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Geopolítica de la deuda externa

21 de febrero, 2020 - 07:07

“Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación. Una es la espada, la otra es la deuda”. John Adams, segundo presidente de los EE.UU. (1797-1801)

A modo de introducción

Niall Ferguson es un conocido historiador, escritor y profesor británico especialista en historia económica y financiera a cargo de las cátedras de Historia en la Universidad de Harvard y de Administración de Negocios en la Harvard Business School.

Siempre ha mostrado un gran interés por los derroteros de la economía argentina, ya que sostiene que ella es una suerte de laboratorio en el que suceden cuestiones interesantes. Es más, asegura que muchas veces éstas se adelantan a las que pasan a nivel mundial. 

Concretamente, en su libro The Ascent of Money (El ascenso del dinero) (1) examina la larga historia del dinero, del crédito y de la banca, y predice una crisis financiera como resultado de que la economía mundial y, en particular, profetiza que el uso excesivo del crédito por parte de los Estados Unidos están produciendo un gran burbuja a punto de estallar.

Históricamente, sostiene que fue la República Argentina la que produjo el primer default de la historia y que llevó a la Casa Baring Brothers de Londres a la quiebra.

Explica que éste se produjo por nuestro incumplimiento de pago de un empréstito contratado por el ministro de gobierno y de RRII de la Provincia de Buenos Aires, don Bernardino Rivadavia, en julio de 1824, por un total de  un millón libras esterlinas.

Dicho empréstito se terminaría de pagar 80 años después, durante la presidencia de Julio A. Roca.

Casi dos siglos después de nuestro primer default, otro medio británico, The Financial Times, sostuvo –solo hace unos meses atrás, en su edición semanal– que la Argentina se aproximaba hacia su noveno default.

No es el objeto de este trabajo hacer un análisis económico-financiero de nuestros frecuentes y recurrentes defaults. Tampoco hacer una prognosis del próximo. Nuestra ciencia de estudio principal es la Geopolítica, por lo tanto, el objetivo es analizar a nuestra deuda externa desde el objeto y con las metodologías de esa ciencia.

Desarrollo

Antes de proseguir con nuestro análisis, es menester definir qué entendemos por Geopolítica, ya que ella nos aportará el marco conceptual de este trabajo.

En concordancia con su significado etimológico, a la Geopolítica, en términos generales, se le atribuye como objeto de estudio el impacto de la Geografía sobre la Política, y viceversa. 

Pero con los años este campo de acción se ha visto ampliado, especialmente se lo ha orientado hacia el diseño de estrategias vinculadas al posicionamiento, al desplazamiento y al empleo de fuerzas en relación a las masas terrestres y a los espacios marítimos circundantes y a su mutua interacción.

Más recientemente, la Geopolítica, al verse sorprendida por una serie de fenómenos –como la globalización, a su vez contrapuesta a la fragmentación de los Estados, al avance tecnológico y a los efectos del Cambio Climático–, debió adaptarse para explicar los nuevos escenarios.

Entre estos intentos se destaca el de la Meta-Geopolítica propugnada por el neurólogo y filósofo Nayef Al-Rodhan. Una teoría que propone un estudio interdisciplinario que busca reconciliar la política realista del poder con un desarrollo sustentable para con la dignidad humana. (2) 

También en este marco se pueden inscribir los principios metapolíticos que guían el accionar del papa Francisco. (3)

Pasando al tema que nos ocupa, es decir nuestra deuda externa, podríamos realizar un análisis exhaustivo de ella, pero creemos que tal esfuerzo excede los límites de nuestro trabajo y la paciencia de nuestros lectores.

Por otro lado, creemos que el análisis de uno solo de ellos, el primero, y sobre el que no pesan ya acusaciones políticas, bastará para explicar nuestra tesis de que la deuda externa es tan injusta como impagable. 

Nuestro primer default empieza a tomar forma cuando la Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires, sanciona una ley el 19 de agosto de 1822, por la cual faculta al gobierno a “...negociar, dentro o fuera del país, un empréstito de tres o cuatro millones de pesos a valor real".

Establece que los fondos serían utilizados para la construcción del puerto de Buenos Aires, el establecimiento de pueblos en la nueva frontera, la fundación de tres ciudades sobre la costa y dotar de agua corriente a la ciudad de Buenos Aires.

A los efectos de los manejos financieros, se creó un consorcio para manejarlo encabezado por  Braulio Costa, Félix Castro, Miguel Riglos, Juan Pablo Sáenz Valiente y los hermanos Parish Robertson. Ellos negociaron y contrataron con la firma  Baring Brothers & Co., de Londres, un empréstito por 1 M de libras esterlinas.

