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Hong Kong: la isla maldita

Las últimas protestas en Hong Kong ponen en alerta al gobierno chino y pueden ser el punto de partida de un cambio significativo

04 de julio, 2019 - 13:36

En estos días, en los que el mundo mira preocupado el desenvolvimiento de las tensiones entre los Estados Unidos e Irán, un nuevo problema se suma al tablero. Y es de suma importancia no perderlo de vista porque involucra a uno de los protagonistas del sistema internacional: China.

Todo comenzó el pasado 9 de junio cuando se anunció un proyecto de ley de extradición con alcance a la China continental. Es decir, que un ciudadano de Hong Kong podía ser enviado allí para someterse a su justicia. SI bien Hong Kong “regresó” a China, era esperable una colisión entre sus dos sistemas. Pues bien, hemos llegado a ese punto. El lema que signa “un país, dos sistemas” sostiene la autonomía de la isla hasta el año 2047 y la nueva ley es interpretada por sus habitantes como una erosión significativa de las libertades heredadas, paradójicamente, de su pasado colonial.

El 1 de julio, en el vigésimo segundo aniversario del retorno al mandato chino, tuvo lugar la mayor de las protestas. A tal punto llegó el conflicto que los manifestantes ingresaron al parlamento y reemplazaron la bandera. Llamativamente, la represión, temida desde el minuto cero, tardó en llegar.

Hong Kong es uno de los centros financieros más importantes del mundo. Su peso simbólico es gigante para China puesto que representa su cara de la moneda más brillante, su mejor perfil ante el mundo capitalista que necesita de China como socio global. La incapacidad de influir sobre los designios de la isla no sólo la ponen en un lugar de debilidad de doble manera: a) le surge una nueva grieta de soberanía al perjudicar cohesión con el continente (con Taiwán como primera referencia); y b) el levantamiento de su cara capitalista realza su impronta comunista; aquella que la aleja del sistema internacional heredada tras la caída del muro.

Ni lerdo ni perezoso, Donald Trump tomó la posta y declaró que “(Los manifestantes) Buscan la democracia (…) Algunos gobiernos no quieren la democracia”. Y es que lo último que busca China es presentarse como un actor revisionista en un mundo al que ésta se presenta como abogada del multilateralismo. En un mundo tutelado por los Estados Unidos, China quiere y necesita mostrarse como la defensora del status quo.   

Habrá que ver cómo resuelven las autoridades las demandas del pueblo insular. La máxima autoridad de la isla, Carrie Lam, ha quedado muy desautorizada y las sesiones legislativas tardarán pues el parlamento ha quedado destrozado y no existe otro lugar para sesionar según lo manifestado oficialmente. Por su parte, Beijing comienza a levantar la voz exigiendo a los Estados Unidos y a Gran Bretaña que detengan sus comentarios al entenderlos como intervención en asuntos soberanos chinos. Ciertamente eso no ocurrirá, Gran Bretaña ha llamado al embajador chino a consultas para pedir explicaciones por la represión.  

China no tiene margen para tomar posturas benignas respecto a las demandas en Hong Kong. Atrapado en una competencia por la primacía mundial, el gobierno de Xi Jinping puede quedar acorralado en una situación a la Tiananmen que signifique un boicot diplomático como aquella vez, pero también un freno sus ambiciones comerciales. China, con la nueva Ruta de la Seda y su programa de “One Belt One Road”, está en una apuesta del todo por el todo. Cualquier retraso de esas iniciativas le significaría un golpe importantísimo a su economía y, por ende, a su proyección global.

Habrá que ver cómo maneja Donald Trump la situación. Se la ha abierto una oportunidad de oro para presionar sobre su nuevo rival estratégico. Sería imprudente no aprovecharlo.