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Urbano Barbier, el constructor olvidado

18 de noviembre, 2019 - 21:09

A veces, el tiempo se encarga de borrar de la memoria a personas quienes aportaron con su intelectualidad y acción, grandes beneficios a la comunidad. 

Son esos altruistas olvidados quienes, por ser de bajo perfil, terminan desapareciendo de la faz de la tierra, pero que aún así,  dejan su anónima obra. 

Esto le pasó a un arquitecto belga que llegó y se radicó en Mendoza, provincia a la que amó tanto como cualquier mendocino.

Se llamaba Urbano y no por algo le gustó la arquitectura, pues su nombre hacía honor a su profesión. 

El arquitecto Barbier en 1862.

Era hijo de padres franceses y de apellido Barbier. Nació en Bélgica en 1830 y al poco tiempo adoptó la ciudadanía gala. 

Desde niño, le fascinaron las construcciones, así que nadie dudó de su vocación por la arquitectura y de que se convirtiera en un alumno destacado.

A los 25 años y soltero, partió en búsqueda de nuevos horizontes y eligió –como muchos de nuestros ancestros– probar suerte en Sudamérica. 

Pensó en Buenos Aires, capital de la Argentina, pero  el destino hizo que el buque que lo transportaba fuera derivado a Chile, en donde finalmente desembarcó.

Se quedó en Mendoza por accidente

Tras residir un tiempo en ese país, se casó con la chilena Antonia Varela, pero apenas se enteró de que en la Argentina necesitaban profesionales cruzó los Andes.

Partió de Chile junto a su esposa –que se hallaba en los primeros meses de embarazo– rumbo a la ciudad de Córdoba, donde el arquitecto debía diseñar y construir una estancia para Lucas González Pinto, entonces ministro de Hacienda del presidente Bartolomé Mitre.

Pero tras una agitada jornada de viaje, los Barbier se establecieron momentáneamente en Mendoza debido al estado de la mujer. 

Muy pronto, sin embargo, el joven matrimonio se enfrentó con una muy desagradable experiencia.

El día que la tierra se sacudió

El 20 de marzo de 1861 era un día como cualquier otro. El atardecer les hizo presumir a Urbano y Antonia que sería otra noche tranquila en la ciudad de Mendoza. 

Ambos se disponían a cenar a las 20 cuando, de repente, la tierra comenzó a sacudirse sin control y gran parte de la ciudad se derrumbó. 

Los Barbier, salieron súbitamente de su casa y unos segundos más tarde, el edificio se derrumbó, salvando ellos sus vidas milagrosamente. 

Aquella aldea de construcciones de adobe quedó pulverizada,y tiempo después, el joven francés tendría un papel preponderante en la reconstrucción.

Pocos meses después, Antonia dio a luz a su primer hijo. Urbano Segundo (así lo llamaron) nació en una ciudad totalmente en ruinas, aunque con esperanzas de recuperación. 

En poco tiempo, desde la Nación y el extranjero comenzó a llegar ayuda económica para la inmediata reconstrucción de nuestra provincia. 

Por su parte, el Gobierno ejecutó un plan: trasladar la ciudad más hacia el sudoeste del antiguo asentamiento.

Había pasado un par de años de aquella catástrofe cuando el arquitecto Barbier fue convocado y se puso a disposición de los mendocinos para la reconstrucción edilicia.

Su nueva visión europeísta, de donde provenía, hizo que le diera a la ciudad un toque diferente al diseño que antiguamente mostraba.

El prestigio que alcanzó entre los mendocinos como profesional hizo que Urbano se sintiera muy cómodo en esta provincia. 

Tras la decisión de quedarse, la familia creció: tuvieron tres hijos más, que fueron bautizados Cleofá, Lucila y Carlos.

Arquitecto del universo

Aquí, Barbier implantó una corriente arquitectónica que reconocía como fundamento tres ideas centrales: el academicismo, el eclecticismo y el clasicismo.

Entre sus obras podemos mencionar la construcción de la primera Casa de Gobierno de Mendoza, en 1871, cuyo portal de ingreso miraba a la plaza Independencia.

Edificio de la primera Casa de Gobierno tras el sismo de 1861.

Además proyectó la iglesia matriz, que por problemas económicos nunca se terminó de construir. También en 1871 diseñó la Escuela Normal de Maestros, que se situaba en la calle Gutiérrez, entre Mitre y Patricias Mendocinas.

También el crédito suyo lució en la escuela Normal que estaba situada en San Martín y Amigorena, donde hoy se encuentra la Galería Piazza.

Pero quizás la mayor de sus obras fue la basílica de San Francisco (1875-1893), que hoy es el templo más antiguo de la Nueva Ciudad y fue declarada en 1928 'Monumento Histórico Nacional'.

Basílica de San Francisco, una de las construcciones proyectadas por el arquitecto frances.

Más popular fue la llamada torre del reloj, una edificación de 12 metros de alto que se encontraba en la antigua plaza Cobos -hoy plaza San Martín- en 1880.

En el orden privado, Barbier construyó uno de los más emblemáticos edificios que tiene la ciudad: la llamada Casa Alta (1889-1893) ubicada en la esquina de San Martín y Necochea, que tiene el mérito de ser la primera construcción de dos plantas y antisísmica, que fue propiedad del exgobernador Carlos González Pinto.

Urbano Barbier en una foto de 1897.

No alcanzó a terminar, sin embargo, el templo y convento de los Jesuitas (1887-1908), cuya piedra fundamental fue colocada en 1887. Se inauguró el 8 de diciembre de 1908, concluido por el ingeniero Luis Fourcade.

Pero a lo largo de su vida, Barbier también tuvo perfil de funcionario, pues ocupó el cargo de ingeniero municipal de la Ciudad de Mendoza.

Es claro que el arquitecto pasó sus años muy comprometido con su profesión, a pesar de haber perdido a su esposa Antonia en 1887.

Este infatigable profesional vivió en su casa de la calle Alberdi y Remedios de Escalada, de Ciudad, hasta que, con 67 años de edad dejó de existir el 3 de agosto de 1897.

Sus restos fueron inhumados en el Ccmenterio de la Ciudad de Mendoza.

La historia ha sido ingrata con él,  a tal punto que ningún hito, calle ni plazoleta lo recuerde como uno de los grandes constructores que tuvo Mendoza.

Al leer esta historia, tal vez algún funcionario público quiera tomar la iniciativa de rendirle un homenaje a quien lo tiene tan merecido.