|18/03/19 11:31 AM

La batalla que el Gobierno nunca podrá ganar

Hay quienes sostienen que la economía es un estado de ánimo, y como tal, no es solamente el bolsillo el que determina los grados de satisfacción, y ahí es donde Cambiemos no puede hacer pie.

18 de marzo, 2019 - 11:46

A esta altura, cualquier análisis que se lleve a cabo en la política argentina necesita poner especial énfasis en la ficción. Ella aporta tanto a la hora de entender como la realidad, pero a diferencia, no necesita ser verosímil, no necesita números probatorios, solo el convencimiento, o el deslumbramiento, y el trabajo estará hecho.

Hay quienes sostienen que la economía es un estado de ánimo, y como tal, no es solamente el bolsillo el que determina los grados de satisfacción, y ahí es donde Cambiemos no puede hacer pie.

Observemos, por ejemplo, el panorama vernáculo. El gobierno de Cornejo hace hincapié en sus logros, como haber ordenado las cuentas públicas, una muy importante cantidad de obra pública –desde reparación de parques, plazas, hospitales, aeropuerto, calles, hasta inversiones en infraestructura energética-, y sin embargo el descontento es masivo. La realidad no “garpa”.

Por el otro lado, la oposición medianamente unida (hubo muchos acercamientos en sectores otrora enemistados) habla de la destrucción de Mendoza e invita a un “proyecto” de reconstrucción que suma a muchos hábiles destructores, como exintendentes que dejaron sus departamentos en ruinas, sindicalistas de cuya acción poco se sabe y legisladores que solo acumulan años para la jubilación de privilegio. Sin embargo, proponen ficción y cosechan adhesiones.

En una provincia conservadora, donde cualquier atisbo de cambio o modernidad –por ejemplo, carriles exclusivos para transporte público- son rechazados de plano, curiosamente no calan hondo conceptos conservadores, como el orden o la disciplina, que proponen los actuales gobernantes. Extraño, pero sucede.

Falta ficción, melodrama, entusiasmo, no importa si se cumple lo que se promete, importa la puesta en escena.

Asistimos en la semana a la cúspide de la puesta en escena con el video de la expresidente. Su hija tiene un problema linfático, de causas difusas, pero una nimiedad a opinión de los expertos. Dicho en criollo, se le hinchan los pies.

Con atención adecuada, no le impediría trabajar, si es que lo hiciese, y de hecho le permitió viajar y desarrollar sus actividades en Cuba. Luego desencadenó en una tragedia por el envidiable poder histriónico de su madre, que la vendió como víctima de persecuciones y hostigamientos.

A esta altura, queda claro que en el terreno cultural hay batallas que el Gobierno nunca podrá ganar: la de la seducción, la del entusiasmo, la de la mística. Y en Argentina pesan mucho más que el realismo. Invitar al esfuerzo es ingrato, mejor invitar a la fiesta.

Además, dicho sea de paso, tampoco le sale bien el otro camino. El encadenamiento de desaciertos no da tregua, y parecen signados a cometer gruesos errores justo allí donde más se notan y repercuten, en la economía cotidiana de los argentinos.

Poco importa si se esfuerzan con cierto éxito en el combate al narcotráfico. Poco importa si se mejoran las condiciones de competitividad y se abren mercados. Importa mucho más el manguito extra en el bolsillo, hoy, que pensar en un mediano o largo plazo.

La sociedad, a esta altura, le cree al que la entusiasma mejor. Podría decirse a quien le miente mejor. Así las cosas, no es un problema para gobernantes, aspirantes y candidatos. Al contrario, es un problema para todos nosotros.