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La intolerancia está de regreso

25 de marzo, 2019 - 07:19

No se puede establecer si es hija de la grieta o si es el gen autoritario que repetidamente despierta en esta atribulada Argentina; lo cierto es que las expresiones de intolerancia y de odio se ven mucho más explícitas. En muchos lugares ya no se cuidan las formas, y los discursos extremos ganan entidad y consenso, con el peligro que esto conlleva.

La política ha abusado de los discursos divisionistas cada vez que le ha sido rentable. El caso testigo fue el propio Néstor Kirchner: recién llegado al poder, como un ignoto dirigente patagónico, solo conocido por acérrimo menemista y cavallista y por los 500 millones cuyo destino nunca pudo explicar, comenzó a identificarse de acuerdo a sus enemigos.

De acuerdo a quién se enfrentaba era cómo se constituía, desde los militares, algunos sindicatos, hasta la mismísima iglesia de Bergoglio, a quien consideraba jefe de la oposición y desairaba anualmente en los tradicionales tedeums.

Pero la intolerancia parece haber bajado del oportunista uso político y crece de modo preocupante en toda la sociedad. Ya nadie parece bancarse al que piensa distinto. Los inmigrantes son cada vez más señalados como un problema, muchos de ellos tratados como descarte, y florecen casos donde se niegan a atenderlos en comercios, y argentinos que creen que vienen a robarse lo que es de ellos.

Hasta los mismos sectores cuyo origen se centra en luchas por la aceptación y la igualdad, enarbolan la intolerancia como método, desde el feminismo más radicalizado hasta los sectores contrarios al aborto.  Hace pocos días, por ejemplo, un militante ambiental trataba de asesinos y genocidas a los fumadores, generando un revuelo de redes que lleva a repensar como se defienden ciertos ideales.

Si bien se sabe que mal de muchos es consuelo de tontos, debe señalarse que este crecimiento de la intolerancia no es estrictamente vernáculo.

Muchos países del mundo se ven sacudidos. Desde la islamofobia –los recientes atentados en Birmingham contra edificios de esa religión-, el antisemitismo que brota en varios países de Europa, la discriminación que alienta Donald Trump con su delirante muro, hasta el desprecio con que en España se trata a inmigrantes del Este y África, todos son ladrillos del mismo muro.

Pero en nuestro país, además de la xenofobia contra inmigrantes de países limítrofes, también crecen las discriminaciones internas. Barrios contra barrios, colectivos contra colectivos, simpatizantes políticos contra adversarios, todo parece justificar enemistades y enconos profundos.

Graffiti en un hospital público de Mendoza.

La misma sociedad que ni se conmueve cuando un contador revela que los gobernantes escondieron millones en cada lugar que pudieron, desde entretechos hasta self storages de Estados Unidos, quiere linchar y colgar en la plaza pública a motochorros y rateros.

La demanda de justicia ha devenido en demanda de venganza en muchos de esos casos. Todo parece indicar que ese extravío, por desgracia, no deja de ser una garantía de impunidad.

Es difícil que se pueda construir una sociedad mejor con el avance de estos fenómenos. Los encargados de bajar los decibeles y buscar consensos están ocupados en otros menesteres. Apenas una muy saludable iniciativa pública de figuras tan imprescindibles como Santiago Kovadloff, con el llamamiento para comenzar a trabajar para superar la grieta, puede mencionarse como reacción al avance de la intolerancia.

Se sabe que la corrupción, la impunidad, el vaciamiento de principios, son árboles de frutos podridos. Estamos ante uno de ellos, y será tiempo de preocuparnos.