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Geopolítica para el oasis mendocino II

Para que tengamos una Vendimia feliz, hace falta una buena cosecha y  para que esto se logre, entre otros factores, se necesita agua. Por eso debemos consolidar y perfeccionar las bases que nos dejaron nuestros antepasados y políticas de Estado que permitan obras para mantener vivas nuestras tierras

07 de marzo, 2019 - 10:57

Vivimos tiempos de Vendimia. Las mismas surgieron, nos dice un especialista en ellas, “...como símbolo de la alegría por el final de la cosecha. Y aunque el turismo las está globalizando, lo cierto es que estas celebraciones se remontan a los tiempos en que el vino era el puente entre dioses y hombres”. (G. Lammers, Las Fiestas de la Vendimia).

Damos pruebas de ello nosotros los mendocinos, que las festejamos desde hace más de cinco siglos. 

Pero el lector que sigue nuestras columnas de opinión sabe muy bien que lo nuestro son los grandes temas nacionales y, en ocasiones, la geopolítica de internacionales vinculados con nuestra defensa y con nuestra seguridad, aunque, como lo decían nuestra abuelas, la caridad bien entendida empieza por casa y pensar globalmente también nos puede ayudar a obrar localmente.

La cultura vitivinícola local es la más importante del continente.

Concretamente, creo que la situación de la provincia merece algunas líneas en nuestra columna al respecto. Para empezar, podemos recordar que la geopolítica es la ciencia que estudia la influencia del denominado factor geográfico en las actividades humanas. Actualmente, la creciente influencia del Cambio Climático Global (CCG) y de otros factores conectados al mismo, han llevado a que varios expertos ya hablen de una metageopolítica. Vale decir de una ciencia que ayude a los decisores a obrar con prudencia y, en consonancia, con un mundo que no solo debe ser próspero, sino fundamentalmente sustentable.

Un oasis en el desierto

Ya lo hemos dicho con orgullo, que Mendoza es un oasis en el desierto. Por eso mismo sabemos que para que tengamos una Vendimia feliz hace falta una buena cosecha y que para que ésto se logre –entre otros importantes factores– hace falta agua. 

En nuestro primer artículo historiamos cómo el aprovechamiento del agua en nuestra provincia empezó en el período prehispánico. Pero alcanzó su apogeo a fines del siglo XIX. Luego, los que vinieron después –con sus idas y vueltas–tomaron la posta. Una que parece haberse interrumpido desde hace unas dos décadas atrás.

Una muy apretada síntesis nos marca los siguientes hitos en este largo camino por no quedarse sin agua:

1- 1884: se sanciona la Ley de Aguas y se crea el Departamento General de Irrigación.
2- 1885: se inaugura el dique Luján de Cuyo durante la gobernación de don Tiburcio Benegas.
3- 1939: se construye los diques  Medrano, Valle de Uco y Phillips para la captación y canalización del tramo superior del río Tunuyán. 
4-1941: se inicia la gran obra de El Nihuil, la que se irá completando y perfeccionando con los años. 
5- 1955: se erigen los diques de Agua del Toro y El Carrizal.
6 -1999: comienzan los trabajos en el dique de Potrerillos. 

Como se deduce del cuadro de fechas anterior, hace más de 20 años que no se construye una gran obra hidráulica en la provincia. 

Llegado a este punto, solo nos queda a los mendocinos cruzar los dedos y elevar oraciones a los dioses del vino para que se concrete el ansiado proyecto hidroeléctrico Portezuelo del Viento, conformado por un complejo que constituido por cinco centrales hidroeléctricas que se construirán sobre el río Grande, en el Sur de la provincia. 

El futuro paredón de Portezuelo del Viento.

Sucede, como todos sabemos, que su construcción pende de dos hilos. Uno legal y que está vinculado con una disputa interprovincial con La Pampa por el aprovechamiento del río Atuel, y otro vinculado con el financiamiento de esta importante obra pública, hoy en peligro por la  crisis económica en desarrollo.  

