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El hielo delgado

06 de enero, 2020 - 07:12

Llevar las riendas de la sociedad argentina de hoy se parece mucho a deslizarse sobre una delgada capa de hielo.

Cualquier paso en falso puede ser el último, la grieta puede ampliarse para tragarse toda expectativa, como bien lo demuestran los sucesos de Mendoza de los últimos días, que esmerilaron con resultados aún imprevisibles al recién asumido gobierno provincial, pero también a la oposición.

En la obra cumbre de la cultura rock, la formidable The Wall, de Pink Floyd, Roger Waters lo cantó con tono admonitorio: "If you should go skating, on the thin ice of modern life, dragging behind you the silent reproach of a million tear stained eyes. Don't be surprised, when a crack in the ice, Appears under your feet". (Si tuvieras que pisar el hielo delgado de la vida moderna, arrastrando detrás de ti la reprobación silenciosa de un millón de lágrimas en ojos manchados, no te sorprendas, cuando una grieta en el hielo aparezca bajo tus pies).

Alberto Fernández, en las primeras medidas de su gobierno (no puede hablarse de plan, formal y metódicamente), ha tomado un camino simple: una gran transferencia de recursos del sector privado hacia el público.

Vía impuestazos, vía congelamiento de jubilaciones y pensiones, vía devaluación encubierta, suba de retenciones, etcétera, los sectores del trabajo y la producción deben hacer un enorme esfuerzo para sostener al Estado e indirectamente a aquellos que ese Estado sostiene.

El equipo económico da por descontado que esos sectores están en condiciones de hacer ese esfuerzo y más. No se han tomado el trabajo de chequearlo, parece.

El ministro de Economía, de impecables antecedentes académicos en Estados Unidos, bajo las cátedras de Joseph Stiglitz, no ha recorrido la Argentina para conocer la situación. No se le conoce una sola visita o reunión con los productores mendocinos, para conocer los números reales.

Tampoco con los tamberos entrerrianos, los chacareros de la Pampa Húmeda, y podríamos continuar con cada eslabón de las economías regionales.

En parte la respuesta es ideológica. Para ciertos sectores, los empresarios, productores, comerciantes, son mala palabra. Son impiadosos explotadores que subyugan a un pueblo noble y sumiso.

Por eso el Estado tiene que tomar la riqueza y redistribuirla, y por la fuerza si es necesario.

Tal vez ello explique por qué los ciclos peronistas se agotan en una década más o menos. La creación de riqueza no cuenta, solo redistribuirla. Pero la riqueza se agota, los que la producen se desangran lentamente, y el sistema colapsa.

Si sumamos la corrupción –una parte de esa riqueza desviada a cuentas y fortunas personales- todo se acelera.

El peronismo enfrenta entonces un dilema nuevo. Para distribuir riqueza debe crearla, pero ante la urgencia la va a buscar antes de que esté.

Todo esto ocurre ante una sociedad más impaciente. Difícilmente se le tenga al presidente la tolerancia que se le tuvo a sus predecesores. Máxime cuando parte de la sociedad vio que en la calle se pueden conquistar rápidamente terrenos que, por la vía de la representación, demoran o se diluyen negociando.

Un gesto esperable, que es el ajuste también en el Estado, no aparece más que a cuentagotas, con algún Consejo Deliberante que se congela sus sueldos o un proyecto de reducción de dietas de los bloques opositores en el Congreso.

Por el contrario, Fernández construyó un aparato político que reúne 21 ministerios, 84 secretarías y 169 subsecretarías, y hasta un cuerpo de pensadores para proponer soluciones, pero eso sí, rentados.

Y Zaffaroni reaparece diciendo que la política es cara, pero hay que pagarla.

Todo muy lejos del esfuerzo que se les exige a ciudadanos de a pie, y hasta a los jubilados, a los que le arrebataron a fuerza de decretos el 28% de aumentos que deben percibir en el primer semestre.

Fernández camina por el hielo delgado. Los ojos que lo miran por ahora con expectativas pueden volverse, como en la canción, en “la reprobación silenciosa de un millón de lágrimas en ojos manchados”.

Esos fenómenos, en la nueva Latinoamérica, se han transformado en una ebullición impredecible. Dar más, quitar menos, y dar el ejemplo en la propia administración pública pueden engrosar el hielo.

Eso significaría achicar la grieta.