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Un suizo, el primero en conquistar el Aconcagua

28 de enero, 2019 - 09:00

El cerro Aconcagua, ese titán plantado en la cordillera más alta de América, invita a desafiar a todo humano del planeta con el afán de escalarlo. ¿Quién no es, o no fue tentado alguna vez a ascender esa cima?

La cumbre del Aconcagua.

Nativos y extranjeros, intentan subirlo, año tras año, arriesgando su propia vida. Los que llegan, sienten mucha satisfacción, de haber vencido a ese gigante de piedra.

Los incas adoraban a este cerro, realizando sus ofrendas. Los colonos españoles admiraban su belleza, y allí estaba, a la espera de que alguien se atreviera a subir.

Hasta que a fines del siglo XIX, científicos europeos, con el afán de conocimiento y aventura, llegaron a estas lejanas tierras de América del Sur, más precisamente a Mendoza, para conquistar el coloso andino.

Una expedición de gringos

Con la inquietud de investigar aquella cordillera de los Andes y sus elevados cerros, en Europa se formó una expedición al mando del británico Edward Fitz Gerald y un grupo de “alpinistas”, en su mayoría de origen suizo, integrado por nueve hombres y el guía de la expedición Matthias Zurbriggen, quienes además de llevar sus equipos traían varios aparatos científicos. Llegados a Chile, partieron hacia los Andes para realizar la más grande hazaña: escalar el Aconcagua.

Zurbriggen junto Fitz Gerald (a la derecha) antes de iniciar el ascenso al cerro Aconcagua, el más alto de América.

En la madrugada del 9 de diciembre de 1896, el grupo inició la marcha hacia la montaña. Uno de los objetivos principales fue localizar el cerro, ya que Fitz Gerald no contaba con información lo suficientemente precisa. Casi viajaban "a ciegas" y los datos que poseía el británico y jefe de la expedición, fueron aportados por Paul Güssfeldt, quien en 1883 había reconocido aquella zona.

Acampando en El Relincho

Unos días después se estableció el primer campamento en Punta de Vacas, y de allí marcharon hacia el valle de El Relincho. Pronto se convencieron de que los reconocimientos del grupo tratando de buscar una ruta directa no eran muy apropiados. Entonces, Fitz Gerald emprendió rumbo hacia Puente de Inca, paraje que ofrecía mejores ventajas para servir de base.

Edward Fitz Gerarld.

El 18 de diciembre, Zurbriggen partió con un pequeño grupo con el objeto de buscar un lugar apto para instalar un campamento intermedio.Después de cinco horas de marcha, y cansados por el trayecto recorrido, vieron al codiciado macizo.

Pero era conveniente tratar de ganar las alturas laterales hacia el Sur. La inmensa falda del Aconcagua se interpuso en su camino y a pesar del entusiasmo que llevaban, fueron obligados a realizar un rodeo hacia el Norte. Los intrépidos viajeros continuaron trepando aquellos escarpados lugares.

El suizo y sus compañeros soportaron en tres jornadas un gran desgaste físico, pero solamente el primero logró alcanzar una altura de 5.700 metros.

Al llegar la noticia del hallazgo del macizo y la posibilidad de ascender, Fitz Gerald ordenó alistarse para el día 23 y emprendió con su gente el ataque al cerro.

Esperanzados en hacer cumbre, los expedicionarios partieron con sus equipos hacia la hazaña. En el camino, un intenso frío los sorprendió y a los 5.700 metros de altura comenzaron a sentir los efectos de la falta de aire. Este mal afectó a varios de los hombres que se fatigaban con facilidad ante el mínimo esfuerzo.

En cambio, Fitz Gerald y Zurbriggen, osados y sin importarles el peligro, llegaron a los 5.800 metros. Allí se desencadenó una copiosa tormenta de nieve que obligó irremediablemente a los escaladores a descender.

La víspera de Navidad sorprendió a los expedicionarios en un nuevo lugar: el campamento en Nido de Cóndores. Pero el estado físico de los intrépidos escaladores se encontraba en condiciones deplorables y fue tal el desgaste que tuvieron, que el jefe ordenó el regreso al campamento del Valle de los Horcones, situado a la altura de 3.600 metros.

Ya en los Horcones, los andinistas tomaron un descanso reparador, ingiriendo alimentos con mucha calorías para poder recuperarse del desgaste tan duro que sufrieron.

