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El día que los mendocinos descubrieron el cine

El ingenioso invento de los hermanos Lumière fue presentado en Mendoza el 31 de mayo de 1899 y maravilló a quienes tuvieron la suerte de ser aquí los primeros en ver una película

31 de mayo, 2021 - 08:54

El 31 de mayo de 1899, la ciudad de Mendoza se vio conmovida por un evento poco común para esa época cuando la compañía de ópera y zarzuela denominada Zucchi y Otonello trajeron por primera vez un aparato que proyectaba imágenes en blanco y negro sobre una pantalla.

Era el cinematógrafo, que en forma precaria llegaba a nuestra provincia para quedarse definitivamente hasta el día de hoy.

 

Descubrimiento en acción

Desde 1895 la imagen comenzó a tener movimiento gracias a dos hermanos franceses llamados Auguste y Louis Lumière. Pero había otros inventores que estaban detrás de ese objetivo. Fue el caso de Thomas Alva Edison o del alemán Max Skladanowsky, quién había experimentado con otros métodos la forma de generar a través de una película de celuloide la proyección de imágenes en acción.

A pesar de todos estos inventos y ensayos, se puede decir que el inicio de la cinematografía mundial se dio oficialmente en la ciudad de Paris, Francia, durante la fría noche del 28 de diciembre de 1895. Allí, cientos de espectadores fueron convocados en el Salón Indio del Gran Café para ver por primera vez algo mágico.

La expectativa del público era muy grande: los Lumière proyectaron a través de un pequeño aparato y sobre una improvisada pantalla varias películas. La primera fue La salida de la fábrica, luego La llegada del tren a la estación, Ciotat –una villa francesa- y por último El regador regado.

Hermanos Lumière.

El público quedó fascinado con aquel espectáculo jamás visto por los ojos de un humano y quedaba claro que este invento había revolucionado al mundo.

El gran éxito obtenido por los Lumière a partir de esta idea tan creativa, hizo que contrataran a Jules Carpentier, quien luego se convirtió en un reconocido fabricante de cámaras cinematográficas.

La idea de los Lunmière era nombrar a varios agentes en las principales capitales de Europa y América y formar a jóvenes operadores dispuestos a viajar por los cinco continentes para rodar escenas curiosas y costumbristas en ciudades y pueblos de cada uno de los países.

Este proyecto generó que, en poco tiempo, se iniciara en el planeta un gran auge de este arte y que el negocio diera millones de francos en ganancias.

 

El cine cruza el Atlántico

La cinematografía cruzó el Atlántico y se instaló súbitamente en Argentina, pero nuestro país ya tenía un breve antecedente, porque un par de años antes en algunos lugares se había proyectado al público en forma experimental con los llamados quinetoscopios.

Estos eran una caja de madera vertical con una serie de bobinas sobre las que corrían 14 metros de película en un bucle continuo y que exhibían imágenes en movimiento. Pero en realidad no tuvieron el efecto deseado y rápidamente fueron retirados de circulación.

La llegada del cine de Lumière a Buenos Aires fue con bombos y platillos a través de los periódicos, los que anunciaban la proyección de películas que en Francia y en el resto del mundo causaban una gran sensación.

El 18 de julio de 1896, los porteños se agolparon en el edificio del Teatro Odeón, ubicado en Esmeralda y Corrientes, y allí se exhibieron cortometrajes de los hermanos Lumière.

Fueron el periodista español Eustaquio Pellicer y don Francisco Pastor los que hicieron llegar las primeras películas desde Francia que se proyectaron ese día. Se dieron cita durante la función grandes personalidades de la política y de la alta sociedad porteña, quienes salieron muy satisfechos al ver uno de los mayores inventos del siglo XIX.

Por varios meses aquel teatro cobijó en su sala a miles de espectadores, incluyendo al entonces presidente Carlos Pellegrini, quien después de mirar las proyecciones cinematográficas dijo que había quedado “subyugado por el encanto de las vistas”.

En 1897 comenzó la importación de cámaras francesas y así, Eugene Py –un francés residente en Buenos Aires– se convirtió en el primer realizador y camarógrafo que tuvo nuestro país.

Tres años después, el auge del cine escaló posiciones impensadas y muy pronto se empezaron a construir las primeras salas de proyección.

 

El biógrafo llega a Mendoza

En los primeros meses de 1899, los mendocinos se enteraron por los medios periodísticos de una noticia que causó suspenso e intriga.

La compañía teatral de Zucchi y Otonello había llegado a nuestra provincia y se presentaría en el Teatro Municipal para ofrecer al público obras contemporáneas de música clásica, óperas y zarzuelas, pero traía en la manga una sorpresa para los espectadores locales.

La empresa artística anunciaba que desde el 31 de mayo se proyectarían películas a través del llamado biógrafo americano.

La mayoría del público ignoraba esta nueva forma de ver imágenes animadas que eran proyectadas por una pequeña máquina. Esto era una gran novedad y nadie se imaginaba cómo sería. Todos decían que era parte del “progreso”, palabra muy en boga en aquellos tiempos.

Un día antes de la presentación, la gente comentaba en las calles, en los cafés y en sus hogares aquel evento que sucedería en el teatro.

Los propietarios del biógrafo instalaron en el interior de la sala teatral un generador de luz eléctrica, que era necesario para el funcionamiento del aparato. Todo estaba listo para el ‘día D’ de la presentación.

Sería la primera vez que los ojos de los mendocinos observarían la magia de este colosal invento.

 

Imágenes en movimiento

En la fría noche del 31 de mayo de 1899, el público se congregó en las inmediaciones del viejo teatro ubicado en la esquina de Suipacha – hoy España- y Gutiérrez, de la Ciudad.

Eran las 20.30 cuando un centenar de personas entraron a la gran sala con cierta inquietud, aunque muchos estaban algo temerosos por no saber qué se traía ese instrumento llamado biógrafo americano.

Al entrar, todos miraban hacia el centro del salón, y allí estaba, como un aparato llegado del cosmos. Ubicado un poco más alto que las sillas, apuntaba al escenario, donde se encontraba una pantalla de tela blanca. Parecía una linterna perfeccionada.

Luego de que los espectadores se acomodaron las luces se apagaron y comenzó la función. Atentos, todos quedaron atónitos al ver el paseo de una pareja, sus movimientos y acciones, el vuelo de las aves, caballos al trote, jinetes moviéndose, carros rodando, un tren que pasaba a alta velocidad y causó pánico a muchos de los que allí estaban y bicicletas que circulaban. Eran todas escenas de la vida real pero que estaban condensadas en una pantalla.

Nadie podía creer lo que sus ojos estaban viendo y muchos pensaron que soñaban o que era cosa del demonio.

Cuando finalizó la función y se prendieron las luces, el público se puso de pie y aplaudió por largo rato. A la salida del teatro, la mayoría de los que estaban reunidos en esa sala salieron comentando sobre el gran acontecimiento.

La compañía que exhibió aquellas películas tuvo tanto éxito, que durante cinco días seguidos se siguieron proyectando.

Aquel 31 de mayo de 1899 quedará en la historia local como la primera vez que los mendocinos pudieron ver una película.