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El periodismo en tiempos de la posverdad

Con las redes sociales llegó el concepto que sostiene que lo que hoy interesa no es la realidad, sino lo que se dice de ella. Esta postura ha dado lugar a diferentes “relatos” sobre lo que acontece, pero no lo que eso nos dice de sí mismo

21 de junio, 2020 - 12:42

El periodismo es una actividad profesional que, en términos generales, consiste en la obtención, tratamiento, interpretación, redacción y difusión de informaciones, a través de los medios de comunicación social.

Por su parte, el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas de 1948 establece que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

Pese a ello, no son extrañas por estas épocas, los carpetazos y las denominadas “operaciones de prensa”. Incluso, tampoco el uso de potentes herramientas estatales, como los servicios de inteligencia, para alimentar a esas campañas, ya sea desde el propio Estado o por parte de poderosas corporaciones periodísticas que usan la denominada “mano de obra desocupada”.

Lamentablemente, son pocas las voces que se han alzado en pos de un código de ética periodístico. El que debería estar basado en dos principios básicos: el de la responsabilidad social y el de la veracidad informativa.

Ya en un pasado lejano, Benjamin Harris, un editor inglés, publicó en 1690, lo que se considera el primer antecedente en ese sentido. Él afirmó que toda empresa periodística debía, básicamente, ceñirse a lo siguiente:

  • Recoger y difundir las noticias con veracidad y exactitud;
  • Acudir a las fuentes;
  • Corregir los errores;
  • Evitar la difusión de falsos rumores.

 

Posteriormente, en los años setenta, con la Guerra de Vietnam y sus excesos periodísticos, se produjo un incremento de las iniciativas de carácter internacional.

Por ejemplo, en 1971, los sindicatos de periodistas de la Comunidad Económica Europea aprobaron la denominada ‘Carta de Munich’, la que luego recibiría el visto bueno de la Federación Internacional de Periodistas.

La novedad de este documento radicaba en que recogía no sólo los deberes sino, también, los derechos de los profesionales del periodismo.

En los ochenta, la UNESCO emitió los ‘Principios Internacionales de Ética Profesional del Periodismo’, lo que constituye, hasta ahora, el intento más consistente por crear un código mundial de ética periodística. En los noventa se produjo una auténtica eclosión de nuevos códigos, principalmente debido a la caída del Muro de Berlín, que introdujo cambios en las prácticas periodísticos para tratar de hacer frente a las deficiencias en libertad de expresión, pluralidad y ética periodística.

Más recientemente, en el siglo XXI, la explosión de las nuevas tecnologías de la comunicación han planteado nuevas cuestiones relacionadas con la intimidad, la manipulación y la propiedad intelectual.

 

La verdad en los nuevos tiempos

Con las redes sociales llegó el concepto de la posverdad, inaugurada por el bloguero del Huffington Post David Roberts, en el 2010, quien sostuvo que lo que hoy interesa no es la realidad, sino lo que se dice de la realidad. Esta postura ha dado lugar a los diferentes “relatos” sobre la realidad, pero no sobre lo que ella nos dice de sí misma. Estos relatos son, básicamente, políticos y culturales que pretenden ir más allá de las ideologías, pero que terminan siendo, muchas veces, un simple fraude.

Los sostenedores de tan novedosa teoría han dejado de lado la idea de la verdad como una adecuación de nuestro intelecto con una realidad extramental, para reemplazarla por una conformación de la verdad con un determinado relato.

Por ejemplo, para citar una situación de gran actualidad y que nos muestra cómo este mecanismo funciona, baste decir que las muertes de personas negras –o afroamericanas, como manda llamarlas el relato– son doce veces más por parte de personas de su misma etnia que a manos de personas consideradas blancas. Esto es lo que nos dicen las estadísticas oficiales de los EE.UU. Vale decir, la realidad.

Pero, ¿qué es lo que sucede si un periodista, no importa cuál sea su etnia o su ideología, señala este dato de la realidad?

No se trata de una duda insoluble, pues los periodistas o hasta los medios que quisieron sacar a la luz este concepto en el país de la libertad, los EE.UU., fueron, inmediatamente castigados y estigmatizados por el resto de la prensa en un verdadero linchamiento mediático, el que incluyó no solo la censura, si no, además, duras sanciones editoriales.

Nos preguntamos, frente a estas sanciones “morales”, dónde queda la pretendida libertad de prensa de la que todos se precian, ya que como lo dijo el diario Folha de Sao Paulo, “con una simple prueba se puede ver si alguien se toma en serio la libertad de expresión. La persona será aprobada si, frente a un artículo que defiende enfáticamente las ideas que más desprecia, no se opone a su publicación. Muchos, incluidos los periodistas, fracasarían en esta tarea”.

Salvando las distancias y los procedimientos, no es algo muy distinto de lo que le hubiera ocurrido, digamos, a un súbdito español que en el Siglo XIV, por ejemplo, hubiera osado dudar de algún principio de la fe católica. Pues, inmediatamente hubiera sido conminado a rectificar su error, so pena de terminar sus días en una mazmorra de los tribunales de la Santa Inquisición.

Hoy no tenemos, por suerte, una institución que se dedique a castigar físicamente a los infractores del relato imperante, pero su rol ha sido reemplazado por el colectivo de lo políticamente correcto.

Esto no lo dice ningún partidario de la Nueva Derecha, ya que lo anunció un reconocido socialista como George Orwell, quien profetizó que “cada registro ha sido destruido o falsificado, cada libro reescrito, cada imagen ha sido repintada, cada estatua y edificio de la calle ha sido renombrado, cada fecha ha sido alterada. Y el proceso continúa día a día y minuto a minuto. La historia se ha detenido. Nada existe excepto un presente sin fin en el que el Partido siempre tiene la razón “.

El único error que cometió Orwell en su profecía fue creer que su Gran Hermano sólo podía ser manejado por un gran Estado totalitario a cargo de un sistema político de partido único. Le faltó tiempo para conocer el poder del periodismo y de las redes sociales.

 

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.