Fortalecidos física y moralmente, esto generó entre los andinistas un gran optimismo y originó la decisión de volver ascender el cerro. Así, en víspera de Año Nuevo marcharon nuevamente hacia Nido de Cóndores. Al llegar a ese lugar tuvieron que soportar una temperatura 14 grados bajo cero y los decididos escaladores iniciaron el ataque frontal al Aconcagua. 

Mattías Zurbriggen sufrió un principio de congelamiento y nuevamente Fitz Gerald dispuso el regreso.

A pesar de este incidente, los expedicionario realizaron al día siguiente otro intento y tras una penosa marcha, escalaron por las inexploradas laderas hasta llegar a los 6.600 metros pero condiciones desfavorables del clima, los obligó a retroceder y retornar a Puente de Inca.

Los andinistas estaban amargados y entre los miembros se produjo un ambiente de escepticismo que llegó a que la situación se tornara de extrema tensión. Con el correr de las horas, se repusieron los ánimos y la expedición partió hacia la cumbre.

Al otro día, los perseverantes hombres, con sus equipos y varias mulas, llegaron hasta la base del cerro Aconcagua para proseguir su marcha, llevando al hombro sus equipos y víveres hasta el último campamento.

Cuando faltaba muy poco para atacar la cumbre, el jefe de la expedición, por su inexperiencia, cometió el grave error de acampar  en vez de efectuar el esfuerzo definitivo hacia la cumbre. Fue en ese lugar que los envolvió una tormenta de nieve que diezmó a gran parte del grupo.

A pesar de todos estos infortunios, el jefe del grupo, Fitz Gerald, y el guía Zurbriggen subieron hacia la cumbre. El primero sufrió una caída que le impuso una nueva detención, a unos 800 metros de la etapa final. En estas circunstancias, el segundo tuvo que hacerlo solo.

Matthias Zurbriggen.

El guía suizo, en su primera ascensión, llegó a un pico y creyó haber subido a la cima. Pero divisó otro más elevado, entonces descendió para escalarlo al día siguiente. Caminó hacia el británico, y ante la imposibilidad de acompañarlo, acordaron que una vez repuesto, el doctor Fitz Gerald sería el primero en pisar la cumbre.

Con el aliento en la nuca

Una noticia que fue recibida en el campamento base alteró el amor propio de los expedicionarios. Varios andinistas del Club Alemán de Gimnasia y Esgrima de Chile llegaron desde el país trasandino para ascender el Aconcagua y se encontraban muy cerca de ellos.

Tanto el jefe de la expedición como el guía quedaron atónitos y tomaron la decisión de que el 14 de enero de 1897 debían ascender el coloso de América. En la mañana de esa jornada, Zurbriggen partió e intentó la ascensión del cerro.

Desde el principio creyó posible escalar por el lado sur, pero vista la imposibilidad de ejecutarlo por ese costado, franqueó la montaña y subió por el Norte. Después de intentarlo, descansó sobre una roca y a la altura de 6.400 metros, vio diversas piedras formando una pirámide que al separarla encontró una lata que contenía una tarjeta del profesor Güssfeldt, aquel científico que había llegado hasta ese punto, a muy pocos metros de la cima, en 1883.

Llegó por un pelito

El suizo Mattías Zubriggen se animó a realizar su último intento de llegar a la cima, pero fue sorprendido por una tormenta de nieve que duró cerca de tres horas. 

Extenuado tanto física como anímicamente, y casi con el último aliento, siguió con pasos lentos para realizar el objetivo tan preciado. Faltaban unos metros y parecía que no lo iba a lograr, pero llegó a la cumbre. Ya en ella, sus ojos se llenaron de lágrimas por la emoción y la alegría invadió su cuerpo.

En la cima, Zurbriggen, sin perder tiempo, edificó un mojón de piedra y en su interior colocó la piqueta del "alpinista" Fitz Gerald que llevaba grabado su apellido. El flamante conquistador de aquella mole de piedra tomó un cuchillo y talló su nombre en el mango de aquella herramienta para luego, en una botella que llevaba en su mochila, introducir su tarjeta con sus datos.

Mientras tanto, los competidores chilenos llegaron horas después a la altura de 6.500 metros por el mismo camino elegido por el escalador suizo.

Así, después de tantos sacrificios, el destino quiso que fuese este helvético el primer ser humano que venciera el Aconcagua, el pico más alto de América.