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Diego ex machina

Todo indica que más temprano que tarde muchos trabajos, oficios y hasta artes humanas serán reemplazados –o al menos complementados– por máquinas inteligentes, pero falta muchísimo para que disfrutemos de un robot “Maradona” en una cancha de fútbol

04 de diciembre, 2020 - 09:07

Hasta el momento, la humanidad ha atravesado tres revoluciones industriales previas.

La primera, con su  mecanización y el uso de la energía hidráulica y eléctrica; la segunda, con su producción en masa y la línea de montaje, y la tercera, con la informática y con la automatización de los procesos supieron encontrar formas políticas que de alguna manera las controlaron a todas.

Pero con la cuarta, la que ha comenzado recientemente y que tiene un desarrollo proyectado para alcanzar su cénit a mediados del siglo XXI, no sólo no ha encontrado una forma política que la represente y que la controle, sino que amenaza ella misma con invertir estos términos y crear una nueva forma política a su imagen y semejanza. 

¿Por qué creemos que esto es así? Veamos.

Ya sucede desde hace tiempo con las computadoras que libran y ganan partidas de ajedrez contra los grandes maestros desde hace rato, y si a las primeras máquinas que los vencieron se las programaba con diversas jugadas de apertura, ataque y defensa, a las últimas se les deja la “libertad” de que aprendan por sí mismas las mejores estrategias de juego.

Esto las ha transformado en invencibles, ya que presentan jugadas inéditas que no estaban en los libros especializados ni en la cabeza de los especialistas.

Lo mismo pasará en el campo de la medicina, aunque no sin algunas paradojas interesantes, que es lo que queremos señalar. 

Por ejemplo, no falta mucho para que los diagnósticos médicos se hagan, casi exclusivamente, mediante la inteligencia artificial. O, al menos, fuertemente asistidos por ella.

Pero por el contrario, faltan muchos más años para disponer de robots que puedan desempeñar el rol de una enfermera y, por ejemplo, puedan cuidar de un paciente.

Podríamos seguir citando otros ejemplos, como el de los choferes de taxi o hasta el de los pilotos de grandes aviones de transporte de pasajeros, pero no queremos abrumar al lector con estos datos. Preferimos seguir el hilo del relato con quien fuera como un “Dios” para muchos argentinos, quien –creemos– nunca podrá ser reemplazado por una máquina.

Por eso mismo, si tornamos nuestra mirada al mundo del deporte, quizás podamos anticipar que tengamos una Fórmula 1 con autos conducidos por máquinas a la vuelta de la esquina. Pero, seguramente, falta muchísimo más para que disfrutemos de un robot “Diego Maradona” en un cancha de fútbol.

Llegado a este punto del relato y como ocurría en la trama de las tragedias griegas, cuando un autor apelaba al “Deus ex machina” era porque necesitaba hacer un salto no lógico en su trama mediante la introducción de una deidad (Deus, en este caso nuestro Diego) mediante el uso de un artificio parecido a una grúa (machina).

Aquí necesitamos algo similar, ya que todo indica que más temprano que tarde muchos trabajos, oficios y hasta artes humanas se van a ver reemplazados o, al menos, complementados por máquinas inteligentes.

En este sentido, si no le resultó difícil a los cientos de miles de cocheros que conducían carruajes a caballo reeducarse como choferes de autos, micros y camiones, no será lo mismo para los ensambladores de una línea de montaje reemplazados por robots, ya que deberán hacerlo para transformarse en ingenieros en sistemas o en programadores.

Al respecto, ni el Capitalismo ni el Socialismo parecen dar en la tecla para enfrentar el problema de un desempleo masivo.

El primero, en versiones cada vez más populistas, busca morigerar la situación mediante la entrega de un subsidio universal a los desempleados, mientras que el segundo lo busca lograr con la provisión estatal gratuita de los servicios esenciales.

Pero tal vez el error de ambos sistemas políticos esté que en vez de buscar preservar los trabajos o los salarios, haya que buscar preservar nuestra condición humana. Una que como pocos fue retratada, dramáticamente, por nuestro querido “10”.

Aunque no es lo único que los argentinos tenemos para aportar al mundo del trabajo que se nos viene encima, ya que también disponemos de una rica historia laboral y de exitosas formas de políticas de inclusión.

Si bien el mundo reconoce al canciller prusiano Otto von Bismark como el creador del denominado “Estado de bienestar”, no es menos cierto que la Argentina supo tener leyes laborales y sociales acordes con la evolución de los tiempos desde sus orígenes.

Empezando por la abolición de los títulos de nobleza, de la esclavitud y de otras cuestiones afines en la Asamblea de 1813, siguiendo por la leyes laborales sancionadas en los gobiernos radicales de Hipólito Yrigoyen y finalizando por la organización del sindicalismo en los gobiernos de Juan Perón.

No sabemos exactamente cómo deberíamos evolucionar los argentinos para seguir estos cambios que ya están entre nosotros. Intuimos que la educación será una herramienta clave para lograrlo.

Pero no una que se limite a enseñar oficios, pues ya sabemos que nuestros hijos y nuestros nietos deberán cambiar varias veces de ellos o, incluso, aprender a vivir sin tener uno concreto.

En este sentido, creemos que una educación centrada en valores y que apunte a una necesaria capacidad de adaptación será vital para enfrentar los nuevos desafíos.

Probablemente, antes que especialistas que hablen inglés que operen una computadora o que sepan hacer una conexión de gas, tengamos que formar personas que puedan aprender a aprender por sí solas, a la par de que puedan desarrollar un temple de su personalidad que les permita sobrellevar los lógicos avatares de la vida. Entre los que estará la alta probabilidad de quedarse sin trabajo.

“Para novedades, los Clásicos”, decían los viejos maestros.

Ya los griegos sabían que había que educar tanto la mente como el cuerpo, la inteligencia como la voluntad. Ello les permitió no solo sobrevivir a la invasión del imperio más grande de su tiempo, el Persa, sino –de paso– derrotarlo y expandir su cultura por todo el mundo conocido.

Nosotros, los argentinos, ya estamos siendo “invadidos” por quienes quieren la dolarización de nuestra economía o por los que, por el contrario, pretenden que seamos el granero de China. Ni lo uno ni lo otro.

Una vez más, como Diego y con la ayuda de “la mano de Dios”, tendremos que gambetear a adversarios y hacer un gol.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.