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EE.UU., ¿hacia una nueva Guerra de Secesión?

¿Qué pasaría si el creciente descontento por la inevitable recesión y sus efectos colaterales provocados por la pandemia de coronavirus debilita los endebles lazos entre el Norte y el Sur? También la situación internacional atenta contra la unidad norteamericana

26 de abril, 2020 - 13:48

Probablemente sean muy pocos los que sepan que la guerra –de las muchas en las que han participado– que se cobró la mayor cantidad de vidas de norteamericanos, haya sido su Guerra de Secesión en la segunda mitad del Siglo XIX.

Solo, por ejemplo, en la larga batalla de cuatro días de Gettysburg fueron más de 60 mil, mientras que en la de Antietam fueron más de 20 mil en un solo día.

Por el momento y, solo por el momento, la pandemia que los aqueja ya se ha cobrado más víctimas norteamericanas que la Guerra de Corea y, a este paso, promete hacerlo con unos 2,5 millones de infectados y a unos 130 mil muertos.

Volviendo a su guerra civil, la misma fermentó  cuando en las elecciones presidenciales de 1860 los republicanos, dirigidos por Abraham Lincoln, apoyaron la prohibición de la esclavitud en todos los territorios de EE.UU. y los Estados del Sur vieron esto como una violación de sus derechos constitucionales.

Los primeros seis en declarar la secesión tenían las proporciones más altas de esclavos en sus poblaciones. Estos fueron: Georgia, Louisiana, Alabama, Mississippi, Florida, Texas y Carolina del Sur. Los otros ocho Estados esclavistas restantes (Delaware, Georgia, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Kentucky y Tennessee) rechazaron la vía de los de la secesión.

El presidente demócrata saliente, James Buchanan, y el republicano entrante, rechazaron la secesión como ilegal. En su discurso inaugural, del 4 de marzo de 1861, Lincoln declaró que su administración no iniciaría una guerra civil y  hablándole, directamente, al Sur dijo: “No tengo ningún propósito, directa o indirectamente, de interferir con la institución de la esclavitud en los Estados Unidos donde existe. Creo que no tengo derecho legal a hacerlo, y no tengo ninguna inclinación a hacerlo”.

Pero, finalmente, las hostilidades comenzaron el 12 de abril de 1861, cuando las fuerzas confederadas dispararon contra Fort Sumter, en el Estado de Virginia. Los confederados asumieron, erróneamente, que los países europeos, tan dependientes de sus importaciones de algodón, intervendrían en su favor, pero ninguno lo hizo.

Pronto la guerra se generalizó y la violencia alcanzó proporciones épicas. Mientras que en el frente occidental la Unión logró importantes avances permanentes, en el oriental ninguna batalla fue decisiva hasta 1862.

Más tarde, en 1863, Lincoln emitió la Proclamación de la Emancipación, lo que convirtió a la finalización de la esclavitud en su objetivo de guerra. Al Oeste, en el verano de 1862, la Unión destruyó la marina de guerra confederada. Luego a gran parte de sus ejércitos occidentales y se apoderó de Nueva Orleans. 

En 1863, el Sitio de Vicksburg por parte de la Unión dividió a la Confederación en dos con el río Mississippi al medio. En 1863, el ataque confederado del general Robert E. Lee contra el norte terminó en su derrota decisiva en la batalla de Gettysburg. 

El bloqueo naval impuesto por la Unión a los puertos confederados, sumado a la sanguinaria incursión por parte de William T. Sherman contra Atlanta y su marcha hacia el mar, quebraron la voluntad de lucha de la Confederación. La que, finalmente, terminó aceptando su derrota mediante un acto de rendición celebrado en el tribunal de Justicia de Appomattox, el 9 de abril de 1865.

Con 2, 4 millones de muertos y diez veces más de mutilados, la reconstrucción del Sur tomaría, en teoría, doce años; pero sus heridas sociales y culturales no se cerrarían hasta el día de hoy. 

