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Inteligencia argentina: el otro lado de la colina

Quienes deben gobernar una nación o forman parte de su burocracia tienen la obligación de conocer, o por lo menos intuir, qué quieren hacer los que no están de su lado. Por eso hace falta desarrollar sistemas de inteligencia estratégica, algo que nuestro país no tiene todavía en su sentido más estricto

12 de abril, 2019 - 13:18

Ya lo decía el Duque de Wellington, vencedor del invencible Napoleón Bonaparte en su último y decisivo encuentro en Waterloo, que había pasado la mitad de su vida de soldado tratando de saber qué pasaba del otro lado de la colina buscando conocer qué hacían sus enemigos.

Si esto es lógico y entendible para un comandante militar que debe enfrentarse contra una inteligencia y una voluntad adversa a la que quiere destruir en el campo de batalla, también lo es –aunque en formas distintas– para quienes deben gobernar una nación o forman parte de su burocracia gubernamental. 

Sucede que como dicen los positivistas: “Saber para prever, prever para gobernar”. Y muchas veces este saber tiene por objeto conocer, o al menos intuir, lo que quienes no están de nuestro lado quieren hacer, o más precisamente, nos quieren hacer a nosotros. 

En este sentido, los especialistas en inteligencia distinguen entre enemigos, oponentes y opositores.

Los enemigos son aquellos dispuestos a emplear la violencia para imponernos su propia voluntad. Por lo general, para un Estado se trata de otro Estado. Pero también están aquellos que, queriendo agredirnos no cuentan con los poderosos medios de un Estado moderno, aunque son bastante peligrosos para nuestra seguridad. Tales como, por ejemplo, aquellos actores no estatales como el terrorismo y el narcotráfico.

Al final de esta cadena alimentaria se encuentran los opositores, vale decir personas u organizaciones que no comparten nuestros objetivos, pero que nos enfrentarán en el marco de las normas que rigen a la convivencia civilizada.

La tarea exterior

Empezando de arriba hacia abajo, es decir de nuestros enemigos, todo Estado necesita de lo que se denominan sistemas de inteligencia estratégica. Los mismos se inician en el exterior con su red de embajadas y sus correspondientes agregadurías de Defensa, que son quienes lo deben alertar, en forma temprana, de cualquier amenaza que se geste en el exterior. Siguen con un sistema de control y vigilancia de fronteras, incluidas las del ciberespacio, de otros organismos especializados.

También hará falta una agencia especial en condiciones de coordinar, reunir, interpretar y difundir la información que esta red obtenga. La misma contará, fundamentalmente, con analistas especializados por cada una de las regiones del mundo y por traductores que puedan entender los distintos idiomas en los que se expresan.

Siguiendo por abajo, a los opositores no hace falta espiarlos, al margen de que está prohibido por nuestra Ley de Inteligencia. Deberá bastarnos para conocer sus intenciones y planes, con la lectura de los diarios de la mañana. 

Tareas de inteligencia

El verdadero problema lo plantean los oponentes, dado que por su propia naturaleza operarán en forma encubierta, tanto dentro de nuestro país como en nuestra vecindad. Para ello será necesario contar con un solapamiento de organizaciones, una enfocada en sus actividades externas y otra en las internas. 

Los distintos ámbitos de aplicación de las tareas de inteligencia han llevado a los países con más historia y experiencia al respecto a contar con dos agencias claramente separadas, una dedicada a lo externo y otra a lo interno. Por un lado, han dispuesto de una dedicada a la inteligencia estratégica y otra a la denominada inteligencia interna criminal.

El cine y la literatura nos muestran sus tareas bien diferenciadas. Por ejemplo, mientras la CIA norteamericana persigue terroristas por las montañas de Afganistán, el FBI se dedica a encontrar evasores a las leyes bancarias en territorio estadounidense. 

Por supuesto que estas líneas no son tan claras, concretamente, desde el 11S y, especialmente, del fenómeno conocido como los lobos solitarios. De todos modos, las diferencias persisten en las distintas finalidades que estas inteligencias persiguen.

Mientras la CIA tiene por misión alertar y descubrir cualquier amenaza para la defensa y la seguridad de los EE.UU., el FBI busca evidencias judiciales para mandar a sus espiados no al Paraíso de Alá, sino presos.

¿Tenemos inteligencia?

Para cerrar el tema, todo sistema de inteligencia que se precie de tal se completa con uno de contrainteligencia, es decir, con un subsistema destinado a dificultar sus correspondientes actividades de inteligencia a nuestros enemigos y oponentes. Que también las hacen con nosotros como su blanco preferido.

De más está decir que la naturaleza de todas estas actividades exigen no solo de profesionales, sino de algunos de carácter eximio, no solo por sus capacidades técnicas, sino por lo que es más importante, por sus cualidades morales de lealtad hacia su nación.

Confiarle esta tarea, ya sea a aventureros capacitados o a amigos amateurs, es un verdadero suicidio institucional, uno que vienen cometiendo nuestras sucesivas administraciones democráticas sin solución de continuidad, de tal modo que hoy carecemos de todos los niveles de inteligencia en todas sus formas. 

Lo que nos lleva a pensar si en realidad disponemos de la inteligencia, entendida en su sentido más estricto, y de la voluntad necesaria para reformar a nuestras agencias dedicadas a esas actividades.

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.