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La equidad de género, una deuda social

Por Redacción

11 de septiembre, 2019 - 19:00

En septiembre de 2015 se celebró en la sede de la ONU en Nueva York, la Cumbre Mundial para el Desarrollo Sostenible. Allí se adoptaron un conjunto de objetivos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y asegurar la prosperidad de toda la humanidad como parte de una nueva agenda de Naciones Unidas. 

Dentro de dichas metas se consagró el Objetivo Número 5, que consiste en “Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas”. 

A cuatro años de aquella convención debemos preguntarnos en qué etapa se encuentra el cumplimiento de este propósito.

Si bien, en el tiempo transcurrido, algunos países llevaron a cabo reformas legislativas y laborales, la gran mayoría de ellos se encuentra hoy lejos de alcanzar la igualdad real. Mujeres y varones pertenecen a castas económicas distintas en todo el mundo. Los derechos no son equitativos respecto del acceso a un trabajo digno, ambientes laborales libres de acoso y mucho menos en lo que refiere a la distribución de las riquezas. 

Un factor que opera a favor de la desigualdad es la dificultad que enfrentan las mujeres al momento de acceder a un trabajo de calidad. Las ofertas laborales son acotadas. La cantidad de puestos de trabajo que las empresas cubren con mujeres es mucho menor que los puestos que están masculinizados. Son peores pagos y de menor jerarquía. A esto se suman los prejuicios que deben enfrentar a la hora de asistir a una entrevista preocupacional, donde se les pregunta por conformación de su familia y sus deseos de maternidad. 

Las tareas no remuneradas, que consisten en limpiar, cocinar, criar a hijas e hijos y asistir a familiares mayores recaen en un 80% en manos femeninas. Estas actividades no solo son imprescindibles para el desarrollo de la vida diaria, sino que el funcionamiento del mercado laboral depende totalmente de ellas. Ese mismo mercado, es el que no les asigna un precio en dinero dejándolas relegadas al ámbito de la gratuidad. Por lo que las mujeres destinan la mayoría de su tiempo a tareas por las que nunca recibirán una compensación pecuniaria ni beneficios de seguridad social. 

En cuanto a la distribución de la riqueza, en los países de mayor expansión económica, la brecha se manifiesta en los obstáculos existentes a la hora de desarrollar una carrera u obtener puestos laborales jerárquicos, ya sea en el ámbito estatal o privado. Es frecuente ver que revistas, cadenas de televisión y películas muestran ejemplos de mujeres que, si trabajan duro, pueden desarrollarse profesionalmente con éxito. Más allá de que existan casos aislados, la regla general demuestra que, si continuamos en esta dirección la mayoría nunca accederá a esas promesas de prosperidad. 

Según un estudio de 2016 de la consultora financiera estadounidense Standard & Poor´s, el 45% de personas que trabajan en las quinientas empresas más grandes del mundo son mujeres, pero menos del 20% de ellas accede al directorio y sólo el 4% alcanza el cargo de CEO.

Un estudio de INDEC que recoge datos del año 2013 en adelante, muestra que en Argentina las mujeres ganan en promedio un 26% menos que los varones. Este número crece a un 38% en los trabajos precarizados. Esta diferencia se registra en todas las categorías ocupacionales, y es aún mayor para los cargos de jefatura, donde la diferencia llega hasta un 30 %. 

En los países menos prósperos, la situación de las mujeres no permite siquiera pensar en el hecho de acceder a altos puestos de trabajo. Las organizaciones internacionales son unánimes a la hora de sostener que la pobreza tiene cara de mujer. Niñas y adultas son la mayoría de la población marginada económicamente y también tienen más probabilidades de caer en la precarización.

A la hora de trabajar cuentan con peores calificaciones laborales que los varones porque no estudiaron o no pudieron desarrollar un oficio. Al mismo tiempo que les cuesta más buscar y conseguir empleo y, cuando lo consiguen, estos suelen ser inestables, no cuentan con licencias por maternidad ni cobertura de salud. 

A estas alturas es fácil sospechar que el bienestar económico está íntimamente relacionado con la desigualdad de género. ¿Puede por sí mismo el mercado laboral cerrar esta brecha sin transformar los factores que fomentan la desigualdad? Es una pregunta que debemos responder colectivamente. 

Por lo pronto, sabemos que los avances hacia la equidad requieren de políticas públicas acompañadas por marcos legales eficientes. Los cambios no llegarán mágicamente sino, que deben ser fruto consenso e involucrar a la sociedad en su conjunto.