|05/03/20 07:00 AM

La geopolítica entre el miedo y la avaricia

Las consecuencias que podría acarrear la epidemia/pandemia de coronavirus son impredecibles, teniendo en cuenta que hasta afectaría la actividad económica más de lo que se supone

13 de marzo, 2020 - 16:12

Frente a la pandemia/epidemia desatada por el coronavirus se abren varias explicaciones o hipótesis.

Por un lado, están aquellos que la minimizan y la catalogan como una simple gripe; por otro lado, hay una variopinta muestra de expertos que van desde lo que hablan de una pandemia grave, hasta los que no dudan en mentar al mismísimo Apocalipsis bíblico.

¿Quiénes tienen razón? Veamos.

“Una crisis de deuda ocurre cuando los prestamistas tienen suficiente miedo de perder su capital y se niegan a volver a prestar o, al menos, mediante préstamos a tasas de interés asequibles. Como todas las dinámicas del mercado, este no es un cálculo racional. Los mercados están siempre equilibrados en un filo entre la avaricia y el miedo. En circunstancias normales, la avaricia gana y la gente continúa invirtiendo. Pero cuando el miedo se hace cargo, la caída puede venir con una velocidad notable”.

En el párrafo precedente, el experto norteamericano en temas de Defensa William Lind pone las cosas en su lugar, ya que en el fondo poco importan las consecuencias reales que puede llegar a producir la epidemia/pandemia del famoso virus. Lo que realmente importa es si incrementará el miedo o la avaricia de la gente, en general, y de los mercados, en particular.

Para evaluar lo que está pasando, por ejemplo podríamos decir que China redujo en un 8% sus compras de gas de Rusia debido a una menor demanda de su economía.

Para que tengamos una idea de la magnitud del recorte, digamos que el 8% del consumo chino es igual al 100% del consumo de la Argentina entera.

De esta información simple se pueden deducir consecuencias. Una es que China reduzca sus importaciones de commodities y de los alimentos en particular, lo que nos afectaría en forma directa, ya que estamos entre sus principales proveedores de alimentos (soja y otros granos).

También podríamos considerar la baja en el precio del barril de petróleo WTI a US$ 44, lo que hace inviable y manda a la quiebra todo el fracking de los EE.UU., que está funcionando a pérdida y  tomando deuda.  

Peor aún para nuestra Vaca Muerta, que solo consigue funcionar mediante los subsidios que recibe del Estado nacional y que –entre otras cosas– nos obliga a pagar una de las naftas más caras del mundo.

Podríamos seguir, ad infinitum, pero creemos que con estos datos basta para que podamos llegar a la conclusión de que la economía mundial sufrirá un “panik stop”. Uno que en la gran mayoría de los países se traducirá en recesión y en deflación.

Pero nos preguntamos: ¿Qué puede pasar en un país como el nuestro, ya en recesión y con una alta tasa de inflación?

Una respuesta ortodoxa sería que tendríamos más de lo mismo. Es decir, más recesión y más inflación. Lo que se denomina estanflación, según la ha definido el economista Domingo Cavallo.

Antes, una respuesta poco ortodoxa nos contestaría con otra pregunta: ¿Cuán grave será la crisis? 

Pues, si es una crisis cíclica más, nos dirá que los ortodoxos están en lo cierto. Tendremos más estanflación y, probablemente, agregaría que se nos complicaría, aún más, las ya difíciles negociaciones de nuestra deuda externa.

Pero su respuesta sería muy distinta si apreciara que esta crisis, como sostiene Lind, es una grande, una muy grande, ya que una gran crisis produciría efectos conocidos y otros que serían inéditos. 

Entre estos últimos podríamos empezar diciendo que se producirían defaults masivos de varias economías, incluyendo la primera de todas, es decir la de los EE.UU.

Este hecho dispararía una inmensa cascada de consecuencias, tales como la caída del patrón dólar como moneda universal, lo que traería aparejado la imposición de otro, como podría ser el de las monedas electrónicas o volver al viejo patrón oro.

Otro aspecto, nada desdeñable, es que una crisis económica de gran magnitud incrementaría la volatilidad, no ya de los mercados, sino también de los conflictos en desarrollo y de los latentes.

Especialmente, los que tuvieran por origen en una disputa por recursos básicos como el agua y las materias primas.

Casi con certeza, los países desarrollados, mayormente ubicados en el Hemisferio Norte, reforzarían sus estrategias destinadas a garantizar su flujo de recursos a sus mercados e industrias. A la par que buscarían que los países productores de recursos naturales, mayormente ubicados en el Hemisferio Sur, lo siguieran haciendo a un bajo costo.

Uno más bajo, aún, que el actual, ya que sus economías en recesión no estarían en condiciones de pagar buenos precios.

Hasta acá, todo normal. Pero, ¿qué pasaría si la cuestión se complicara solo un poco más. Por ejemplo, con países del Sur que buscaran desarrollarse y consumir más materias primas de lo habitual o que ellos se volvieran más agresivos a la hora de obtenerlas?

No hace falta que nos volvamos conspiranoicos. Veamos un simple ejemplo: sabemos que la masa de los pesqueros que pescan muy cerca de nuestra CEE provienen de China, de España y de Corea del Sur. Descartemos a los asiáticos y quedémonos con los españoles.

Digamos que un barco que zarpa de La Coruña tiene que recorrer unos 12.000 kilómetros para llegar a nuestros caladeros. Pensemos en sus costos fijos como el combustible, los sueldos para su tripulación, en el mantenimiento del navío y en los derechos de pesca, especialmente.

Con este simple escenario nos preguntamos cuál puede ser la reacción de los armadores españoles si un país ribereño como la Argentina decide incrementar el costo de sus derechos de pesca o, simplemente, deja de otorgarlos para proteger uno de sus recursos naturales.

Las respuestas son múltiples y variadas. Baste recordar que esto ya sucedió en el pasado. Se llamó la “Guerra del Fletán” y fue una serie de incidentes entre Canadá y España por los derechos de pesca sobre la plataforma continental canadiense frente a las costas de Terranova y Labrador. 

En esa oportunidad, en agosto de 1995, cuando una patrullera canadiense capturó al  buque español Estai, otros barcos europeos acudieron en su apoyo, ya que la Unión Europea lo había considerado un acto de piratería. En el interín, la Armada española destacó un buque de guerra.

Aunque las cosas no llegaron a mayores, porque Canadá accedió a liberar al pesquero capturado, pero estuvieron bastante cerca.

Podríamos seguir con la minería, con la ganadería, con la agricultura,  etcétera, pero creemos que para muestra basta un botón. ¡Estamos advertidos!

Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.