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Campaña libertadora: La jura de la Bandera por el Ejército de los Andes

La enseña nacional fue honrada por las tropas al mando del General San Martín al mismo tiempo que la Virgen del Carmen de Cuyo fue nombrada Patrona del Ejército

04 de enero, 2021 - 08:29

El 5 de enero de 1817, las flamantes tropas del Ejército de los Andes se concentraron en un sector de la Plaza Mayor por la antigua calle de la Cañada –hoy Ituzaingó-, entre la Iglesia Matriz y el templo de San Francisco –ex Jesuitas– para realizar un acto de jura de fidelidad a la Bandera nacional y la consagración de Nuestra Señora del Carmen de Cuyo como Patrona del Ejército, previo a emprender la campaña libertadora hacia Chile.

 

La jura de la bandera nacional

Días previos a la ceremonia, el entonces jefe del Ejército de los Andes, Capitán General José de San Martín, le escribió al Gobernador Intendente de Cuyo brigadier Toribio de Luzuriaga, avisándole que se realizaría un acto para la jura de la Bandera nacional y la proclamación de la Patrona. A raíz de eso, el mandatario emitió un bando invitando a la población a participar del especial evento.

En la mañana del domingo 5 de enero de 1817 se proclamó a Nuestra Señora del Carmen de Cuyo como Patrona del Ejército de los Andes y se bendijo la Bandera.

Previo a eso, se había ornamentado la calle principal con arcos de flores y los frentes de las casas pintados de blanco y adornados con gallardetes y escarapelas.

El acto se llevó a cabo en la Iglesia Matriz de la Ciudad de Mendoza, ubicada en la actual Alberdi e Ituzaingó.

A las 10 de la mañana apareció el ejército al mando del general Miguel E. Soler, acompañado del Estado Mayor, quienes recorrieron la calle de la Cañada y fueron aclamados por los ciudadanos que se habían concentrado en ese lugar, quienes gritaban entusiasmados mientras sonaban las campanas de todas las iglesias de la ciudad.

La columna del ejército Libertador formó al llegar a la esquina del convento de San Francisco y esperó que saliera del templo la imagen de la Virgen para escoltarla.

Así partió en una procesión encabezada por el Gobernador Intendente, brigadier Toribio Luzuriaga; el entonces Capitán General San Martín; gran parte del clero –que no era regular por ser patriota-; funcionarios e ilustres ciudadanos patriotas, quienes marcharon hacia el Templo de la Matriz.

En un escaño forrado con paño color damasco, se encontraba doblada la Bandera argentina sobre una bandeja de plata.

En ese momento entró al templo una guardia de honor que se situó en un costado del altar.

Después de varios minutos, el Libertador se levantó de su sitio y subió junto a sus dos edecanes al altar. Allí tomó la bandeja con la Bandera y el Vicario general bendijo la insignia patria y también el bastón o bengala de mando del Capitán General de ese ejército. Posteriormente este acto fue saludado con una salva de 21 cañonazos.

Inmediatamente, el Jefe del Ejército de los Andes amarró con sus manos la bandera al asta y colocándola de nuevo en el sitial en manos del abanderado, volvió a tomar asiento.

Luego del acto prosiguió la misa, en la que el religioso Güiraldes pronunció un sermón. Al concluir esta ceremonia, la artillería lanzó nuevamente una salva de 21 cañonazos.

Terminada la misa, las autoridades salieron y se ubicaron a un costado de la plaza mayor. Fue allí en donde el General San Martín puso su bastón de mando en la mano derecha de la imagen religiosa y tomando la bandera subió con ella a una plataforma que fue levantada en la plaza con ese fin.

Batallones y regimientos se congregaron para hacer el juramento a la bandera. Finalizado este sublime acto, se realizó otra salva de 21 cañonazos y se saludó a la bandera. El Padre de la Patria entregó el pabellón nacional al abanderado y la imagen de la Virgen fue llevada nuevamente al convento de los ex Jesuitas.

Concluida esta ceremonia, el ejército partió hacia el campo de instrucción –actual Plumerillo- en donde se realizó una nueva ceremonia.

En el centro de ese campamento se había levantado una gran tienda de campaña, donde fue depositada la Bandera nacional, que quedó custodiada por una guardia de honor.

En plena tarde, el ejército volvió a formarse en orden de parada como lo había hecho ese mismo día por la mañana, con el objetivo de jurar la enseña patria.

 

La otra campana de la historia

Por muchísimos años se creyó que la ceremonia del 5 de enero de 1817 en la ciudad de Mendoza, se realizó para jurar fidelidad a la bandera de los Andes, proclamar a Nuestra Señora del Carmen como Patrona del Ejército y realizar la promesa del Libertador del entregar su bastón de mando pidiendo por el éxito de la campaña, promesa que cumplió en 1818.

Pero existen datos muy concretos acerca de que la bandera jurada por las tropas fue la nacional y no la de los Andes. La primera surgió a partir de un decreto sancionado en octubre de 1816 por el Congreso en Tucumán, mientras que la de los Andes era un estandarte propio del ejército, que fue reglamentado por el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata el 1 de agosto de ese año, lo que descarta totalmente la versión de que fueron las Patricias Mendocinas quienes tuvieron la idea de confeccionar la insignia once días antes de la jura.

Este tipo de ceremonias castrenses que incluían la jura y la consagración a alguna advocación religiosa, sobre la creación de batallones, regimientos e inclusive de un ejército, figuraban en las ordenanzas militares de aquel entonces y eran estrictas en ese sentido, lo que hace pensar que no fue una iniciativa del General San Martín aquella ceremonia, sino que ya estaba incluida en los reglamentos establecidos.

En cuanto a su bastón –o bengala de mando–, es importante aclarar que el que fue consagrado a la Virgen del Carmen de Cuyo no era el de gobernador sino el de Capitán General del Ejército de las Provincias Unidas.

También cabe mencionar que existen algunas dudas referentes al origen del que se halla actualmente en la basílica de San Francisco.

Según los reglamentos militares de aquella época, el bastón que usó el Libertador en la campaña tenía otro formato, siendo unos centímetros más corto que el que se guarda en el templo franciscano, y por su rango de Capitán General debía tener capucha totalmente de oro de varios centímetros e inscripciones que incluyeran el escudo de las entonces Provincias Unidas de Sud América.