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Al Sur del Sur

Nuestros políticos deberían mirar el mapa de Sudamérica y tener en cuenta que no disponemos de ningún submarino nuclear para nuestra defensa. “Por las dudas”, deberíamos imitar a Australia, que a pesar de depender del comercio con China como nosotros, compró naves de ese tipo en vistas del conflicto de EE.UU. y Gran Bretaña –sus aliados a través del tratado militar AUKUS– con el gigante asiático

26 de septiembre, 2021 - 10:44

Con la expresión “Al Sur del Sur” no nos queremos referir, geográficamente, a lo que fanáticos patagónicos señalan como lo que se encuentra debajo de la línea imaginaria que traza el paralelo que pasa al Norte de la provincia de Santa Cruz, sino a Australia, la Down Under, como se la denomina en su lengua vernácula. 

¿Por qué? En términos generales y por varios factores se la ha comparado, siempre, a Australia con otra Finis Terrae, vale decir con nosotros, la Argentina.

Y en términos más específicos, nos interesa Australia por tres motivos. A saber:

  • Sus relaciones con el gigante asiático que es China.
  • Su reciente cambio en su postura de Defensa.
  • Su interés en poseer una poderosa flota de submarinos.

Empecemos. Todo asunto tiene su historia y Australia tiene la suya. Ya el padre jesuita Matteo Ricci la va a incluir en su famoso mapamundi en 1603 como la “Tierra del Fuego”. La primera coincidencia con nosotros. 

La segunda es que, como a las nuestras, los primeros en llegar a sus costas habrían sido navegantes españoles y portugueses. Pero sería la expedición de James Cook en 1770 la que terminaría llamando la atención de la Corona Inglesa, que la reclamó formalmente como la Nueva Gales del Sur. Acto seguido, en 1787 partió de Portsmouth una flota de once barcos con 1.500 y 700 cabezas de ganado a bordo. Su capitán, Arthur Phillip, se convirtió en el primer gobernador colonial.

Al efecto se fundaron seis colonias libres, incluida la de Nueva Zelanda. Y dada la ausencia de mano de obra,  la colonia recibió a presos provenientes de Port Arthur (Tasmania). Por su parte, la población nativa –estimada en 350 mil habitantes– se redujo considerablemente debido a enfermedades infecciosas junto a la desintegración cultural y al reasentamiento de las mismas. Tras la aprobación del referéndum de 1967, el gobierno federal comenzó a implementar leyes más benignas con respecto a los aborígenes. 

El 1 de enero de 1901, tras una década de debates y de votaciones, se conformó la Confederación de Australia como un dominio del Imperio británico. Además, ese mismo año se  aprobó una ley que prohibía a los no blancos instalarse. 

Por su parte, el Estatuto de Westminster de 1931 abolió la mayor parte de las conexiones constitucionales entre Australia y el Reino Unido, aunque siguió siendo parte de la Mancomunidad de Naciones que tiene a la Corona británica como a su jefe de Estado. Pero el impacto de la derrota británica y caída  de Singapur en 1942 y la, consecuente, amenaza de una invasión japonesa, causaron que los Estados Unidos se convirtieran en el nuevo aliado y protector de la Confederación.

Habiendo participado de las dos guerras mundiales en el bando aliado, Australia propició un programa masivo para atraer la inmigración europea al finalizar la última de ellas, pues casi al borde de sufrir una invasión japonesa, creyó en aquello de: “poblarse o perecer”. Otra coincidencia con nuestro alberdiano lema de: “Gobernar es poblar”.

Por su parte, la creciente economía australiana no se degradó, a diferencia de la europea, que había sido devastada por la guerra. En Australia los recién llegados inmigrantes encontraron empleo en programas asistidos por el gobierno. Tampoco sufrió las recesiones de la década de 1990 ni la desaceleración financiera mundial en 2008-2009. 

¿Cuál puede haber sido la causa principal para tanta bonanza?

En pocas palabras y en términos sencillos, la prosperidad australiana ha estado ligada a su estrecha vinculación comercial y empresarial con la República Popular China y su meteórico crecimiento. De hecho, Australia es miembro de la  Cumbre de Asia Oriental (EAS, por sus siglas en inglés) que pretende reforzar  la paz y la estabilización de esa región asiática. 

Todo entre Australia y China venía de parabienes hasta la pandemia, cuando el Primer Ministro australiano, Scott Morisson, comenzó a cuestionar a Pekín respecto de su responsabilidad en la difusión del virus del COVID-19. China, ni lenta ni perezosa, no demoró en amenazar con sanciones comerciales. Tampoco Morisson, quien afirmó: “Nunca nos dejaremos intimidar por las amenazas ni negociaremos nuestros valores en respuesta a la coerción, venga de quien venga”.

La periodista australiana Rebecca Henschke, editora del Servicio Asiático de la BBC, llegó a afirmar: “Hay mucha inquietud en cuanto a la dirección que esta disputa está tomando y al incremento de las tensiones”.

Lo que sucede es que desde esas declaraciones las tensiones no han dejado de incrementarse, alcanzando hace pocos días un pico, ya que el gobierno de Australia  ha firmado el tratado AUKUS (que designa a sus signatarios: Australia, Reino Unido y los EE.UU., por sus siglas en inglés), lo que la ha llevado a aceptar la oferta de comprar a esos países una docena de submarinos nucleares de ataque. Al margen de que esa decisión ha llevado a la cancelación de un multimillonario contrato con un astillero naval francés destinado, previamente, a construir esos submarinos. 

Muchos estrategas se preguntan, por ejemplo, si la nueva estrategia de defensa australiana no es una “postura de alto riesgo y de baja recompensa”.

Volviendo a la historia, si bien Australia participó en ambos conflictos mundiales como aliado de los EE.UU. y de Gran Bretaña, su postura estratégica en los últimos 20 años fue netamente defensiva, ya que se apoyaba en la fortaleza natural de su aislamiento geográfico. Política que se vio reflejada en sus sucesivos Libros Blancos de la Defensa. Por lo que asumir recientemente, en su edición del 2020, que su postura variará para “disuadir las acciones contra los intereses de Australia y responder con una fuerza militar creíble” es un cambio copernicano. 

Más, cuando a renglón seguido explica la causa para el mismo: “Estas tendencias continúan y potencialmente se agudizarán como resultado de la pandemia del coronavirus (COVID-19)”.

Visto desde el punto de vista chino, sabemos que ella viene desde hace años teniendo una disputa fronteriza con sus vecinos por la posesión de unas pequeñas islas en el Mar del Sur de China. Por su parte, Australia no forma parte de esa disputa y los puertos chinos son los principales destinos del comercio marítimo australiano. Por esto, la compra de doce submarinos nucleares de ataque, vale decir buques destinados a hundir a otros buques, no tiene otro sentido que ser funcional a la estrategia de los EE.UU. y de la Gran Bretaña en la región.

Como hemos ido señalando a lo largo de nuestro artículo, son varios los puntos comunes entre Australia y nuestro país, dos grandes territorios despoblados ubicados al Sur del Sur. 

El último punto común tiene que ver con que ambos dependemos del comercio con China para nuestra prosperidad. Sin embargo, Australia no ha desdeñado armarse “por si las moscas”. Es más, lo ha hecho con la compra de una docena de submarinos a propulsión nuclear, una cuestión lógica si miramos un mapa de Oceanía. 

Nos preguntamos si no ha llegado la hora de que nuestros políticos hagan lo mismo. Es decir, mirar el mapa de Sudamérica y ver que no tenemos ni un solo submarino en condiciones de navegar.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.