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Conociendo a nuestro enemigo

15 de abril, 2020 - 13:45

Hace unos 2.500 años, un filósofo de la guerra, el chino Sun Tzu, aconsejaba que todo comandante que quisiera salir victorioso de un combate, debía conocer tres factores básicos.

A saber: sus propias fuerzas, el terreno en el que se librarían las acciones y, principalmente, al enemigo a enfrentar.

El conocimiento del enemigo fue siempre la incógnita más difícil de despejar de esta ecuación bélica. Ya que para lograrlo hubo siempre que enfrentar a una inteligencia y a una voluntad adversa.

Con el paso de los siglos los mecanismos y lo métodos para lograrlo se fueron perfeccionando; pero sin variar en lo esencial, que no apuntaba sólo conocer sus capacidades; sino, en particular, las intenciones de ese enemigo.

Recientemente, podemos afirmar que ante esa dificultad se abrieron dos escuelas de pensamiento que pueden aparecer enfrentadas; pero las que, en realidad, lo mejor es que estén complementadas. Nos referimos a la que privilegia el uso de medios tecnológicos a la que lo hace con los humanos.

Pero, nos preguntamos ¿qué es lo que sucede cuando combatimos, como hoy parece ser el caso, a un enemigo que carece de inteligencia y que como, algunos afirman, ni siquiera está vivo? 

Nos referimos al archi nombrado por estos días COVID-19. A la sazón, un virus. O sea, un agente infeccioso submicroscópico que se replica solo dentro de las células vivas de un organismo, desde animales y plantas hasta microorganismos, incluidas las bacterias.

Para empezar a entender a nuestro “enemigo”, hay que admitir que el COVID-19 ha pasado miles de millones de años perfeccionando el arte de sobrevivir sin vivir, una estrategia terriblemente efectiva y que lo ha convertido en una amenaza poderosa para el Mundo Moderno.

Algo que es, especialmente, notable si vemos los resultados obtenidos en su carrera por romper nuestra normalidad.

Lo que no podemos negar es que es un buen logro para algo que es solo un paquete de material genético rodeado por una cáscara de proteína puntiaguda, que tiene la milésima parte del ancho de una pestaña y que lleva una existencia tan parecida a un zombie que apenas se lo considera un organismo vivo.

Pero para seguir avanzando es necesario que salgamos de los moldes de la ciencia tradicional para ingresar en el terreno de lo novedoso. Por ejemplo, de lo que nos explica Rupert Sheldrake, un investigador bioquímico de la Universidad de Cambridge, que propuso el concepto de  la “resonancia mórfica”.

Una teoría que plantea que "la memoria es inherente a la naturaleza" y que "los sistemas naturales ... heredan una memoria colectiva de todas las cosas anteriores de su tipo".

En pocas palabras, Sheldrake sugiere que existen  "interconexiones de tipo de la telepatía entre los organismos".

Antes de seguir hay que admitir que la comunidad científica no acepta la teoría de la resonancia mórfica ni otras propuestas de Sheldrake. También, expresan su preocupación por la gran  atención prestada a sus libros y a sus ideas.

Sin embargo, las mismas distan de ser algo totalmente nuevo. Ya la religión hindú nos habla de “Akasha”, una palabra que en sánscrito significa “éter”. 

Del cual se derivan, según sus creencias, los registros akásicos, que son un compendio de todos los eventos, pensamientos, palabras, emociones e intentos humanos que alguna vez ocurrieron en el pasado, en el presente y, aún, en el futuro y que están presentes en todos los organismos vivos.

Mucho más cercanos a nuestra cultura son los pensamientos del filósofo francés  Henri Bergson y del psicólogo alemán Carl Jung. El primero consideraba que la memoria era de una naturaleza profundamente espiritual, no reducida a la actividad física y material del cerebro. Por su parte, el segundo estableció el concepto del “inconsciente colectivo”, conformado por las estructuras de la mente inconsciente que se comparten entre los seres de la misma especie. 

Según Jung, está poblado por los instintos que moran en la mente inconsciente, distinguiéndose del inconsciente personal del psicoanálisis freudiano.

Sea como sea, no es descabellado asignarle a nuestro enemigo virológico la mayor de las capacidades y la peor de las intenciones.

Al respecto, se nos abren tres posibilidades:

Primero: que se trate de un hecho natural.

Segundo: que se trate de un producto humano derivado de una manipulación genética.

Tercero: que todo esté siendo controlado por una inteligencia superior.

En función de cuál sea nuestra respuesta a esas tres posibilidades, será nuestra respuesta a la amenaza. Pues, por ejemplo, si se tratara de una peste natural, es de esperar que se comporte como todas las anteriores, y que llegado a un determinado nivel se agote por sí sola.

Ya que a pesar de su peligrosidad, a todo virus no le conviene matarnos a todos, simplemente porque no tendría dónde vivir.

Los problemas surgen del análisis y la valoración de los dos últimos escenarios. Al último de ellos, el de la posibilidad de que todo esté siendo dirigido por una inteligencia superior, preferentemente divina. Por su propia naturaleza, a la valoración en detalle de la misma, se la dejamos a los creyentes de sus respectivas cosmovisiones religiosas.

Nosotros, como estudiosos de la Geopolítica y de la Estrategia, nos concentramos en el segundo de los escenarios. Vale decir, que el virus sea un arma biológica. Al hacerlo, cumplimos con el viejo aforismo militar de prepararnos para el peor escenario.

Este escenario nos coloca frente al peor de todos los escenarios posibles. Uno de imprevisible evolución y consecuencias, ya que no podrían descartarse, las heridas autoinfligidas, ya sea por error o por una meditada astucia estratégica.

En este marco, tenemos que reconocer que contamos con una importante ventaja. Una que se deriva de nuestra ubicación geográfica periférica, alejada de los centros de poder. Y, también, de la escasa incidencia que está desarrollando la pandemia por nuestras tierras, al menos por el momento.

Esta ventaja relativa que nos dejaría con un bajo nivel de daño al término de la pandemia; a la par, nos ubicaría como un gran espacio geográfico sano. El que, como sabemos, no está lo suficientemente ocupado y bien defendido. Lo que plantearía el surgimiento de amenazas procedentes de los Estados y/o corporaciones deseosas de apoderarse de determinados recursos naturales de los que disponemos en abundancia.

Como vemos, la apreciación de los enemigos es una actividad permanente para el buen estratega.

Pero, como decía el mismo Sun Tzu, un enemigo por vez.