05 de abril, 2020 - 14:21

Los refranes de abuelas siempre encierran sabiduría. A veces, útil para la vida cotidiana, para las relaciones con el entorno, para la sobrevivencia en condiciones hostiles, e incluso para las relaciones.

Si elevamos el refrán a la política nacional, podremos encontrar en estos días manifestaciones de ese miedo en las propias palabras del presidente de la Nación, Alberto Fernández. Se supone que el hombre más poderoso del país no debería temer a nadie, sin embargo, sus dichos dejaron en claro esquemas que, desde algún punto de vista, siembran intranquilidad.

Desde el discurso que suele vender la militancia trasnochada universitaria, el “psicobolchismo” berreta, esos que adoran hablar del “sistema”, pero cuando se le pregunta qué es se enredan en palabras que no dicen nada, hay supuestamente un grupo de poderosos, los dueños de todo, que serían los opresores de pobres inocentes. En su delirio, estos se ven a sí mismos como la vanguardia iluminada que acabaría con ese orden de cosas.

Los dichos de la semana desmoronaron ese discurso. Dejaron claramente expuesto quiénes son los poderosos en la Argentina, y quiénes deben temerle –todos- y por qué razones.

Mientras que a uno de los integrantes más conspicuos de los –en lenguaje militante- “poderes fácticos” de la Argentina, Paolo Rocca, dueño de Techint, lo criticó y maltrató públicamente en una entrevista radial, se rindió ante dos poderosos que, curiosamente, construyeron su poder en asociación con la política.

Todos saben que el desmadre de la apertura de los bancos, con millones de jubilados y beneficiarios de ayuda social apiñados en las sucursales en medio de la pandemia y la cuarentena tiene un responsable. El todopoderoso sindicalista bancario Sergio Palazzo, que decidió que las entidades estuvieran cerradas, como si no fueran un servicio básico y primordial, tanto como supermercados o farmacias.

En el colmo del ridículo, el gobierno emitió decretos donde propone créditos blandos para pymes, pero sin bancos donde puedan solicitarse. Decir que el sindicato bancario es hoy más poderoso que el más poderoso de los banqueros no es ninguna falacia.

Alberto Fernández pagó un precio político, ante las imágenes del desquicio que circularon por el mundo entero, pero no le pasó la factura, al menos públicamente, a los sindicatos. El miedo no es zonzo.

Más en evidencia quedó la situación en la enésima reinauguración del sanatorio Antártida, con una oscura historia de negocios que ronda alrededor de los Moyano. Ahí, el presidente se prodigó en elogios para el líder camionero, mientras que el Estado se prodigó en billetes para el centro de salud del líder camionero.

¿Era necesaria esa sobreactuación? Alberto Fernández sabe que un Moyano enojado puede destruir en una sola decisión la trama de protección social que pacientemente se armó para la pandemia. Puede desabastecer supermercados, parar la reposición de plata en los cajeros, entre otras cosas. Cuánto tiempo duraría la paz social si a la cuarentena sumamos escasez de productos básicos. El miedo no es zonzo.

La semana nos ilustró claramente sobre cómo está constituido el poder real en la Argentina. Y aquél que quiera profundizar encontrará abrumadora bibliografía para saber esto en detalle.

A los poderosos en serio nadie los toca, nadie les moja la oreja. El miedo no es zonzo.