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Las letras te dan revancha

En la traducción de nuestra imaginación podemos torcer el destino de aquel balón que se iba afuera para convertirlo en el celebrado gol con nuestro equipo de infancia.

18 de marzo, 2019 - 19:39

En la traducción de nuestra imaginación podemos encontrar los destinos más insospechados.

¿Qué pasaba si el remate del holandés Rensenbrink, en el minuto 44 del segundo tiempo, con un Fillol ya desvencijado, tomaba un giro inesperado de su destino de poste y trasponía la línea de gol? 

¿Qué hubiese sucedido si aquel tirito, ese error de cálculo (sobre todo para los militares) tomaba un curso diferente y se adentraba centímetros adentro del arco argentino, de la historia oficial y del propósito de festejo de cientos de personas en el estadio de River? 

¿Y si el nucazo de Olarticoechea, que se anticipó a la invasión inglesa de Lineker en el área chica, fuese considerado para la posteridad como la accidental palomita del vasco contra Pumpido, tan vencido como antes, para un deprimente 2 a 2 británico? 

¿Y si aquel barco de origen sueco que encalló en el Riachuelo, demoraba más de la cuenta su arribo a la Ribera? Rayando en el escándalo, no sé vos fijate qué sería hoy, si a los tipos que sentados en el muelle a fisgonear los colores del primer barco que asomara para crear el escudo del club de sus amores, se les aparecía un barco de bandera japonesa… ¿De qué color sería hoy la camiseta de Boca?

Y qué hubiera pasado, a mis 11 años, si en vez de pegarle desde afuera del área y mandarla por arriba del travesaño luego de haberle afanado la pelota a un defensor y correr con ella cuarenta metros, elegía eludir con una gambeta larga al arquerito adelantado, para tocarla a la valla desolada...

Las certezas tienen su contrapunto en la duda. Y en algunos casos, la literatura, como el fútbol, da revancha.

Desde el fantástico universo de las letras; el poste del Monumental, la nuca del Vasco, mi pie izquierdo a los 11 años, el Loco Gatti o el Loco Ugliardi podrían transformarse en los personajes de un cuento donde Holanda hubiese sido el campeón del 78 en el Monumental menos pensado; Argentina ganador de la serie ante los ingleses en el suplementario con otro imaginario gol de Diego. Este humilde servidor, acaso, el goleador de las inferiores del Boli.

Eduardo Sacheri, el autor del pase a Bochini en la final del Nacional 77 entre los Rojos y Talleres de Córdoba. 

Y sucesivamente, Roberto Fontanarrosa, el dueño de una famosa palomita denominada “La palomita del Negro” y el Polaco Goyeneche, de Platense, siempre de Platense, el arquero cantor. 

La palabra nos guiña cómplice para atajar el penal que nos permitió salir campeones con los colores primarios del barrio. Vestido de mangas largas, sin publicidad, jugar para tu cuadro de Primera. O descifrar los múltiples sabores del fútbol callejero, con inferiores hechas en el potrero.

La literatura nos posibilita traducir esa línea de la imaginación. Desde la palabra, podemos contar, reinventar, corregir el destino de un balón, ponerle manos y freno a una situación en una cancha o en la vida, como también intentar una y mil veces y ponernos de pie.

¿Cuántos postes nos salvaron o nos condenaron?

¿Y si esa patriótica birome se quedaba sin tinta antes del decreto del indulto? ¿Y si el celular agotaba su batería antes del llamado al jefe de personal para que redacte los despidos? 

¿Y si llegábamos a la cita, tan solo dos minutos antes? 

¿Si no nos desviábamos del trayecto a lo de la vieja esa mañana de invierno? 

¿Y si le hacía un caño a la timidez para soltarte el Very, I Love you?

¿Y sí..?

Es verdad, cada hecho nos construyó y la deconstrucción es imposible en el caso de los recuerdos.

Pero sí que desde nuestra imaginación, en una ficción, tomamos la pelota, contamos los doce pasos desde el punto de inflexión, le pateamos el penal a la nostalgia y le gritamos el gol a los recuerdos feos.