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Cordillera de hielos eternos, cordillera de doradas ambiciones

23 de diciembre, 2019 - 07:21

Los mendocinos miran todos los días, indefectiblemente, por un motivo u otro, a ese cordón montañoso que observaron por primera vez cuando descubrieron el mundo en brazos de su madre. Es parte de su corazón y de ser habitante de esta tierra cuyana.

Esa cadena de montañas encierra la historia misma de cada una de todas las familias que multiplicaron la población que hoy compone la provincia. Desde el ancestral paso incaico, la epopeya emancipadora con trascendencia mundial de José de San Martín y fuertes vivencias de andinistas de todo el mundo que vinieron a desafiarla con la emblemática presencia del Aconcagua.

También con el glosario de aprovechamientos y rudimentarios modos de producción agrícola que tuvieron las poblaciones originarias, principalmente los Huarpes.

Aspecto que se conjugó con el modo de producir de las corrientes migratorias que llegaron aquí. Todos con un mismo sentido, aprovechar y cuidar mejor el vital elemento para la vida animal, vegetal y humana, el agua.

Algo que con el tiempo fue ponderado ante la mirada del mundo en la Fiesta Nacional de la Vendimia.

En torno del agua, Mendoza proyectó su razón de ser y de crecer, consciente que ella provenía en un 90% de esos hielos eternos cordilleranos.

De ahí de crear una institución que gobierne tamaño punto de la existencia misma de la provincia, el Departamento General de Irrigación (DGI). Organismo que toma relieve institucional tan vital como importante, incluso sobre los tres poderes del Estado, solo comparado con la Constitución.

Administrar el agua hacia todos los rincones y hacia toda la población es el objetivo sobresaliente del DGI, se diría que es  el corazón mendocino que no debe dejar de latir para que fluya por las venas de todo el cuerpo social y productivo provincial.

Mendoza, con ese orden creció y se proyectó como potencia productiva ante los ojos del país y con el transcurrir de los años, del mundo.

Con el paso del tiempo apareció una actividad no agraria y de un recurso no renovable: la producción petrolera. Toda una cuestión que mostró una impresionante riqueza en el suelo mendocino, a punto tal que se constituyó en uno de los principales ingresos de divisas al Estado provincial.

Pasado el tiempo, quienes viven en Mendoza sintieron por primera vez que una actividad productiva no tradicional implicaría, sino se la controlaba, un factor de contaminación de su corazón, el agua.

Punto que lo sufrieron con máximo rigor pobladores de la zona de El Carrizal cuando en la década de los `90 comenzaron a notarse indicios de contaminación en napas subterráneas de agua pertenecientes a una gran cuenca acuífera donde está enclavada la Destilería de Luján de Cuyo.

Recién en el año 2003 se transformó en litigio judicial entre pobladores y la empresa petrolera, por contaminación con derrame descontrolado de benceno, tolueno, etilbenceno y xileno.

Todo un tema que no se nota en la superficie, pero que se transformó en uno de los pasivos ambientales más difíciles de resolver de todos los que debe enfrentar la actividad petrolera en la provincia. Inclusive con situaciones muy incómodas que la empresa prefiere mantener en conveniente silencio.

Los nuevos tiempos en los últimos 13 años de vida de este Estado provincial cuyano han introducido a esta tierra a debatir otra actividad que de entrada fue cuestionada por el temor generalizado del mendocino de que se estaba ante algo que podría producir mortal lesión en su corazón, el agua.

Exploración y explotación minera metalífera en lugares claves de la cordillera de Los Andes. Un tema que se prolongó demasiado en el tiempo porque oportunamente se le puso un límite con la Ley 7.722 y porque todo el sector minero resistió ese instrumento jurídico.

El fuerte argumento para instalar la minería son millonarias inversiones, creación de múltiples fuentes de trabajo y el derrame económico, sobre todo el "compre provincial" que, dicen, se produciría alrededor y dentro de la actividad.

El duro argumento real y palpable para resistir la instalación minera con la 7.722 en mano, fue la defensa irrestricta del agua y todo lo que ella implica para la vida provincial.

Los avatares de la provincia, miradas de futuro, compromisos políticos y fuertes intereses empresarios que implican hacer penetrar a Mendoza en la producción minera metalífera triunfaron sobre la casi negativa generalizada de la sociedad local.

Porque más allá de todo lo que esta última pueda haber hecho, el objetivo minero se alcanzó. Sin más y con una suerte de corporación política y empresarial, se alcanzó.

La mirada de hoy sobre puesteros, viñateros, ajeros, paperos, manzaneros, alvearenses, lavallinos, tupungatinos, sancarlinos, sanrafaelinos y cada familia que habita la vasta geografía provincial muestra visiones perdidas y con ojos cargados de lágrimas del alma, recordando lo que implicó para sus ancestros el cuidado del recurso hídrico y el potencial de un gobierno del agua abandonado por debilitamiento, casi intencional.

Mirada que indefectiblemente, alguna vez, se posaron con orgullo en esa cordillera de hielos eternos. Mirada, que hoy con mucha tristeza se dibuja, desconocida, por doradas ambiciones.