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Geopolítica del espacio exterior

El panorama de la actividad espacial en la Argentina es rico, variado y prometedor porque reúne los elementos estatales capaces de dirigirlo y hay nichos de excelencia tecnológica que pueden y deben ser aprovechados

17 de agosto, 2019 - 19:14

Creo que casi todos nosotros conocemos el origen y recordamos la frase “un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la humanidad”, especialmente por estos días, cuando se cumplió el 50 aniversario de la llegada del hombre a la Luna.

Los que no pudieron verlo en vivo y en directo como los que ya tenemos nuestros años encima, seguramente se habrán enterado por la innumerable cantidad de series, de especiales, coberturas ad hoc, documentales y artículos que se explayaron sobre el tema.

Pero más allá del recordatorio, creo que es pertinente llamar la atención del lector sobre un hecho, que si bien no es nuevo, ha recobrado su impulso.

Nos referimos a la carrera espacial y a la conquista del espacio profundo. Si bien la década del 60 vivió la lucha frenética entre norteamericanos y soviéticos por anotarse logros fuera de la atmósfera terrestre, no es menos cierto, que tal interés casi desapareció durante los años 90. Especialmente, en el caso de los EE.UU., tras los accidentes de sus transbordadores espaciales y en la ex Unión Soviética, por falta de fondos para estos programas y por la desaparición de ella misma.

Pero, mutatis mutandi, el interés por el espacio exterior parece estarse renovando. No ya solo en los nombres de los dos gigantes iniciales, también en los seguidores cercanos de China, Francia y la India. Cada una de ellas con un ambicioso programa espacial. Pero también, de pequeños países con grandes ideas, como es el caso del Estado de Israel.

Para empezar por abajo, vale decir con lo más humilde podemos recordar que la nave robótica espacial Beresheet, construida por SpaceIL e Israel Aerospace Industries (IAI), estuvo cerca de convertirse en la primera nave israelí en aterrizar suavemente en la Luna. Pero el pequeño robot no pudo hacerlo, al chocar contra la superficie gris de nuestro satélite natural, en abril de este año.

Para seguir, podemos afirmar que no solo los Estados, grandes o pequeños, se han comenzado a interesar en el espacio exterior. También, lo están haciendo, por distintos motivos, distintas empresas privadas.

Por ejemplo, están las que promocionan viajes espaciales –en realidad vuelos suborbitales–, como Virgin Galactic, una subsidiaria de la discográfica Virgin Records. Menos pedestres parecen ser los emprendimientos de grandes compañías como Google Maps.

Al respecto, los documentos filtrados por Edward Snowden revelaron que los servicios de inteligencia norteamericanos interceptaron las consultas de Google Maps (en realidad fotos satelitales) realizadas por cualquier teléfono inteligente para conocer la ubicación exacta de sus personas de interés.

Por otro lado, se sabe que el propio Google, entre otras megacompañías, están pensando en desarrollar, lanzar y operar sus propio sistema satelital, a los efectos de evitar estas molestas intromisiones.

Dejando atrás a los pequeños para abocarnos a lo grande podemos citar que la NASA continúa apoyando grandes proyectos espaciales como la exploración del espacio profundo, la inspección a fondo de Marte y del resto de planetas del sistema solar, de la Tierra y del Sol. Igualmente Rusia parece haber despertado tras un largo letargo, ya que mantiene su superioridad en lo que respecta la operación permanente de estaciones orbitales tripuladas como es el caso de la Estación Orbital Internacional.

Cabe destacar que ambos países, a los que hay que sumar a China y a la India, han declarado al espacio exterior como fuera del alcance de cualquier soberanía nacional, y por lo tanto, terreno libre para acciones militares de quienes puedan llevarla, efectivamente, a cabo. Si bien no existe un acuerdo internacional sobre la extensión vertical de la soberanía del espacio aéreo y en donde comienza el espacio exterior, la Federación Aeronáutica Internacional ha establecido ésta, en la denominada Línea de Kármán (a 100 km de altitud), mientras que los EE.UU. reduce esta distancia a los 80 km.

Llegado a este punto, y como lo debe estar esperando el lector que sigue nuestras columnas, nos vamos a preguntar, ¿y nosotros, en la Argentina, qué rol tenemos en este tema?

La Argentina fue, como en tantos otros campos, un país precoz en lo aeroespacial, ya que en 1960 creó la Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) bajo la administración de la Fuerza Aérea. Este organismo desarrolló cohetes sondas, instaló una antena para recibir al satélite Landsat, en Mar Chiquita, para el uso de imágenes satelitales y llegó a lanzar cohetes desde la Antártida.

A mediados de 1990, la CNIE fue reemplazada por la CONAE (Comisión Nacional de Actividades Espaciales), la que procedió a lanzar su primera serie de satélites de uso civil, destinados a cumplir diversas funciones mediante la transmisión de datos, imágenes y otros registros físicos durante largos períodos. Cabe señalar, que los lanzamientos fueron realizados por terceros países, ya que la Argentina no cuenta con un vector espacial que pueda hacer esta tarea.

Valga recordar, que en el medio y tras la derrota de la Guerra de Malvinas, se decidió desarrollar un misil balístico de alcance medio, el famoso Cóndor II, el cual sería capaz de llevar una carga explosiva de 500 kg a unos 900 km de distancia. También podría haber sido apto para colocar un satélite en órbita espacial. Pero luego, en 1989, por las presiones de los EE.UU. y de la Gran Bretaña, el presidente Carlos Menem dio la orden de desmantelar el proyecto.

Más recientemente, tras siete años de desarrollo entre INVAP y ArSat, en el 2014 se lanzó el ArSat 1, el primer satélite geoestacionario argentino, que pasó a brindar servicios de comunicaciones a Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay.

En octubre de 2018, la CONAE lanzó el satélite SAOCOM 1-A, que cuenta con instrumentos similares a un radar que están destinados a la Gestión de Emergencias (SIASGE). El mismo fue construido por el INVAP, una sociedad del Estado, creada en 1976 mediante un convenio entre el gobierno de la provincia de Río Negro y la Comisión Nacional de Energía Atómica de Argentina.

La misma está dedicada al diseño y construcción de dispositivos en áreas de alta complejidad como la energía nuclear y la tecnología aeroespacial. Es considerada la empresa más prestigiosa, en su tipo en la América del Sur.

En forma paralela, en el sector privado se producen algunos desarrollos prometedores como el de la empresa Satellogic especializada en la construcción de nanosatélites como el CubeBug-1, el Capitán Beto, CubeBug-2 y el Manolito.

Como vemos, el panorama de la actividad espacial en la Argentina es rico, variado y prometedor, porque reúne por un lado a los elementos estatales capaces de dirigirlo y, por el otro, hay nichos de excelencia tecnológica que pueden y deben ser aprovechados.

Al igual que en otras actividades que hemos tratado en esta columna, es necesario que el Estado nacional elabore, desarrolle y cumpla con una política de Estado que trascienda a las sucesivas administraciones políticas.

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.