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Algo huele a podrido en Comodoro Py

12 de febrero, 2019 - 21:44

Algo huele a podrido en Comodoro Py, sede de nuestros tribunales federales, y no son -precisamente- su baños tapados.

El realismo político siempre ha considerado al poder como una unidad. Fue necesaria la irrupción de las ideas del Iluminismo que nos trajo a la Revolución Francesa, para poner en duda ese concepto.

Concretamente, fue el Conde de Montesquieu quien en su celebérrima obra El espíritu de las leyes propuso la aceptada división de poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

El "check and balance" fue adoptado, primero, por la Constitución de los EE.UU. y luego copiada por varias, incluida la nuestra.

Pero lo que no pudimos copiar fue el sentido protestante de la pulcritud y de la decencia culposa.

Latinos como somos, he sido partidarios de la manga ancha. Tanto en lo religioso como en lo político.

Los sucesivos gobernantes argentinos han querido, siempre, un poder judicial adicto que solo se aplique a castigar a los opositores. Preferentemente, cuando un gobierno nuevo llega al poder y necesita justificarse ante la opinión pública.

Empezó con la famosa “servilleta de Corach”, en el gobierno de Carlos Menem, siguió con la manipulación del Consejo de la Magistratura de CFK y ,hoy, se prolonga con los operadores judiciales de Cambiemos.

Lo notable es que haya jueces federales que hayan figurado en las listas de todos los gobiernos.

Pero sucede que desde el exterior han visto la forma de aprovecharse de esta característica tan nuestra. Nuestra irresponsable rapacidad ha servido como excusa, primero, para investigarnos y luego, para poder comprar nuestras empresas a precio de saldos.

Especialmente, cuando ya no solo hay políticos y jueces tildados de corruptos. Sino, también, los empresarios dueños de estas empresas.

El caso judicial de la brasileña Odebrecht ha servido de modelo para la región. Con información filtrada por el FBI y la NSA se iniciaron los procesos judiciales que terminaron con una presidente en ejercicio (Rousseff) y la prisión de un popular expresidente (Lula). Siguieron por un gobierno de transición  (Temer) y terminaron con la victoria de un candidato propio (Bolsonaro).

En la Argentina, se ha seguido el esquema. Uno que comenzó con la corrupción de la obra pública de los gobiernos K, pero que ahora amenaza a empresas vinculadas al presidente Macri, a su familia y a sus amigos.

Ninguna empresa argentina de cierta importancia parece estar a salvo. Por ejemplo, teníamos empresas (Techint) con pretensiones de grandeza que cotizan sus acciones en la Bolsa de Nueva York y que competían eficazmente en el negocio global de los caños sin costura.

Con sus balances cuestionados y con sus CEOs encarcelados su valor de compra internacional ha caído a la mitad.  Quedando vulnerables para las denominadas adquisiciones salvajes.

Porque, la ropa sucia, como decían nuestras abuelas, hay lavarla en casa. Anómicos y anémicos hemos de pagar el alto precio de no haber entendido cómo funciona el mundo.