Un precedente legal

¿Por qué decimos que las heridas no solo no se han cerrado, sino que podrían reabrirse?

Los Estados Unidos es un país realmente federal. Aún después de la Guerra de Secesión, durante la cual el Norte ocupó militarmente al Sur.

Muchas de sus leyes más importantes tienen su origen en este periodo. Por ejemplo, la de Posse Comitatus, por la cual sus FF.AA. pueden intervenir en conflictos internos pero no pueden detener personas.

Una que nos interesa, particularmente hoy, es la de Anulación. Mediante ella su Corte Suprema resolvió que los Estados de la Unión no podían anular los actos del gobierno federal.

Pero en los últimos años, la anulación ha regresado, no promovida desde la derecha sino desde la izquierda, y –como viene de la izquierda– ha sido aceptada por el establishment. 

Dos casos claros son las leyes relativas a la marihuana y la aplicación de las leyes federales contra la inmigración ilegal.

Mediante este procedimiento, un Estado tras otro han legalizado la marihuana a pesar de las leyes federales que hacen que su venta o uso sea ilegal, y otros les han dado asilo a los inmigrantes indocumentados.

Esto es así, y si a nosotros nos puede resultar extraño, es porque la herencia legal norteamericana es anglosajona y no romana. Por lo que el derecho consuetudinario es muy importante. El precedente, como ya hemos visto, ha quedado establecido.

Por ello es que nos preguntamos qué podría pasar con cualquier imposición que por estos días pretenda imponer a la Unión el gobierno federal de los EE.UU. Por el momento no habría mayores problemas, ya que Donald Trump, pese a ser un hombre de Nueva York, es un sureño confederado por su estilo y preferencia políticas.

De hecho, recientemente ha estado alentando a varios Estados a no cumplir las resoluciones de su propio gobierno federal. Concretamente, ha tuiteado: “LIBÉRATE MINNESOTA", “LIBÉRATE MICHIGAN" y luego “LIBÉRATE VIRGINIA".

Esto, con la firme convicción de que los Estados nombrados dejen de cumplir con las normas relacionadas con el aislamiento social obligatorio (cuarentena).

Pero nos preguntamos qué podría suceder si el Despacho Oval de la Casa Blanca fuera ocupado por un presidente demócrata más alineado con las ideas del Globalismo y las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud.

¿Qué ocurriría, por ejemplo, si Texas responde a alguna medida federal enviando a su Guardia Nacional y a sus voluntarios civiles para no cumplirla? ¿Qué pasaría si Carolina del Sur hiciera algo similar?

Muy probablemente una Corte Suprema, en sintonía con la interpretación consuetudinaria, en lugar de apoyar al presidente podría darles la razón a los sediciosos. Y la cosa podría ponerse interesante.

Es más, si la aplicación del concepto de anulación falla, los partidarios del estilo sureño-confederado no se contentarían con decir: “Bueno, lo intentamos, suponemos que tenemos que aceptar ser ciudadanos de segunda clase en nuestro propio país".

Van a contraatacar. Y digamos que tienen con qué, ya que no son pocos los ciudadanos y hasta los grupos organizados y pesadamente armados. Esto al margen de que cada Estado cuenta con sus propias FF.AA, bajo la forma de su Guardia Nacional.

Se suma a ello el creciente descontento por la inevitable recesión y sus indeseables efectos colaterales como el desempleo. Factores que muy bien pueden disolver el débil pegamento que todavía mantiene unido al Norte con el Sur.

Otra hipótesis no menos inquietante es recordar el hecho de que los EE.UU., realmente, salieron de su Gran Depresión con su envolvimiento en la Segunda Guerra Mundial.

Hoy por hoy, los tambores de guerra vuelven a batir. Unos lo hacen por la supuesta negligencia/participación de China en la pandemia, otros por los rígidos ayatollahs de Teherán y otros por las violaciones a los DD.HH. del régimen venezolano de Nicolás Maduro.

Sea como sea, esperamos que prime la cordura. Los costos, en todos los escenarios, serían de proporciones bíblicas.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.