Su colocación sería del tipo del 70%, es decir que se estipulaba un empréstito por un total, pero del que sólo se recibiría el 70% del mismo. Por su parte, los negociadores del consorcio se llevarían 120.000 libras y otras 30.000 irían para la Baring en carácter de comisión.

Los intereses serían pagados, semestralmente, por la Casa Baring a nombre de Buenos Aires, cobrando una comisión del 1% por ello.

El Estado de Buenos Aires, por su parte, “empeñaba todos sus efectos, bienes, rentas y tierras, hipotecándolas al pago exacto y fiel de la dicha suma de 1.000.000 de libras esterlinas y sus intereses". Baring retendría 200.000 títulos al tipo 70 y vendería en bolsa los 800.000 títulos restantes, cobrando otra comisión del 1%.

Como no se había especificado cómo llegaría el dinero a la Argentina, el consorcio aconsejó a la Casa Baring que la mejor manera de hacerlo era enviar letras giradas contra casas comerciales de prestigio con garantías en Buenos Aires. Entre ellas, se destacó la de los hermanos Parish Robertson, integrantes del consorcio. 

Le evitaremos al lector complejos cálculos de matemática financiera para saber cuánto se recibió de lo prometido. Al final, del millón de libras que totalizaba el mismo, solo llegarían a Buenos Aires unas 570.000 libras, en su mayoría en letras de cambio y sólo una parte menor en metálico.

Por su parte, las obras previstas nunca se realizaron, ya que cuando el préstamo llegó, la Legislatura cambió de idea y resolvió que el dinero debía tener otro fin.

Al efecto, fue entregado al Banco de Descuento para que lo entregara como créditos a sus clientes, a intereses mucho más bajos que los que pagaba la provincia por ese dinero. (Cualquier similitud con lo ocurrido durante el gobierno de Mauricio Macri y sus amigos del poder no es mera coincidencia). 

Para hacer breve una historia larga, podemos sintetizar que para 1827, durante la gobernación de Manuel Dorrego, los servicios de la deuda equivalían al 120% de la recaudación provincial, por lo que un default se veía como inevitable. Para demorarlo, en 1866 se reprogramó la deuda a más de 30 años.

Finalmente, el empréstito solo se pagaría por completo ochenta años más tarde, durante la segunda presidencia de Julio A. Roca, no sin antes producir la grave crisis conocida como el ‘Pánico de 1890’. (4)

Justamente, resulta muy interesante recordar cómo se terminó de pagar la deuda de nuestro primer default, pues creemos que allí se encuentran, también, los criterios para la solución del próximo.

Tal como lo hicimos con la Geopolítica, es necesario hacer algunas distinciones respecto de la Economía. Una ciencia en la que –también– hay escuelas de pensamiento que tienen diferentes visiones sobre las deudas externas y qué hacer con ellas.

Por ejemplo, la Económica ortodoxa, sostiene que se deben pagar como condición sine qua nom para lograr la ansiada inserción internacional de los países, la llegada de inversiones y su despegue económico.

Es la escuela más extendida de todas y es la sostenida por los organismos multilaterales de crédito como el FMI. Pero no es extraño que ellos funcionen, en la práctica, como un  lobby  a favor de los acreedores de los países deudores.

Esta presión es acompañada por consorcios de economistas locales que impulsan los contratos de deuda, aunque muchas veces estos sean ilegales por no responder al orden legal y/o constitucional del país en cuestión.

Por ejemplo, cuando se insertan cláusulas en la que los Estados soberanos renuncian al uso de sus propios tribunales de Justicia o a pedir la nulidad del contrato, si esto fuera necesario.

Conceptualmente, los sostenedores de la escuela ortodoxa no dudan en afirmar que su escuela es la única posible y no se cansan de repetir que toda heterodoxia está fuera, incluso, de una sana discusión.

Pero como trataremos de explicar, hay otras escuelas de pensamiento económico. Veamos. 

Para empezar, podemos irnos muy lejos, cuando éramos apenas un proyecto de Nación. Ya que tal como lo dice el experto en economía americana Carlos Louge (5), desde la época de las Reducciones Jesuíticas existía por estas tierras todo un sistema económico digno de ser estudiado.

Uno que fue, luego, perfeccionado y continuado por Manuel Belgrano, Ernesto Tornquist y Silvio Gesell.

Concretamente, el sistema de economía jesuítica descrito por Louge estaba basado en las ideas de la Escuela de Salamanca. Una escuela que lejos de pasar desapercibida, ha sido reconocida por el economista austríaco Joseph Schumpeter como el mejor antecedente de su propia escuela, la muy conocida Escuela Austríaca.

