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Al sistema de salud se le cayó la careta que cubría una mentira

13 de septiembre, 2020 - 09:00

Antes de la mortal llegada de la pandemia del COVID-19 a suelo argentino, los habitantes de la Nación, en general, y de Mendoza, en particular, tuvieron que comerse, lentamente, putrefactas mentiras provenientes de todo el arco político que en su momento gobernó y gobierna la Nación.

Por años, desde el regreso de la democracia, el pueblo escuchó hasta el hastío de millonarias inversiones en el sistema de salud.

Con decorativas cifras y utilizando difusión que, a la postre, mostraron ser verdaderas mentiras, se mostraban cortes de cintas de hospitales, centros de salud y hasta coquetas salas de primeros auxilios en los lugares más recónditos de la geografía rural o de las múltiples zonas marginales de miseria.

El irrespetuoso espectáculo circense dio artero efecto en el incrédulo ciudadano, que ponderaba con fanáticos aplausos el decorado de miles de millones de pesos en los presupuestos públicos que, se decía, estaban destinados a salud.

La ignominia también estaba centrada en el sistema de salud privado y en las obras sociales, que también con pomposas promociones y promesas de todo tipo y calibre de atención, nos colocaban a la vanguardia de las prestaciones del mundo.

Un todo que nadie puso en tela de juicio, por lo que implicaba un sacrificio abonar, más allá de las condiciones económicas individuales o de familia, si a cambio se recibía un buen servicio de salud para todos en toda prestación, hasta la más compleja, si llegaba el momento.

Como esto último, en la mayoría de los casos, no ocurría nadie se podía imaginar que lo que se prometía del sistema de salud privado o de las obras sociales y que tan honrosamente costaba, no era tan así.

El coronavirus arrasó con la mentira y dejó al descubierto una realidad que nadie imaginó y que a todos golpeó con saña.

Los hospitales y centros de salud en el área pública no estaban como la máquina política de todos los partidos afirmaron en su momento y en cada campaña.

El sistema privado de salud vendió espejitos para recibir por años verdaderas fortunas que fueron a parar a club de selectos socios.

Las obras sociales demostraron también por qué son el histórico arcón de los tesoros de la dirigencia sindical, más no para aquellos por las que fueron creadas y son alimentadas, sus afiliados.

Es cierto que el sistema colapsó por el incontenible y mortal avance del COVID-19, del que nadie creyó o midió en su dantesco alcance.

Pero también es cierto que el colapso obedece a que no existió nunca lo que se afirmaba que existía.

El sistema público, como el privado y las obras sociales, no saben ya cómo responder. Entre los tres hay honrosas excepciones, pero nada más.

Sí queda claro que cuando todo pase, el país deberá mirar con detenimiento el rumbo que tiene que tomarse en materia de salud.

Se intuye que será la propia gente la que pondrá proa hacia algo mejor de lo que tuvo hasta hora y ahí muchos caerán pesadamente en el terreno de ese fango mentiroso donde rodó el país por décadas.

La pandemia dejó demostrado que Argentina no tiene política de Estado con sello país en materia de infraestructura e insumos.

Fundamentalmente, no existe política de Estado para cuidar al valor único que, para la gente, es el eslabón que lo cure y lo salve: los profesionales de la salud.

Seres que están dejando la vida ante un virus contra el que no tienen elementos de la ciencia médica para combatirlo o tan siquiera detenerlo.

Hacen lo único que pueden intentar, salvar a esos seres contagiados con piedad y respeto. Tomándolos de sus manos y acercándoles un respirador para mantener esos hilos de vida.

Mientras ellos, médicos, enfermeros, bioquímicos, camilleros y ambulancieros, caen ante los oscuros pies de coronavirus que también los mata. Sin elementos, sin cuidado alguno y en pésimas condiciones sanitarias.

Pero la historia de los profesionales de la salud también deja al descubierto cómo han sido maltratados históricos del sistema sanitario, tanto del país como de la provincia.

Mal pagos, sin reconocimiento contractual, de especialidad y absolutamente maltratados, por lo que la consideración de que son lo más importante de la Nación nunca existió como la gente creía.

Como para entender el por qué, los que pudieron irse en su momento al exterior no lo dudaron en la decisión de migrar.

Un valioso material humano que parieron con excelencia y exquisita calidad catedrática las principales universidades de Argentina, como la Universidad Nacional de Cuyo, cuya Facultad de Ciencias Médicas logró prestigio internacional.

Por estos días, tanto sus médicos como sus enfermeros universitarios, en su mayoría fueron alcanzados por la pandemia y en gran número perdieron la vida.

En abarrotados hospitales y sanatorios, las largas colas de asustados seres enfermos y con fiebre, solo tienen un objetivo: llegar a esos otros seres que los cubrirán con la piadosa convicción de curar.

Ambos son parte del duro momento que vive la humanidad y víctimas de las mentiras de dos sistemas de salud a los que se les cayó la careta que cubría la ignominia.