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Gobernar es prever

19 de junio, 2018 - 13:01

"...los Romanos hacían en estos casos lo que todo príncipe sabio debe hacer: no preocuparse solo de los desórdenes del presente, sino también de los del futuro, y evitarlos por todos los medios; porque cuando los males se prevén con antelación es fácil ponerles remedio, pero si se espera hasta que están cerca, la medicina ya no surte efecto, porque la enfermedad se ha vuelto incurable..."  (Niccolo Machiavelli)

La prolongada cita del creador de la política moderna nos ahorra de toda introducción. La prudencia política que es la virtud que la regula se debe nutrir tanto de la historia del problema, de las circunstancias actuales que lo rodean y de cierta anticipación del futuro.

Sabemos no solo que el futuro no existe. También, que todos los métodos destinados a conocerlo, sean estos científicos o mágicos, han fracasado.

Ante esta certeza, casi absoluta, se le abren al hombre político las puertas de la previsión. Dice el dicho que "quien no tenga cabeza para prever deberá tener espaldas para aguantar".

Ha sido el propio Presidente quien ha criticado su excesivo optimismo. Solo para volver a caer sobre el mismo tras el otorgamiento del crédito puente del FMI.

Y si hay motivos para el optimismo, no son menos los que nos inclinan a lo contrario. Por lo tanto, no sería una mala idea, y hasta una prudente, seguir el consejo del famoso florentino y prever con antelación.

Por ejemplo, sabemos que nuestra economía está quebrada y que hemos apelado -in extremis- a un crédito del FMI.

El mismo nos llega con una lista de exigencias. Una de ellas es permitir la libre flotación del dólar. Otra, es que el Banco Central sea una unidad autónoma de las decisiones del Gobierno.

Sin embargo, a los pocos de días de la firma de este acuerdo, se imcumplen ambas exigencias, lo que no augura nada bueno pues se sabe que lo que reina en esos organismos multilaterales es la más rancia de las burocracias, las que están lejos de comprender particularismos de esta naturaleza.

A ello hay que sumarle que pronto se harán sentir las consecuencias sociales de la quiebra económica. La primera y más obvia será el deterioro de los salarios frente a la inflación. Un problema que creemos controlable pues cada sindicato negociará en las paritarias de su sector para achicar esta diferencia.

La segunda y menos obvia es que los productos básicos alimentarios, tales como la harina, la yerba, el aceite y los fideos, han aumentado un 20%. A lo que hay que sumarle el hecho, no menor, que esto afecta en mucha mayor medida a los sectores populares. Los que que, precisamente, por estar mayormente ‘en negro’, no disponen de un mecanismo de representación sindical y política formal.

La suma de todas estas variables configura una situación muy compleja que merece no solo ser analizada sino que se tomen decisiones.

De tal modo que no es mala idea, si no conocemos lo que nos deparará el futuro, prepararnos para la peor de sus variantes. Pues, quien se prepara para ello, puede enfrentar mejor situaciones más sencillas.

Aunque no es siempre cierto que el que puede lo más puede lo menos. En lo atinente a los planes políticos no está nunca de más disponer de un plan “B” o de un plan de lluvia.