Este reconocimiento no es extraño, ya que desde el mismo seno del Imperio Austro-Húngaro –el de la dinastía de los Austrias, como Carlos V de Alemania y Felipe II de España– las ideas de Salamanca eran muy conocidas y respetadas.

Lo que permitió que, mutatis mutandi, se establecieran puentes que conectaban a ambos mundos: el americano con las exitosas experiencias jesuíticas y el europeo con sus ideas teóricas, por el otro.

Ello permitió que muchos siglos después, dos pensadores americanos pero de origen germano revolucionaran, cada uno a su manera, el mundo de las teorías económicas.

Nos referimos al banquero argentino Ernesto Tornquist y el economista argentino-alemán Silvio Gesell, ya mencionados.

Ambos son los responsables intelectuales de que durante la segunda presidencia de Julio A. Roca se pudiera conjurar la crisis económica de 1890 producida por el default del empréstito contraído con la banca Baring en 1822, en los términos que ya hemos explicado.

Por aquella época, el mundo económico giraba en torno a la libra esterlina respaldada en el patrón oro. Pero tanto Tornquist como Gesell aconsejaron a Roca que la Argentina lo abandonara para salir de la crisis.

Roca les hizo caso y para ello, el gobierno creó el Peso Moneda Nacional, unificando el sistema monetario argentino. La experiencia tuvo éxito y atrajo la atención mundial, a tal punto que Gesell gozó del raro honor de que uno de los mayores economistas de la historia, J. M. Keynes, sostuviera que sus ideas se basaron en las suyas, y afirmara que la posteridad más les debería a ellas que a las de Carlos Marx (6).  

Nuestra última mención a Keynes no es casual, pues como todos sabemos, sus ideas fueron las que inspiraron al presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt para sacar a su país de la Gran Depresión de 1929.

Por eso es que antes de seguir, nos preguntamos si en lugar de mirar hacia afuera en busca de teorías y doctrinas ajenas, no ha llegado el momento de buscar en lo nuestro. Cuando, precisamente, teníamos algo que decir y éramos escuchados y respetados. Prefiriendo de esa forma a lo nuestro por sobre lo que nos es ajeno. 

A veces nos parece tener la sensación de Bill Murray en su famosa película El día de la marmota, ya que parece que cada vez que nos despertamos lo hacemos en un mismo día y a una misma hora. Sin importar cuánto hagamos para modificar nuestro destino, parecemos condenados a repetirlo.

Pero como el personaje de la película, también nosotros queremos salir de este ciclo y conquistar a nuestra Rita. O en este caso, dejar de vivir en un país pobre, pues como decían los romanos, no hay hombre rico en un imperio pobre. Veamos cómo podemos hacerlo.

Lo primero es reconocer que la deuda externa argentina, por un lado, no tiene justificación administrativa, económica ni financiera, tal como lo sostiene uno de sus mayores estudiosos, Alejandro Olmos (7).

Por otro lado, hay que aceptar por cierto lo que sostiene el segundo presidente de los EE.UU., John Adams, quien afirmó: “Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación. Una es la espada, la otra es la deuda”. A confesión de parte, relevo de prueba, agregamos nosotros.

Lo segundo es adoptar una “insubordinación fundante”, como lo afirma y lo fundamenta Marcelo Gullo (8), quien explica que siendo un país periférico como somos, nos caben dos actitudes posibles: ser complacientes con los poderes establecidos o, por el contrario, diferenciarnos y construir el propio. 

Es más, lejos de cualquier xenofobia, es el mismo autor quien nos aconseja seguir la misma trayectoria de aquellos países que lo lograron, tales como la Gran Bretaña de la Revolución Industrial y los EE.UU. de los federalistas como Alexander Hamilton.

Al efecto, adoptar una política exterior realista basada en nuestros intereses nacionales y alejada de cualquier alineamiento automático. Si es necesario, por ejemplo, tomar la decisión de irnos del Mercosur (9).

Lo tercero es recrear los criterios de aquel éxito económico que nos permitió superar nuestro primer default sin mayores problemas con las teorías económicas desarrolladas por Silvio Gesell.

El dinero no utilizado para el pago de la deuda externa y sus servicios, se podría emplear para reactivar nuestro aparato productivo, y para ello es necesario:

● Reactivar la economía real mediante medidas destinadas a reducir, drásticamente, los impuestos nacionales, provinciales y municipales, especialmente el IVA a los alimentos, a los combustibles y a las tarifas de servicios públicos, a los efectos de que las familias y las PyMes cuenten con capital para volver a funcionar.

