de alta gama, el que habrá que trasladarlo, por ejemplo, a los productos alimenticios o minerales. 

Por ejemplo, no habrá que contentarse con exportar ajo, sino sal de ajo envasada o para preparados farmacéuticos. Lo mismo vale para la aceituna y todos sus derivados, como para todas las otras cosas.

Proceder de esa manera no es ser solo inteligente y volverse, en consecuencia, más fuerte, sino adaptarse a lo que se viene. En otras palabras: sobrevivir para poder cabalgar el tigre.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Es autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.