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¿Por qué la depresión y la ansiedad afectan más a los adolescentes de ahora, la Generación Z?

Leyendo un artículo de un sociólogo moral norteamericano, Jonathan Haidt, quedé atónito al leer las consecuencias de las redes sociales sobre los adolescentes: “El uso de redes sociales es dañino para los adolescentes menores de dieciséis años, especialmente para las chicas"

04 de diciembre, 2019 - 09:48

El número de casos de ansiedad, depresión, autolesiones y suicidios está subiendo de forma alarmante entre las adolescentes de EEUU, Reino Unido, Canadá e Irlanda (que son los países que he podido estudiar); en todos ellos observo un crecimiento preocupante de la depresión femenina que coincide con el momento en que comienzan a usar las redes sociales”.

El dato que aporta Haidt es contundente, ansiedad y depresión están creciendo a niveles muy superiores de los anteriormente registrados en el mundo adolescente. No se queda en el puro dato e intenta dar una interpretación: “Creo que [las redes sociales] pueden estar debilitando y dañando a toda una generación de adolescentes en el mundo occidental. No tenemos certezas acerca de los efectos exactos que provocan las redes sociales, pero existe una sincronía perfecta en todos los países que he analizado, y no se me ocurre ninguna otra explicación para esto”.

Imagen ilustrativa (Foto: web).

Dando por sentado que es así lo que Haidt dice, me urge la necesidad de explicar ¿por qué es así? E ir un paso más allá en la búsqueda de las causas estructurales de nuestra cultura contemporánea que pueda estar haciéndonos semejante daño.

Mientras leía el artículo de Haidt sobre la profundidad de los cambios culturales y del modo de vincularse de los adolescentes, me retrotrajo automáticamente a una experiencia personal de hace veinte años atrás, año 97. En esa época tuve que emigrar al norte de Brasil y allí en diversas escuelas entré en contacto con los adolescentes brasileros de aquella época y lo primero que percibí fue la carencia de la noción de objetividad emocional. ¿Qué quiero decir con ‘objetividad emocional’?: La capacidad de prescindir de mis emociones y de lo que siento por una persona al momento de juzgar las cualidades de esa persona.

Los adolescentes con los cuales tomé contacto en ese momento carecían absolutamente de esa capacidad, no podían abstraer de sus propias emociones para juzgar a alguien. Existían solamente dos categorías polarizadas tipo blanco-negro para formar la opinión que tenían sobre una persona: ‘chato’ versus ‘legal’. Donde ‘chato’ era el conjunto de todas las impresiones por las cuales esa persona me había caído mal y ‘legal’, lo contrario, las sensaciones que el otro me había producido de modo tal que me fuese agradable.

Imagen ilustrativa (Foto: web).

Automáticamente lo comparé con mi adolescencia ochentesca y me acordé de profesores que nos eran insoportables desde lo humano pero que recordábamos con orgullo todo lo bueno que nos habían dado, como profesores y como personas.Entonces lo atribuí a una diferencia cultural entre Brasil y Argentina, pero cuando volví a Argentina diez años después caí en la cuenta que era más bien una diferencia generacional, ya estaba en medio de milenials.

La Generación Z ha exacerbado esta característica aún más.

¿Qué tiene que ver esto con el aumento exponencial de ansiedad y depresión en los adolescentes?

Simple, la autonomía, el equilibrio emocional y la madurez tienen como pilar la ‘objetividad emocional’, el poder intentar, al menos, ser objetivo frente a otro, prescindiendo, en la medida de lo humanamente posible, de lo que siento respecto de ese otro.

¿Por qué?

El ser humano se construye desde la total dependencia del bebé en brazos de su madre hasta la total autonomía (en el caso ideal) del adulto que decide formar su familia propia (por dar un ejemplo) o tomar en absoluta libertad las riendas de su vida asumiendo todas las consecuencias.

¿Cómo se construye?

En primer lugar recibe todo su ‘ser persona’ de los ojos y brazos de una madre que lo contiene ya no con su seno físico, sino con ‘seno emocional’. En otras palabras ‘el estar en la panza de la madre’ se continúa bastante después del parto. Aquí obvio cuando hablamos de ‘madre’, no nos referimos a la mujer que biológicamente dio a luz a alguien, sino a la ‘madre simbólica’ (que puede ser un hombre en no pocas ocasiones) que es la que provee ese seno emocional.

Imagen ilustrativa (Foto: web).

¿Es necesario un ‘segundo parto’?

Sí, ¡Absolutamente!, así como fuimos paridos físicamente para poder ser autónomos biológicamente, necesitamos ser ‘paridos emocionalmente’ para poder llegar a ser maduros, equilibrados y autónomos emocionalmente. Y así como en el primer parto había un obstetra o un partero, en el segundo parto es necesario un ‘padre’ que haga salir del reino de la subjetividad absoluta de la unión simbiótica emocional con la ‘madre’. Otra vez, cuando hablamos de ‘padre’, no hablamos del que aportó el material genético, sino del que introdujo la ‘Ley’ en el aprendizaje de su hijo (también puede ser mujer).

Aprender la ley es aprender que la realidad no se crea con mi subjetividad, que no puedo hacer lo que se me da la gana, que hay un límite allá afuera que hace que si corro contra una pared y pego con la cabeza la sangre adornará mi rostro. Por ejemplo tengo un paciente con trastornos alimenticios al cual la madre lo mantuvo en ese seno emocional hasta los 16 años, no hubo quien rompiera la simbiosis, y el chico desarrolló una anorexia y recuerdo que en una sesión se quejaba angustiado por tener la ‘cara gordita’, o por tener granitos, o porque el pelo no sé que… No hubo alguien que mucho antes le enseñara la dureza de la realidad. Teniendo como consecuencia de esa falta de corte simbiótico la atroz autoagresión de querer matar su cuerpo con hambre… porque él ‘se ve gordo’.

