|18/04/19 07:19 AM

Los santos vienen marchando

La destrucción por el fuego de la catedral de Notre Dame de París nos hace reflexionar, mediante asociaciones que son inevitables, sobre hechos reflejados por la historia en cuestiones religiosas que bien podrían repetirse en el futuro

18 de abril, 2019 - 14:37

El fuego, uno de los cuatro elementos fundamentales de la alquimia, parecería rondar el destino de la catedral de Notre Dame de París. La que, como todos sabemos y cuando muchos de nosotros nos detuvimos para verlo en directo, fue destruida por las llamas este lunes.

Pero esta vinculación con el fuego de la gran catedral se inició hace más de siete siglos, cuando en sus puertas, aún en construcción, fue quemado vivo el último Gran Maestre de la Orden de la Templarios, Jacques de Molay, acusado de sacrilegio contra la Santa Cruz, simonía, herejía e idolatría satánica.

También, tal vez en opuesta compensación por lo anterior, en 1909 fue proclamada la absolución y la beatificación de Juana de Arco, quien había sido quemada en la hoguera por los ingleses en la plaza del Viejo Mercado de Ruan en el 1431.

Otros hechos menos nefastos incluyen la coronación de Enrique VI de Inglaterra durante la Guerra de los Cien años. Mucho más conocida, resalta la casi autocoronación de Napoleón Bonaparte como emperador de Francia y la de su mujer Josefina de Beauharnais como emperatriz, en presencia del papa Pío VII. Debido a este evento, el Papa elevó a Notre Dame a la categoría de basílica.

Otros hechos ‘menores’ incluyen su profanación y su consagración al “culto de la razón" en el marco de la Revolución Francesa. Devuelta al culto católico en 1802, se convertiría en el escenario de la famosa novela de Víctor Hugo Nuestra Señora de París, que hizo famoso a ‘Quasimodo’.

También se llevaron a cabo entre sus muros las ceremonias fúnebres en honor de presidentes de Francia, como Raymond Poincaré y el general Charles De Gaulle, y de grandes personajes, como el poeta Paul Claudel o el Abate Pierre.

Como si esto fuera poco, Notre Dame consiguió escapar indemne a las dos guerras mundiales, y sus campanas sonaron para anunciar, el 25 de agosto de 1944, la liberación de París.

Asociaciones inevitables

Obviamente, con tamaños antecedentes, ha causado conmoción mundial su incendio y destrucción. Sin embargo, menos conocidos, son los hechos que nos cuentan que una docena de iglesias han sido profanadas a lo largo de los últimos siete días en muy distintos puntos de Francia, víctimas del vandalismo.

Hasta el momento, todo hace presuponer que el incendio de la gran catedral ha sido un hecho accidental y no la obra de terroristas o de vándalos. Sin embargo, las lógicas asociaciones no pueden evitarse.

Especialmente, cuando uno tiene acceso en las redes sociales a todo tipo de comentarios. Desde los más compungidos hasta los que abiertamente se alegran por lo que consideran es la destrucción de un símbolo de la opresión y de la intolerancia religiosa.

Sea como sea la interpretación individual que haga cada uno de nosotros, no puede pasarse por alto la naturaleza y la intensidad de los comentarios. Especialmente si tomamos en cuenta que los mismos se producen varios siglos después de que muchos analistas han proclamado la muerte de la religión, al menos en los asuntos públicos. 

Ya lo hemos dicho en otras ocasiones y lo repetimos: las guerras del futuro muy bien pueden parecerse a las del pasado. Especialmente, a aquellas que se libraron en nombre de la religión, sin importar cuál fuera.

La primera piedra, en ese sentido, la ha lanzado el Islam, pero no ha sido la única. Si éste ha proclamado la Yihad contra los infieles, no es menos cierto, por ejemplo, que el Estado de Israel acaba de proclamarse como religioso el año pasado. Y que, recientemente, un joven australiano produjo una masacre en una mezquita neozelandesa en reivindicación de una supuesta supremacía occidental.

Empezando por nosotros, los cristianos, podemos decir que a pesar de que el Cristianismo primitivo profesó la oposición a la guerra y al derramamiento de sangre, tan pronto como llegaron al poder cambiaron de tono. A lo largo de la Edad Media y aún más al principio de la Moderna, los cristianos combatieron a los infieles y entre ellos.

Siguiendo por los judíos, quienes a pesar de que el establecimiento del Israel moderno fue un trabajo de socialistas ateos, las fulgurantes victorias en sucesivas guerras contra sus vecinos han sido vistas por algunos como un acto de Dios, acompañado por profecías mesiánicas. 

Hay en Israel, hoy, un resurgimiento de grupos extremistas a los que nada les gustaría más que ver a este sangriento concepto revivido y puesto en acción nuevamente.

Terminando con el Islam, sabemos que los objetivos declarados de estos grupos es el regreso a la ley sagrada de la Sharia. Como los ejemplos recientes, tenemos al Estado Islámico que muestra claramente que la idea de Yihad es una muy poderosa, de hecho tan poderosa que, en la mayoría de los Estados modernos, no es difícil encontrar lobos solitarios dispuestos a suicidarse y a asesinar en su nombre. 

Sin llegar al extremo que representa siempre una guerra, mucho más una denominada como santa por sus seguidores, hoy por hoy el autor de la controvertida novela Sumisión, Michel Houellebecq, vislumbra un necesario fortalecimiento de las posturas religiosas en Francia, ya que sostiene que la muy probable llegada al poder de un partido musulmán va a demandar que “la integración de los musulmanes podría funcionar si el catolicismo se convirtiese en religión de Estado”.

“Ocupar el segundo lugar, como respetada minoría en un Estado católico, los musulmanes lo aceptarían más fácilmente que con la situación actual. El profeta Mahoma dejó instrucciones sobre los cristianos y los hebreos, pero no sobre los ateos; no podía imaginar la existencia de un ateo”, agrega en una entrevista.

Como conclusión, solo podemos remitirnos a la historia de la humanidad para tratar de interpretar los hechos que hemos relatado. 

Ella nos dice que el pretendido Estado laico solo ha gozado de una corta vida de unos 300 años a partir de la Paz de Westfalia. Lo que nos deja con miles de años previos con potestades y tronos que consideraron lo más natural del mundo el unir las exigencias de César con la del Dios del que se tratare.

Ergo, no nos debería sorprender que en el futuro muy bien pudiera parecerse a este pasado, ya que si bien nos resultaría extraño a nosotros, probablemente no lo será tanto para nuestros descendientes.

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.