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Gabinete nacional: ¿‘cursus honorum’ o amiguismo?

Para su Gabinete, el actual Presidente ha apelado a una variopinta mezcla conformada con figuras conocidas, pero con pocos especialistas y ningún notable, basada en  los intereses políticos que pesaron en su alianza electoral.

23 de diciembre, 2019 - 20:45

Cursus honorum era el nombre que recibía el escalafón de responsabilidades públicas en la República romana. Estipulaba, por medio de una ley, su ordenamiento jerárquico y la edad mínima para desempeñar cada uno de estos cargos al servicio de Roma. 

También fijaba un servicio militar previo a ser cumplido por los aspirantes a los puestos más importantes, como los de cuestor, pretor, cónsul y censor. 

Mediante este sistema, los romanos pretendían asegurarse que sus funcionarios, tanto los ordinarios como los extraordinarios, estuvieran capacitados para desempeñar las tareas que se les encargaban, ya que el sistema los iba haciendo ascender una vez que cumplían, con éxito, la función pública que precedía en importancia a la que eran designados.

Con la llegada de la democracia moderna, los diferentes cargos políticos no tuvieron otro requisito que la elección mediante el voto popular, al margen, de pequeñas exigencias relacionadas con la edad y, en algunos casos, con un nivel básico de educación.

En nuestro país se podría agregar la necesidad de pertenecer al partido político del gobierno electo para desempeñar puestos de alto nivel. Aunque esta condición no ha llegado a ser absoluta, ya que, al menos, unos pocos ministros y secretarios han sido elegidos sin cumplirla.

En algunos países, esta vieja tradición romana ha subsistido, al menos en su espíritu. Por ejemplo, en los EE.UU. existe una ley no escrita que sugiere que, tanto sus senadores como quienes ocupan el puesto de presidente, es conveniente que gocen tanto de una fortuna personal como que dispongan de algún tipo de experiencia militar.

Por su parte, en Suiza existen los denominados “políticos milicianos”, quienes son ciudadanos que no viven de la política pero ejercen determinados puestos políticos, como diputados y senadores, por lo que no reciben ningún tipo de sueldo ya que su tarea es ad honoren.

La historia política argentina, si bien no exhibe nada parecido a un cursus honorum, ya que hay casos casi para todos los gustos, no son pocas las apelaciones propagandísticas a los denominados “gabinetes de notables” o de lujo, con lo que en definitiva se le rinde un póstumo homenaje al viejo y eficaz sistema que hizo la grandeza de Roma.

En ese sentido, los historiadores recuerdan a los gobiernos de la denominada ‘Generación del 80’ por sus gabinetes conformados por verdaderas eminencias.

Solo por nombrar a unos pocos, podemos mencionar a Luis María Drago, canciller de la segunda presidencia de Julio Argentino Roca y creador de la doctrina internacional que lleva su nombre; a Emilio Civit, notable ministro de Obras Públicas de ese mismo gobierno; a Domingo Faustino Sarmiento, emblemático director de Escuelas entre los años de 1857 y 1860; a Carlos Saavedra Lamas, el canciller del presidente Agustín Justo, que fue Premio Nobel de la Paz por su intervención en las negociaciones de paz entre Bolivia y Paraguay, tras la Guerra del Chaco.

Mucho más recientemente, hay gobiernos, como el de Canadá, que apelan a la idoneidad de su gabinete sosteniendo, por ejemplo, que su ministro de Salud es un reconocido médico sanitarista; que el de Transporte se ha desempeñado como astronauta; que el de Defensa es un militar con experiencia en operaciones de paz o que el de Agricultura es un exitoso productor agropecuario.

Contrario a todo lo señalado, en nuestra República –sin importar si es gobernada por tirios o por troyanos– lo que se impone es el más absoluto de los amiguismos.

El Gobierno anterior tuvo incluso la audacia intelectual de proclamar al suyo como “el mejor de los últimos 50 años”, cuando en realidad se había  nombrado a uno conformado con amigos del Presidente, con los resultados que todos conocemos.

El actual ha apelado a una variopinta mezcla conformada con figuras conocidas pero con pocos especialistas y con ningún notable. Obviamente que lo dicho denota un complejo armado en función de los diferentes intereses políticos que integraron su alianza electoral. 

Aunque se puede afirmar, sin duda alguna, que se destacan los designados por la preponderante influencia de la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner. Y también por nuestra la impronta progresista de lo políticamente correcto, al incluir varios ministros, como el de Seguridad, que solo se destacan por su particular ideología.

Por supuesto que corresponde otorgarles a ellos y al equipo presidencial el beneficio de la duda. Digamos una de al menos cien días, el lapso de la famosa ‘luna de miel’ de la que, supuestamente,  disfrutan los gobiernos en sus comienzos. 

Pero sucede que con los años uno ha aprendido a ser más estricto en sus juicios en función de las sucesivas malas  experiencias. Aunque de todos modos, habrá que esperar. 

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.