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La familia, la escuela y estas raras formas de enseñar

La escuela nos convoca hoy a reconfigurar los lazos familiares, a que pasemos tiempo con los niños, a que tengamos paciencia, constancia, orden, cuidado y mucha empatía

16 de abril, 2020 - 20:26

En estos tiempos de pandemia y de cuarentena, las instituciones educativas se han convertido en protagonistas -más que de costumbre- de la escena diaria familiar. De diversas y, a veces, complejas maneras, la escuela nos convoca a dar continuidad pedagógica al proyecto educativo que se iniciaba unas semanas antes de que se decretara el aislamiento obligatorio, poniéndonos a todos como sujetos (pro) activos de esta situación. Transformándonos casi en un agente educador más.

Así, ayudamos, acompañamos y, muchas veces, realizamos las tareas que los docentes mandan. Nuevas demandas que marcan nuevos tiempos, formatos de organización, recursos, paciencia y ganas. Y en paralelo, claro, las actividades laborales que siguen pujando por ser resueltas.

La escuela nos convoca hoy a reconfigurar los lazos familiares, a que pasemos tiempo con los niños, a que tengamos paciencia, constancia, orden, cuidado y mucha empatía. Es, sin dudas, una oportunidad única que nos da, habilitando también el reconocimiento en nosotros mismos de habilidades ocultas, olvidadas o nuevas para hacer frente a dicho desafío.

La escuela se sostiene en este entramado virtual, que con sus resistencias al aggiornamento, se levanta y esgrime, armando redes y lazos. Ver a la seño en el celular o en la computadora, escuchar su voz, verla vestida sin uniforme, espiar alguna parte de la casa que se asoma por el video o algun detalle de su vida, es magestuoso para ellos. Sus caras maravilladas, llenas de sorpresa, es en sí mismo el objetivo cumplido del dia.

Dentro de este escenario tan variado, emergen preguntas nuevas, diferentes, vinculadas al impacto que tiene en los niños el aislamiento, el cambio de rutinas, el estar con sus padres o adultos de referencia mucho más tiempo que el habitual. En conjunto o en soledad, reacomodar las expectativas (propias y ajenas) es también una necesidad que se desprende de este contexto: aceptar este desafío no es sin movimiento, desajuste, momentos de angustia e incertidumbre.

Nosotros, los adultos, somos los encargados de poner palabras, nombrar esto que sucede que ni siquiera tenemos plenamente claro. Todos piden palabras, claridad, definiciones, de una manera u otra. A través del requerimiento explícito que hace el adolescente de querer volver a ver a su grupo de pares, a sus amigos, familiares, su grupo de conexión; o también los más pequeños que con más o menos claridad exponen lo mismo: querer volver al jardín, a ver a los amigos, a ver a la seño.

A las necesidades de contacto, intercambio, relación con lazos afectivos, se suma la de salir de la casa. Se revaloriza el lugar del “afuera” como un derecho adquirido que ahora se vislumbra como anhelado y esperanzador. La tecnología toma un lugar privilegiado, siendo el lazo que nos y los conecta con ese “afuera” en el que los otros también están “adentro”. Las videollamadas grupales, las llamadas, los audios son un integrante más de la casa. Se programan, se coordinan, se esperan, se ansían. Conectan y reconectan con lo que la pandemia dejó aislado, reconfiguran lazos de una manera diferente y única, dejando marcas en cada uno.

Tanto para los niños como para los adultos, tanto para la educación como para las familias, a este raro proceso de aislamiento social tenemos que poder reinterpretarlo como una oportunidad para dejar una huella diferente en nuestras vidas y en la vida nuestros niños. La escuela nos ubica en un lugar, casi sin saberlo y sin buscarlo, donde la mirada se vuelve sobre uno mismo, una introspección obligada para luego salir de ahi mejor, con más herramientas y habilidades, con más ganas y vocación. Con más amor.

Por Laura Badino.

-Psicóloga y Directora de Gestión del Colegio Santa María-