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China o la larga cola del dragón

08 de abril, 2019 - 13:15

La leyenda de Marco Polo sigue viva. Aun aceptando que Marco Polo no fue el primer europeo en visitar al Kublai Khan, nieto del famoso Genghis Khan, luego de recorrer la legendaria Ruta de la Seda, no puede negarse su responsabilidad literaria en la generación de la leyenda del Reino Central o Cathay, como se la denominaba por entonces a la Antigua China.

Pero, efectivamente, fue Marco con su libro Il Milione quien puso en marcha los mecanismos de la fascinación que hoy ejerce el mítico Oriente y particularmente la milenaria cultura china sobre los que vivimos al occidente de ellos. Fascinación que no reconoce distinciones, ya que se ha ejercido con igual intensidad sobre los analistas como sobre el público, en general.

Han pasado, exactamente, ocho siglos de aquel mítico viaje. Y hoy esa fascinación se ha trocado en una mezcla de curiosidad y de hostilidad.

Sucede que China no solo ha dejado de ser un misterio. Se ha convertido en una amenaza para la potencia dominante y declinante que es EE.UU. Precisamente, porque ha relanzado el proyecto de reconstruir su milenaria Ruta de la Seda. Veamos.

La Ruta de la Seda surgió como una red de rutas comerciales organizadas a partir del negocio de la seda en la China del siglo I a.C. La misma conectaba a China con Mongolia, el subcontinente indio, Persia, la Península Arábiga, Siria, Turquía, Europa y África.

El término Ruta de la Seda fue creado por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen, quien lo introdujo en su obras a partir de 1877.

Actualmente, se comenzó a referir como ese mítico nombre a la vía férrea, terminada en 1990, que une, a traveś del paso de Alataw (o puerta de Zungaria), a Chongqing en China con Almaty, en Kazajistán.

En 2011 la línea férrea quedó interconectada con la ciudad alemana de Duisburgo, a orillas del río Rin, ​lo que la convirtió en una ruta euroasiática. Que en comparación con las rutas marítimas tradicionales de contenedores, que demoran 36 días, ésta sólo demanda de 13 para salvar los 11.000 km que separan a ambas localidades.

Pero la nueva Ruta de la Seda es mucho más que eso. Es, a la vez, un espíritu de integración cultural y un lazo físico y virtual de transporte que no queda circunscripto a Eurasia, ya que su objetivo más ambiciosos es la interconección global por diversos modos de transporte y de comunicaciones.

Por ejemplo, cuando los presidentes Trump, Xi Jinping, Putin y Moon, de Corea del Sur, concordaron en utilizar a esta nueva ruta como un elemento de “paz mediante el desarrollo”.  También, cuando India y Pakistán, dos enemigos tradicionales, se unieron a la Organización de Cooperación de Shangai (OCS), los hicieron motivados por las ventajas de la ruta. En el Cuerno, China se propuso el desarrollo de Etiopía, Eritrea y Somalia.

Huawei, el gigante de las comunicaciones y la vigilancia

Sin embargo, hay otras aspectos de la Ruta de la Seda que son menos tranquilizadores. Como, por ejemplo, la movida del gigante de comunicaciones Huawei para convertirse en el proveedor de servicios 5G para toda Europa, la que es considerada el sistema nervioso para la economía del futuro.

O, más cercano a nosotros, la construcción de bases militares de seguimiento satelital para la Ruta de la Seda espacial. También, numerosas obras y servicios en los puertos fluviales de Rosario, por donde sale, precisamente, nuestra producción de soja rumbo a China. La que, al margen, de ser nuestra principal compradora de granos. Ya que ella carece de la autonomía alimentaria para su voluminosa población. Lo que crea una doble dependencia, sino-argentina.

Concretamente, son los EE.UU., con su presidente a la cabeza, quienes entienden –como sostiene el Consejo de Relaciones Exteriores (CRE) de Nueva York– que China representa una amenaza para el comercio global. Y acusa a ese país de aviesas intenciones en su esfuerzo por desarrollar su capacidad interna en manufacturas de tecnología avanzada a través del “reclutamiento de científicos extranjeros, su robo de propiedad intelectual estadounidense, y sus adquisiciones selectas de empresas estadounidenses”. Con lo que China pretendería “controlar toda la cadena de producción” y eventualmente “industrias completas podrían caer bajo el control de una potencia geopolítica rival”.

Se suman a ello las acusaciones respecto de un fantasma de un “Hermano mayor” orwelliano chino. Una  “policía del pensamiento” con acceso a las redes sociales y que tiene en el “Rusiagate” su mejor ejemplo.

Sea como sea, la Ruta de la Seda está en pleno desarrollo, no se le puede detener, a no ser por una guerra mundial. Por lo pronto, China se ha organizado y se ha unido con Rusia e India, por medio del BRICS, para ofrecer a las naciones emergentes una alternativa a la pobreza derivada del modelo turbo-capitalista.

La soja argentina, un alimento esencial para China

Todo ello, posiciona a la Argentina frente a un duro dilema. Cual es el de seguir las pesadas “sugerencias” de los EE.UU. de rechazar proyectos concretos de infraestructura a construirse por empresas chinas o malquistarse con quien se perfila como la nueva superpotencia. En este caso China.

Al respecto, no pueden negarse los lazos culturales que nos unen con la llamada cultura Occidental. Tampoco, nuestra angustiosa necesidad de capitales y de obras de infraestructura.

Sin entrar en detalle, valga reconocer que los países que enfrentaron situaciones similares como la Yugoslavia de Tito o la Indonesia de Sukarno, cuando debieron optar entre los EE.UU. y la URSS, se defendieron con la denominada Tercera Posición.

Vale decir una compleja y difícil, pero a la postre fructífera, equidistancia con ambas potencias. Porque, como se sabe, los países no tienen amigos, tienen intereses.