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Una semana después

En una semana, la grieta se agrandó, los odios recrudecieron y la posibilidad de que a la Argentina le vaya bien, en este contexto, es cada vez más lejana.

19 de agosto, 2019 - 07:14

Solo pasaron siete días de las primarias, y sin embargo es tanto lo que se ha dicho y discutido que parece que hubieran sucedido hace un siglo. Es que la calma económica se partió en mil pedazos, estallaron todas las variables y el desconcierto sucedió al enojo de un lado, mientras que del otro se compensan la sensación de que ya está, con un cierto tono burlón que expresan los más talibanes.

Algunos lo explican por el lado de la “trampa perfecta”. Según esta lógica, Macri se encontró con una perfecta trama que, entre la falta de poder real –nunca pudo doblegar a sindicatos, a provincias abrumadoramente opositoras en su mayoría cuyas demandas fue calmando a fuerza de giros de dinero, un Congreso con mayorías opositoras y una Justicia copada por cuadros militantes que jamás dio respuesta rápida a la demanda de condenar la corrupción- impidió transformaciones y cambios necesarios y urgentes.

Algo (o mucho) de eso hay.

Otros recurren a explicaciones más conspirativas: desde fraudes, hasta la intervención de las usinas informáticas rusas que ya habían sido denunciadas en la elección de Donald Trump en USA y habrían actuado a favor del kirchnerismo en nuestro país.

Más acertado aparece buscar las razones de los resultados en el fracaso económico. Casi no hay dudas de que la población es en lo único que se concentra. De nada sirve argumentar sobre la buena política exterior, que volvió a situar al país en el mapa, con apoyo de la mayoría de los líderes mundiales y la apertura lenta de mercados y oportunidades que lentamente comenzaban a funcionar.

Tampoco hizo mella el combate al narcotráfico y las mafias.

Lo único que importa es el bolsillo, una de las dimensiones de la economía, pero la única que pesa en el cuarto oscuro.

Así las cosas, las cartas están echadas.

La Argentina eligió, y poco podrán cambiar los intentos de último minuto, las medidas de alivio, máxime cuando no parten de consensos serios y enfrentan la crítica inmediata.

Argentina vuelve al populismo por propia decisión y con dos matices bien distintivos. Por un lado por una fuerte convicción, los que plantean esta vuelta como volver a hacerse cargo de lo que les es propio, como el Estado, con ganas de dar un escarmiento al resto, y es el costado más peligroso y antidemocrático. Veremos si Fernández es capaz de ponerle coto.

Por otro lado los que vuelven por desilusión, sin importarle demasiado lo institucional, lo republicano ni nada por el estilo. En este caso veremos si Fernández es capaz de contenerlos.

Lo único seguro es que, en una semana, la grieta se agrandó, los odios recrudecieron, y la posibilidad de que a la Argentina le vaya bien, en este contexto, es cada vez más lejana.