¿Y qué tiene que ver la falta de ley con el crecimiento de las patologías como ansiedad, depresión, autolesiones, etc.?

Es la principal causa. Hemos creado un mundo simbiótico. Una cultura simbiótica. Escuelas simbióticas. Instituciones simbióticas. Un enorme seno materno que no permite que nuestros adolescentes nazcan a la realidad, o que ese nacimiento se retrase 5, 10, 20 años o no se produzca nunca en absoluto, resultando en multitud de ‘adultos’ que se comportan como niños.

¿Cómo la falta de ley contribuye a estas patologías?

Tomemos la depresión y la ansiedad como ejemplo. La falta de ley implica la falta de adaptación a los procesos naturales de la vida, han sido preservados de esos procesos naturales y por lo tanto no han generado el músculo que se necesita para poder vivir esos procesos. Entonces se terminan frustrando ante la más mínima dificultad, porque no han sido expuestos a esas dificultades. No toleran la frustración porque no han sido ejercitados en la frustración y esto dispara primero altísimos niveles de ansiedad y, en segundo lugar, oleadas de emociones depresivas, porque el adolescente se siente totalmente ineficaz frente a las expectativas sociales, familiares y personales de lo que se supone que debería poder hacer.

Imagen ilustrativa (Foto: web).

Terminan generando recursos supletorios o surrogantes totalmente inadecuados. Una mamá de un chico de 17 años, Caro, una amiga psicopedagoga, me decía: “la ansiedad, lo inmediato, el no querer someterse a estrés en la escuela o deporte, ellos lo resuelven mejor en lo virtual, en un juego, pero no cuentan con recursos para la vida diaria”, a lo que su hijo adolescente le respondió: “el Lol (League of Legends, juego de guerra online), te enseña justo eso, estás en estrés todo el tiempo”. Han cambiado ganarle a la vida, que es la verdadera función propedéutica del juego tanto en cachorros de animales como de hombres, por ganarle al juego. Aprender a manejar la frustración que brinda la vida cotidiana no se adquiere en ningún juego virtual.

¿Por qué? Porque en un juego tenés varias ‘vidas’, con minúscula, en la realidad te jugás la Vida, con mayúscula. La vida y las consecuencias de los actos en esa vida real son permanentes, no se pueden reiniciar y recomenzar el juego como si nada hubiera pasado. En la vida real todo tiene consecuencias y hay que hacerse cargo de esas consecuencias. El estrés y/o frustración que maneja un adolescente en un juego on line es un estrés de juguete, que no entrena ni prepara jamás para los grandes desafíos que deberá afrontar en el futuro. La vida real no tiene red de contención, no permite reiniciar el juego.

¿Y las redes sociales?

Para explicar la influencia de las redes sociales sobre un adolescente tomaré el ejemplo del bullying. En una sobremesa o en una charla de café es probable que escuchemos decir: “el bullying existió siempre”, y es cierto, en esa edad siempre han existido algunos, más fuertes, que han acosado física o psicológicamente a otros, más débiles, de forma continua, con consecuencias negativas para el acosado. Sin embargo, las redes sociales han elevado el bullying de problema con consecuencias psicológicas más o menos graves al rango de arma mortal.

¿Por qué?

El adolescente de todas las épocas ha sido siempre alguien vulnerable porque tiene que cambiar y adaptar la imagen de sí a las novedades que implican dejar de ser visto como un niño. En ese cambio deja de tener como sujeto de imitación a sus padres, ya no quiere parecerse a su mamá y a su papá, y comienza a desear parecerse a sus pares, amigos, etc. Este es el porqué de las tribus adolescentes y urbanas. Con todo, en otra época, los lugares de contacto con los pares tenían un tiempo acotado de influencia sobre el adolescente.

Imagen ilustrativa (Foto: web).

Los jóvenes no se llevaban emocionalmente los problemas de la escuela a la casa, o al menos el contacto con esos problemas no era continuo. Si, por ejemplo, sufrían de bullying al menos tenían 18 o 19 horas de respiro fuera de ese ambiente hostil que era la escuela. Con el balance contrapesante de cambio de aire emocional de la familia, más allá de que fuera bueno o malo ese clima emocional. Hoy en día, con las redes sociales, el bullying se ha vuelto omnipresente y cuasi omnipotente. De modo tal que si el adolescente sufre de ciberacoso y es denigrado en las redes sociales siente que no puede escapar, que no tiene lugar para existir, y termina tomando decisiones radicales en contra de su propia vida que cada tanto son noticia en diarios y televisión.

Hasta aquí he expuesto el núcleo de las dificultades de la Generación Z, hemos creado una sociedad simbiótica que no provee de suficientes frustraciones a los propios hijos para entrenarlos para la vida, para peor hiperconectados con un mundo de criterios, la mayoría de ellos tóxicos, con el que tienen que construir su nueva identidad de no-niño sin alternativas, con un poder absoluto y tiránico, lo cual los vuelve aún más vulnerables. Por supuesto lo dicho no es un punto de llegada, es apenas un punto de partida para que en sucesivas entregas analicemos distintos aspectos de esta Generación Z con la que tenemos la enorme responsabilidad de convivir, amar, educar y hacer crecer.

Si te interesó este artículo y por cualquier otra consulta, podés contactarme en mi blog personal: InAltum.