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Cuando David se convierte en Goliat

La invasión al Líbano o los ataques de Israel a Irán son problemas globales que se conectan con la Argentina y viceversa. Pero nuestras comunidades, tanto judía como la musulmana conviven con la cristiana en una armonía razonable y eso puede ser una lección de vida para los pueblos antiguos.  Lo que indica que una convivencia pacífica es posible

10 de mayo, 2019 - 12:55

Creo que casi todos recordamos la historia bíblica de David y Goliat, aunque creo que vale la pena que la recordemos. Se cuenta en el Libro de Samuel que Israel estaba en guerra contra los filisteos. Uno de ellos, el gigante Goliat les propone a los israelitas un combate singular contra su mejor hombre para así evitar una sangrienta batalla campal.

Ante la negativa de muchos, se presenta David, quien no era más que un joven pastor de ovejas, sin ningún conocimiento militar. Pero, para sorpresa de todos, David derriba de un hondazo al gigante,  aprovechando su caída para cortarle la cabeza con su propia espada. Luego de este triunfo, David fue visto por muchos como un adalid de los oprimidos. Lo que luego de algún tiempo y de otros combates, le permitió ser ungido como rey de Israel. 

Como tal, fue un rey lleno de logros, ya que estableció a Jerusalén como la capital de su reino y se convirtió en el símbolo viviente de Israel. Lo que no impidió que, también fuera reverenciado por los cristianos y por los musulmanes. 

Pero, ¿Qué nos cuenta esta historia desde el punto de vista militar? 

Se la ha utilizado para ejemplificar que la superioridad moral se encuentra casi siempre del lado de los más débiles, ya que para que la guerra no sea una masacre exige que entre los contendientes exista una cierta paridad de medios. Y que si este no fuera el caso, las simpatías estarán siempre del lado más débil.

Históricamente, el Estado de Israel va a surgir el 14 de mayo de 1948, al expirar el mandato británico sobre Palestina y ser proclamado como tal. Casi, inmediatamente, este pequeño y naciente Estado fue atacado por sus vecinos árabes generando la que se denominó como su Guerra de la Independencia.

A este enfrentamiento, le siguieron otros similares. La Guerra del Sinaí en 1956, de los Seis Días en 1967 y de Yom Kipur en 1973. Decimos similares porque en todas ellas el pequeño Israel, como un David, se defendió del Goliat que representaban las poderosas coaliciones árabes que lo enfrentaban sin poder derrotarlo. 

Con estos sucesivos conflictos, el Estado de Israel se fue consolidando y expandiendo sus fronteras. Llegando incluso a proclamar a su amada Jerusalén, como su ciudad capital. En el proceso las minorías palestinas que habitaban esas tierras fueron confinadas a dos sectores: la Cisjordania y la Franja de Gaza. 

Fue entonces, que la guerra de Israel con sus vecinos se transformó. Pasó de ser una guerra de ejércitos convencionales a una no convencional, asimétrica o híbrida, si se prefiere. La oposición a Israel dejó de provenir de otros Estados, para surgir de diversos grupos no estatales, insurreccionales como la OLP (Organización de Liberación de Palestina) primero, y de Hamás, más recientemente, para solo nombrar a dos de los más conocidos. También, del Hezbollah, una organización sediciosa libanesa de inspiración chiita. 

El apoyo que estas organizaciones recibían desde otros Estados, principalmente desde el Líbano, de Siria y de Irán. Llevó a las Fuerzas de Defensa de Israel a invadir el Sur del Líbano en 1982 y en el 2006, al margen de las numerosas incursiones, escaramuzas y ataques mutuos que hubo y hay en el interín.

Para desgracia de Israel, el propio carácter de la lucha, una librada contra grupos insurreccionales hizo que fuera vista ante el mundo como el lado fuerte y como el bando agresor, es decir, en términos bíblicos, como un Goliat. Una idea que se ha visto reforzada por la contumaz resistencia de su gobierno por aceptar la tesis propuesta por la ONU y por varios países, incluido el nuestro, de la postura que se conoce como “la solución de dos Estados”.

Concretamente, la propuesta consiste en asignarle el territorio del antiguo Mandato Británico de Palestina ubicado oeste del Río Jordán, para la creación de dos estados separados e independientes; el Estado de Israel y el Estado de Palestina. En términos generales, se asume que el Estado de Palestina debe comprender la Franja de Gaza y la Cisjordania, es decir, los actuales Territorios Palestinos administrados por la Autoridad Nacional Palestina. 

La misma fue enunciada por la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU de 1974 y la misma fue aceptada por Hamas que es quien gobierna la Franja de Gaza en el 2017. Pero a la par, Hamas continúa con lo que considera es una guerra de liberación, pues considera a su territorio ocupado por Israel y sometido a grandes privaciones y restricciones de movimiento. 

Desde hace unos pocos días, una lluvia de cohetes disparados por Hamas, desde la Franja de Gaza, caen sobre el Estado de Israel. Por su parte, Israel ha intentado defenderse con su sistema antimisiles Iron Dome. Uno que detiene, aproximadamente al 70% de los cohetes disparados. Obviamente, que no es suficiente. Mucho más si tenemos en cuenta que un israelita promedio escucha sonar las alarmas antiaéreas varias veces al día. 

Esto lleva al gobierno israelí a un difícil dilema. Debe actuar para proteger a su población, pero no puede hacerlo en exceso, pues ello lo llevaría a incurrir en lo que venimos explicando: en el Síndrome de Goliat. 

Mucho se habla, por estos días, de una nueva invasión al Líbano o, incluso, de ataques por parte de Israel a Irán, quien es el proveedor de la cohetería que usa el Hezbollah y Hamas. También, en un tablero mayor, de las posibles acciones de los EE.UU., el principal aliado y protector del Estado de Israel.

Y como siempre tratamos de hacerlo, buscamos ver cómo estos problemas globales se conectan con nuestra Argentina o viceversa. En este sentido, creo que nuestras comunidades, tanto la de religión judía como la musulmana conviven con  la mayoría cristiana en una razonable armonía. Un ejemplo que bien pueden darle una lección de vida a sus respectivos antiguos pueblos. El de la que la convivencia pacífica es siempre posible.