● Poner en marcha toda la infraestructura estatal productiva de la que dispone el país, desde las fábricas militares hasta los astilleros, pasando por los laboratorios medicinales. También las empresas mixtas de alta tecnología, como el INVAP.

● Rediseñar y poner a funcionar todos los modos de transporte estratégico disponibles al servicio del desarrollo nacional, tales como el ferroviario, el aéreo y el marítimo, potenciando, entre otros, los ferrocarriles y Aerolíneas Argentinas y recreando ELMA.

● Custodiar y explotar nuestro Mar Argentino para –por un lado– evitar su depredación por agentes pesqueros extranjeros y –por el otro– desarrollar y potenciar nuestra industria pesquera.

● Nacionalizar la administración de nuestros recursos mineros mediante la creación de un organismo estatal que disponga de la capacidad técnica para monitorear y controlar a las poderosas compañías mineras que operan en varias de nuestras provincias.

Como lo que nos interesa en esta oportunidad es desarrollar el punto tercero de nuestra lista, cual es recrear los criterios de aquel éxito económico que nos permitió superar nuestro primer default sin mayores problemas, vamos a seguir con este tema, pero antes de hacerlo es fundamental que entendamos cuál es el rol del dinero. 

Porque de eso se trata en el fondo. ¿Para qué sirve y para qué usamos el dinero y su correlato, el crédito, y cómo éste produce utilidades?

Para empezar, hay que decir que para los Antiguos el dinero era un medio de medios. El mejor de todos, ya que su posesión permitía adquirir casi todos los bienes y servicios disponibles en una sociedad. 

Sin embargo, Aristóteles siempre advirtió que el dinero no podía parir dinero. Vale decir que siempre debía ser empleado para el intercambio de bienes, no para quedar a resguardo a cambio de una tasa de interés.

Con el tiempo se aceptó que se pagara una tasa por el dinero depositado a través de diversos instrumentos financieros, desde la letra de cambio, inventada por los Templarios, hasta las actuales monedas virtuales como el BitCoin.

Convertir el dinero en un fin en sí mismo es un problema, pues si bien produce ingentes riquezas, su distribución era muy desigual y ello termina ocasionando graves crisis periódicas.

Las causas de esta desigualdad son muy fáciles de identificar, ya que mientras la masa de nosotros vivimos de lo que se denomina la economía real, o ‘Main Street’, hay una élite que vive de lo que producen los activos financieros, o ‘Wall Street’.

La razón estriba en la diferente tasa de crecimiento que disfrutan ambas economías. Mientras que la real sólo puede crecer en forma natural y aritmética, la segunda lo hace en forma artificial y geométrica. Veamos.

Tomemos para ejemplo de la primera a un productor vitivinícola. Si éste quiere mejorar su rentabilidad deberá perfeccionar sus procedimientos de riego, poda, cosecha, producción y comercialización. Pero sus avances serán siempre modestos y supeditados a las alternativas de la duración de su ciclo productivo, el que es anual. Sin mencionar otros factores, como los climáticos o las variaciones del precio de su producto por diversos factores ajenos a su voluntad.

Por el contrario, un inversor que invierta la misma cantidad de dinero que ese productor dispuso, por ejemplo, para la compra de vasijas vinarias de roble, en activos financieros, obtendrá una ganancia rápida y geométrica.

Ni mencionar si la ‘City’ de este inversor es Buenos Aires, ya que podría llegar a una rentabilidad de tres dígitos medida en el término de días, como ha sucedido en nuestro pasado reciente.

Alguien nos podría retrucar que, bueno, estas son la reglas de juego y que el dinero del segundo (el inversor) es necesario para que el primero (el productor) pueda obtener un crédito para que, a su vez, lo pueda emplear para iniciar o mantener una actividad productiva. Y que para que ello funcione, debe existir una tasa de interés que justifique la inmovilización momentánea de ese dinero por parte del inversor.

Esto es parcialmente cierto, porque el problema radica en los distintos niveles de ganancia que recibe cada uno por su respectivo esfuerzo, ya que el productor sólo podrá producir más o mejor vino, pero siempre tendrá que ser algo concreto. 

Sus ganancias, en el mejor de los casos, serán de naturaleza aritmética, mientras que el inversor, por el simple hecho de mantener su dinero inmovilizado, recolectará intereses que se multiplicarán de manera geométrica.

Otro problema que se suma en nuestro país son las altísimas tasas de interés que tenemos en la plaza financiera. Ellas responden, entre otras cosas, no solo al precio del dinero, sino también a la creciente deuda que produce el déficit crónico del Estado. 

