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Encierro para el poco trabajo y libertad para la prisión domiciliaria

Una legión de deliberys pronto notaría que tener esta oportunidad de acrecentar ganancias en un trabajo que implica mucho tiempo con igual esfuerzo de recorrido geográfico, se instalaría en la nauseabunda mira de la delincuencia

10 de mayo, 2020 - 13:03

El profundo silencio que inundó abruptamente al Gran Mendoza, de tal magnitud que no se tenía memoria, solo es surcado raudamente por cientos de motos y bicicletas.

Sus conductores y precursores de la utilización de los tapabocas, portan mochilas con colores fosforescentes en las que llevan comida o medicamentos.

Son los únicos nexos autorizados, desde que se instauró la cuarentena contra la pandemia del coronavirus, que permiten que la gente se alimente o reciba remedios.

Chicas y chicos que se vieron totalmente beneficiados y con razón, en un aislamiento social que trajo penurias económicas y laborales, como se preveía.

Pero esta legión de deliberys pronto notaría que tener esta oportunidad de acrecentar ganancias en un trabajo que implica mucho tiempo con igual esfuerzo de recorrido geográfico, se instalaría en la nauseabunda mira de la delincuencia.

Ante negocios cerrados y hogares de miles de familias blindados por el encierro forzado, el trabajo de los que llevan rápidamente un plato caliente o una urgente medicación se constituyó en la caja rápida que suministra dinero a oscuros sujetos.

Los mismos que barren la ciudad con el pestilente radar para no perder el paso de estos trabajadores del pedido.

Son una de las tantas cosas inconcebibles que la comunidad mendocina resignada y con mucha impotencia recibe en plena pandemia.

Una cuestión que le demuestra a la gente que la inseguridad y sus inmundos ejecutores no se detienen ante nada.

Ni siquiera ante esos chicos que quizá vivan en el mismo barrio, a los que sin miramientos los golpean, les quitan sus bicicletas, sus pertenencias y sus escasas ganancias por uno o a lo sumo, dos pedidos.

Cosas inconcebibles en la provincia y en el país, donde el mismo Estado por medio de sus poderes, como la Justicia, trata de cubrir con beneficios a personajes que purgan penas en la cárcel por violar, asesinar, robar o cometer femicidio.

A ellos, la prisión domiciliaria es lo adecuado para preservarlos ante el avance del coronavirus.

A los pocos trabajadores que logran sobrevivir al difícil momento, el desamparo de toda la protección que les asiste por la Constitución y por ser honorables ciudadanos que viven en el único sacrificio, trabajar.

Imagen absurda de lo absurdo que significa vivir en una sociedad cargada de contradicciones y de improcederes, que espantan al mundo.

Una comunidad internacional que mira lo correcto del proceder de la Argentina para enfrentar una pandemia que está haciendo estragos en el resto del planeta y no entiende eso otro que no salva la vida y los bienes de las personas.

Ahí donde las instituciones del Estado, esencialmente su Justicia, hacen aguas por todos lados.

Así estamos en la tierra mendocina, donde aquellos seres de todo el día y parte de la noche siguen pedaleando para alcanzar el humilde sustento que permitirá alimentar a sus hijos, en muchos casos a sus ancianos padres.

Llevando, quizá, el pedido al calefaccionado hogar de uno de los tantos tipos que la Justicia federal o la provincial le permitieron el beneficio de la prisión domiciliaria.

Allí, entre los suyos, custodiado (¿cuidado?) por fuerzas de seguridad, cumpliendo la purga por haber cometido un aberrante delito, mientras en la vereda, una chica o chico, sin custodia alguna, pierden las migajas que recibieron por un apetitoso menú que llevaron al domicilio de un privilegiado delincuente.

Caras de una misma moneda social que la insensatez de nuestro Estado acuñó. Inaceptable proceder que se inició cuando un sector de la Justicia decidió que un delincuente político que desfiguró de corrupción al estado, tenga el beneficio de la prisión domiciliaria.

El saldo negativo de la cuarentena que deja encierro para el poco trabajo y libertad para la prisión domiciliaria.