Las consecuencias del cambio climático global (CCG)

Pero más allá de estos inconvenientes, se cierne sobre todos las consecuencias del CCG. Uno que ya está haciendo sentir sus efectos en todos lados, con huracanes en el Océano Atlántico, tifones en el Pacífico y ciclones en el Índico.

En forma paralela, en nuestro país fuimos asolados por una de las peores sequías del siglo y, por si esto fuera poco, parece ser que en este año tendremos la contrapartida de graves inundaciones.

Más allá de estas consecuencias más visibles del CCG, hay otras que marchan silenciosas, entre ellas hay una que nos interesa especialmente, cual es la merma en la cantidad de agua disponible, ya sea para el consumo humano o como para la agricultura.

Potrerillos tuvo niveles bajos, pero ya se recuperó.

Respecto de la disponibilidad de agua potable sabemos, por ejemplo, que las ciudades del Sur del continente africano están perdiendo sus fuentes naturales de agua. Como ha sido el caso de Ciudad del Cabo, ubicada en una latitud similar a las principales argentinas. Mendoza, nuestra ciudad, se encuentra ubicada en esa franja geográfica, aunque a diferencia de Sudáfrica cuenta con la ventaja de tener glaciares cordilleranos. 

Por lo tanto, estamos convencidos de que no bastará con la construcción de obras de infraestructura hidráulica, creemos que ha llegado el momento de saber qué hacer cuando falte el agua.

Hasta el momento, más allá de la emergencia hídrica ya crónica, nuestros glaciares están entregando lo que pueden. Nieva menos en invierno, pero el calor del verano los derrite, de tal forma, que siguen aportando agua. El problema se nos va a presentar cuando el progresivo achicamiento de ellos los coloque a una altitud en la que ya no se derritan más. 

Obviamente, antes de llegar a ese punto de no retorno, habrá sido necesario la toma de varias decisiones estratégicas. 

Por ejemplo, en base a los estudios realizados por la PROSAP* se debe elevar el nivel de eficiencia de uso del agua, que actualmente es solo de un 43% y que habrá que llevarlo a un aceptable 60%. Vale decir que más de la mitad del agua que captamos se pierde por el ineficiente sistema de distribución que tenemos, que no es uno muy diferente al diseñado por los huarpes y perfeccionado por nuestros pioneros a principios del siglo XIX. 

Río Mendoza.

Por ejemplo, hoy es necesario ahorrar agua, aprovechar hasta la última gota, impermeabilizando los cauces que la transportan, distribuyendo por sistemas de riego por goteo, etcétera. Para lo cual serán necesarias inversiones muy importantes del orden de US$ 1.200 millones. Dichas inversiones estarían compuestas por unos US$ 700 millones en los sistemas colectivos (obras de captación, canales, obras de regulación y control) y aproximadamente otros US$ 500 millones en inversiones de mejora y tecnificación del riego en parcela, además de mejoras en la aplicación del riego por gravedad.

Tales números nos indican la imperiosa necesidad de la adopción de una clara y factible política de Estado que, en el mediano plazo, permita la construcción de obras como Portezuelo del Viento, al menos como un primer y necesario paso. Pero uno que por ningún motivo deberá ser el único, sino el primero de una larga marcha para mantener vivo el paradigma del oasis en el desierto. 

Tal como lo hicieron nuestros abuelos, los que soñaron y sentaron las bases de una Mendoza productiva y próspera, una que levantaba alegre, en cada Vendimia, las copas llenas con vino nuevo. Nosotros, sus descendientes, debemos consolidar y perfeccionar esas bases., no hacerlo sería traicionar ese legado a nosotros mismos y al de nuestros hijos. 

*PROSAP: es el Programa de Servicios Agrícolas Provinciales (PROSAP) que se ejecuta a través de la Dirección General de Programas y Proyectos Sectoriales y Especiales (DIPROSE) de la Secretaría de Gobierno de Agroindustria, del Ministerio de Producción y Trabajo.