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Afganistán, o la geopolítica de Frankenstein

Tras el regreso de los talibán a ese país luego de la retirada norteamericana, se abre un capítulo con final desconocido. Tal vez sea demasiado temprano para sacar conclusiones de los daños que el monstruo suelto podría traerle a la región, al mundo y a nosotros mismos 

29 de agosto, 2021 - 10:15

Frankenstein o el moderno Prometeo es una obra literaria de la escritora inglesa Mary Shelley. Publicado el 1 de enero de 1818 y enmarcado en la tradición de la novela gótica, el texto cuenta la historia de un médico que con partes de cadáveres “construye” un ser humano al que logra darle vida. La historia culmina cuando el monstruo despierta, destruye al laboratorio, ataca a su creador y escapa, llevando el terror a la comarca.

Para nosotros se trata de una buena imagen que nos permite explicar la reciente caída de Kabul a manos del movimiento talibán. Un monstruo geopolítico creado por la diplomacia y por las fuerzas militares norteamericanas, no ya hace 20 años, sino mucho antes, cuando en la década de 1980 se los organizó para derrotar a otra invasión a Afganistán, la soviética.

 

La creación del monstruo

Precisamente, tras la invasión del país por la URSS, en diciembre de 1979, 120 mil soldados soviéticos se establecieron en Afganistán. La resistencia afgana se dividió en las facciones suníes establecidas en torno a la ciudad de Peshawar y las chiitas que se mudaron al vecino Irán. Los EE.UU. decidieron, entonces, apoyar a los primeros mediante la entrega de ayuda financiera y militar, mientras que otro aliado de los EE.UU., Arabia Saudita, se preocupó por impedir cualquier apoyo de Irán a los rebeldes chiitas. Por su parte, Pakistán, otro aliado nortemericano, colaboró con el apoyo militar a los sunitas al efecto de evitar quedar atrapado entre Afganistán y la India, aliada de la URSS.

El nexo que permitió reunir tantos intereses dispersos fue el naciente movimiento talibán. El talibán (que en pashto significa “estudiante”) es un movimiento y organización militar fundamentalista islámica conformada por estudiantes afganos llevados durante los años 80 a asimilar las enseñanzas más tradicionales del Corán en las madrazas de Pakistán apoyadas con dinero proveniente de Arabia Saudita.

Tras regresar a sus hogares, los talibán proclamaron la guerra santa islámica contra los invasores soviéticos, la que tuvo escaso valor operacional hasta que comenzaron a recibir ayuda financiera y militar norteamericana. Especialmente a través de los misiles antiaéreos disparados desde el hombre, Stinger, que causaron grandes bajas a los helicópteros que usaban los soviéticos para trasladarse en las zonas montañosas de Afganistán. Esto produjo que en 1986 se vieran obligados a retirarse del país, dejándolo sumido en una anarquía, en la que la principal facción –pero no la única– era la de los talibán.

 

El monstruo se escapa

Fue en ese marco, tras la invasión de Saddam Hussein a Kuwait y ante la negativa de Arabia Saudita de desalojar a los invasores iraquíes con la fuerza talibán para hacerlo con la ayuda norteamericana, que la red terrorista de origen saudita al Qaeda, dirigida por Osama bin Laden, comenzó a instalarse en los sectores montañosos de Afganistán. 

Pronto al Qaeda comenzó a realizar una serie de atentados contra su antiguo aliado, los EE.UU. Así se sucedieron los ataques contra las embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, al destructor Cole y un atentado fallido contra las Torres Gemelas, entre otros que podrían mencionarse.

Obviamente, la gota que rebalsó el vaso fueron los atentados del 11S, que indujeron a los EE.UU. a invadir Afganistán en noviembre del 2001. El objetivo inicial de esa acción fue la captura o muerte de Osama bin Laden y la desarticulación de la red al Qaeda. 

Posteriormente, ante el fracaso en lograr estos objetivos, el gobierno de los EE.UU., con el apoyo de la OTAN, decidió quedarse en el país y llevar adelante una campaña de pacificación destinada a desalojar al talibán de los territorios que controlaba. Y, a la par, instaurar en Afganistán una democracia estilo occidental con plenos derechos civiles para las mujeres, fuera de las normas culturales tradicionales de la sharia islámica. 

 

Quieren encerrar al monstruo

El resto de la historia, que dura unos 20 años, es bien conocida por todos. Es una historia triste que se puede resumir a los intentos de querer encerrar al monstruo. A ese efecto se lo persigue –sin éxito– con dos creaciones monstruosas nuevas que tendrían por misión sujetarlo. Por un lado, el establecimiento de un Estado democrático en Afganistán, y por el otro, con unas fuerzas armadas modernas que pudieran defenderlo del talibán.

Para eso, los EE.UU. y sus aliados de la OTAN van a invertir mucho dinero y van a malgastar la sangre de miles de sus soldados muertos, heridos y mutilados. Pero pese al elevado costo, las crudas imágenes que nos llegan del aeropuerto de Kabul, con miles de afganos intentando abordar cualquier avión que los saque de su país, nos exime de cualquier comentario.

No es sólo un fracaso, es uno de magnitudes épicas que tendrá grandes repercusiones geopolíticas fuera de sus fronteras y creemos que, aún, fuera de su región.

 

El monstruo anda suelto 

Tal vez sea demasiado temprano para sacar conclusiones de los daños que el monstruo suelto podría traerle a la región, al mundo y a nosotros mismos. Pero lo podemos intentar. 

No son pocos los elementos de juicio que podemos valorar. Por ejemplo:

1º) Así como la fracasada Guerra de Vietnam obligó a los EE.UU. a dejar de lado el respaldo oro del dólar estadounidense, esta nueva derrota puede impulsar a cambios monetarios en esa nación que tendrían una influencia global. Especialmente en economías fuertemente dolarizadas como la nuestra.

2º) No cabe duda que varios grupos terroristas ya existentes, como los remanentes de ISIS y al Qaeda y otros, volverán a buscar refugio en las montañas de Afganistán con todo lo que ello significa para la paz y la seguridad mundial.

3º) Así como cuando los talibán se hicieron cargo de la mayor parte de Afganistán en los años 90 su rígida moral los llevó a prohibir el cultivo de la amapola y que luego, éste fuera tolerado por la ocupación norteamericana, su regreso debe hacernos prever una nueva prohibición. Por lo que los cultivos de esa flor radicados en México van a disfrutar de una mayor demanda, con lo que significa una nueva dificultad para la lucha contra el narcotráfico que lleva adelante el gobierno mexicano, paradójicamente en lugares muy cercanos a su frontera con los EE.UU.

Cómo terminó el libro de Mary Shelley ya lo sabemos: mal, muy mal. Cómo termina esta saga no lo sabemos, pero parece que sigue y que tendrá un capítulo chino.
 

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.