Esto es así porque al costo de cada bien o servicio (incluidos los servicios públicos) que pagamos, debemos sumarle los impuestos municipales, provinciales y nacionales, buena parte de los cuales será destinado por el Estado al pago de los servicios de la deuda externa. Vale decir, la misma situación que nos llevó a la crisis de 1890. 

Llegados a este punto, se hace evidente que debemos buscar mecanismos que permitan un equilibrio basado en una mejor reciprocidad de cambios. De tal modo que tanto el inversor reciba su ganancia, pero, que a la vez exista un incentivo para que no tenga “secuestrado” su dinero en una actividad especulativa. Igualmente, también, para que el productor obtenga su parte para que, en definitiva, pueda seguir produciendo los bienes reales que todos consumimos.

El ya mencionado Silvio Gesell vio la necesidad de obligar a los tenedores de dinero a hacerlo circular para impulsar diversas actividades productivas. Lo denominaba “dinero sellado”, vale decir que se penalizaba su mera tenencia o si no era retirado de circulación cada dos o tres años.

a modo de conclusión 

Como sabemos, han pasado muchos años desde la ideas de Gesell hasta nuestros días, pero hay una realidad que permanece subyacente. Es la gran cantidad de recursos financieros, ya sea en dólares o en nuestra moneda, que los argentinos retenemos sin otra perspectiva que obtener inmensas ganancias depositándolos a altísimas tasas de interés en el caso de hacerlo en pesos, o atesorarlos como una reserva de valor en caso de hacerlo en dólares.

Pues, ha llegado la hora de que ese dinero así inmovilizado se vuelque a la producción. Obviamente, que serán necesarias medidas políticas que favorezcan esta liberación, pero también instrumentos contables que la permitan, como la nacionalización y regulación de la banca y del comercio exterior.

Por ejemplo, tras la pasada crisis del 2001, una de las formas que encontraron las provincias para financiarse fue el uso de las denominadas cuasimonedas, las que en buena medida responden al concepto de “dinero sellado” inventado por Silvio Gesell. 

Una realidad que parece estar a punto de repetirse en varias provincias argentinas, como es el caso de Chubut, Neuquén, La Pampa y Chaco. Recordemos que no todas las cuasimonedas fueron un fracaso. 

Algunas, como los bonos transables, tales como el ‘Patacón’ bonaerense o el ‘Petrom’ mendocino, funcionaron bastante bien, ya que al tener una fecha de vencimiento no se podían atesorar y había que gastarlos en la compra de bienes y servicios. Esto produjo un auge productivo, a la par que aumentó la recaudación y permitió eliminar el déficit fiscal.

Tal vez ha llegado el momento de volver a estudiarlas y, llegado el caso, aplicarlas en forma perfeccionada.

NOTAS:
(1) ‘The Ascent of Money: A Financial History of the World’. Penguin Press, Londres 1994.
(2) ‘Geopolitics and Global Futures’. https://www.gcsp.ch/topics/ geopolitics-and-global-futures
(3) BUELA, Alberto. Francisco y el sentido metapolítico de Argentina. http://www.alainet.org/es/active/74023 
(4) Para algunos autores, como el economista Jorge Gaggero, el empréstito Baring se terminó de pagar en 1947, durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón. Es decir unos 120 años después. Pero nadie duda de que se demoraron muchísimos años en hacerlo.
(5) Keynes y Gesell ¿Nuevo paradigma? El orden económico natural y breve historia monetaria argentina. Ed. ERREPAR SA, Buenos Aires, 2015.
(6) KEYNES, John M. General Theory on Employment, Interest and Money. Ed. Berlín 1936, p. 300. 
(7) OLMOS, Alejandro. Todo lo que Ud. quiso saber sobre la deuda externa y siempre se lo ocultaron. Quienes y cómo la contrajeron. Editorial Continente, 5ª edición, Buenos Aires, 2004.
(8) La insubordinación fundante. Breve historia de la construcción del poder de las naciones. 4ª edición. Biblos, Buenos Aires, 2008.
(9) SPERONI, Iris. ‘Ha llegado el momento de irnos del Mercosur’. http://www.laprensa.com.ar/471450-Ha-llegado-el-momento-de-irnos-del-Mercosur.note.aspx 

Carlos Pissolito es coronel (R) del Ejército Argentino, licenciado en Estrategia y Organización y Postgrado en Defensa en el Institute of World Politics de los EEUU.

Fue agregado militar adjunto en los EE.UU. y director del Centro Argentino para el Entrenamiento de Operaciones de Paz. 

Dicta conferencias internacionales en manejo de crisis complejas y de reforma del sector Defensa y Seguridad y es autor de varios libros y numerosos artículos sobre estos temas.