08 de abril, 2019 - 07:19

Voy a empezar con un recuerdo, tan arbitrario y subjetivo como son los recuerdos. Se cumplían 15 años del Protocolo de Foz do Iguaçú, germen del Mercosur. Una universidad nacional, la del Centro de la Provincia de Buenos Aires, juntó a Raúl Alfonsín y José Sarney en unas Jornadas de Integración.

En la profesión periodística existe la chance permanente de estar cerca, conversar, entrevistar a grandes personalidades de los más diversos ámbitos. Forma parte de la tarea, y sin embargo ese día pasó algo especial: sentí que estaba ante la historia, ante dos personas que pensaron algo que iba más allá de ellos, de sus proyectos, de sus vidas. Personas –políticos- que pergeñaron algo para un futuro mejor, algo que los trascendía. Sentí la grandeza que la política puede tener.

En estos días se cumplieron diez años desde la muerte del primer presidente de la democracia, y aquel recuerdo volvió, y también la necesidad de recordar algunas cosas, tratar de poner algunos conceptos en su lugar.

A Alfonsín lo maltratamos por todos lados. La izquierda lo corrió por izquierda, la derecha por derecha, y el peronismo le pegó abajo del cinturón durante los seis años. La noche de la victoria, aquel 30 de octubre de 1983, Juan José Taccone, sindicalista y candidato en la ciudad de Buenos Aires junto a Ruckauf (aquel que repartía sonrisas y zapatillas, y prometía balas como un Bolsonaro adelantado) tuvo un sincericidio mientras rumiaba su bronca: “Le vamos a hacer la vida imposible”.

No solo la política le negó apoyos y consensos. Alfonsín enfrentó a las corporaciones más poderosas de la Argentina sin que le tiemble el pulso: a los todavía muy poderosos militares con la CONADEP (que el peronismo rehusó integrar) y los juicios a las juntas; a la iglesia con la Ley de Divorcio. A los llamados por entonces “capitanes de la industria”, los empresarios más poderosos del país. A los sindicatos, con el intento de ley de democratización sindical y la denuncia del pacto sindical-militar. Más de 4000 paros sectoriales y 13 nacionales fue la respuesta.

Su gobierno fue esmerilado y destruido sistemáticamente por una pléyade de enemigos, ante la impavidez social que entendía muy poco de lo que se jugaba, y en todo caso se sumaba alegremente a las diatribas.

El único proyecto socialdemócrata que tuvo la Argentina en democracia se diluyó. La idea de que la política puede tener consensos, acuerdos, que puede haber políticas de Estado y respeto institucional se fue por la alcantarilla a la velocidad del rayo.

Desde entonces, la política nacional quedó en manos de la puja entre liberales y populistas, usando sellos de goma de partidos que pueden contener el agua y el aceite mezclados si el negocio sirve.

Hoy, el nombre de Alfonsín aparece reivindicado a derecha e izquierda. En su despedida, Antonio Cafiero dijo que “Alfonsín ya no le pertenece a la UCR, es de todos los argentinos”. Colgaron la foto en las galerías, pero las ideas son otra cosa.

Argentina hoy carece de un proyecto socialdemócrata a imagen de aquellos que en la tierra han logrado las sociedades más prósperas y equilibradas, más igualitarias, tolerantes, educadas. La política no es punto de encuentro de diferencias, su esencia, sino una guerra sorda con batallas y traiciones, con pactos donde todo vale. Se extraña a la figura, pero más a las ideas.

Si comencé con un recuerdo, con toda su arbitrariedad, cierro con un dato duro, concreto: el menor nivel de pobreza en la historia de la democracia argentina fue el 14% de 1985. Las conclusiones huelgan.