|15/01/19 06:34 PM

Pedro Fóppoli: la máquina de hacer pájaros (parte 1)

“Decime sino lo reconocés, Martín. ¡Hemos ido juntos a verlo en el 84’! ”, escribe el autor de este texto que rememora al exjugador Pedro José Fóppoli

16 de enero, 2019 - 16:26

Hacía rato que había perdido el ánimo. Para todo o para casi todo. Habían pasado muchos años, y me sentía cansado. Pero lo que me estaba pasando era algo más profundo que estar cansado. O harto. Si alguien pudiera asomarse dentro mío como quien se asoma a un balcón podría atestiguar el vacío, la oscuridad, o lo irrespirable de mi condición. Los puentes que alguna vez me unieron a la mañana, a la luz, y que unían la plasticidad de la vida conmigo ya no existían. 

En muchos sentidos mi vida se había terminado. Sinceramente, ya no esperaba nada más. Pero siempre sucede algo que nos vuelve a conectar, y volvemos a tener esa ilusión que tras los espejos hay algo más que su reflejo. Somos así.

Y así fue que llegué al bar esa noche en San Martín y Rivadavia. Caminaba como un moribundo tranquilo, de esos que van dejándose morir a cada tranco, como quien va derramando pétalos en un me quiere - no me quiere definitivo. 

Me había llamado mi viejo amigo Blue. Siempre preocupado por mí, trataba una y otra vez de hacerme volver. Y él conocía perfectamente mi decisión, mi estado. 

Para enfrentar un trabajo de este tipo hay que tener mucha energía, algo del tamaño de la Cordillera de los Andes. Y yo ya no tengo fuerzas. Bah, lo que no tengo es alma. Corazón, sangre. Respiración. Creo que ya ni eso tengo. Jadeo de solo caminar media cuadra.  

–Ésta que te tengo te va a sorprender- me dijo por teléfono el Blue.

–Venite al bar que quiero presentarte a alguien, un amigo mío.  

Hace rato que le quiero decir al Blue que ya basta, que no insista, que no voy a volver nunca más. Que eso ahora se los dejo a los que vienen detrás, a los más jóvenes. 

Yo le digo que podemos sentarnos a tomar unos vinos, o a tomar un café, no hay problemas. Pero que ya no me traiga más de lo que él cree, en su habitual desvarío, que son indicios, señales de la cosa. Porque no los voy a tomar. No voy a volver a caer en la tentación. Demasiado ya me metí en el tema y así me fue. Quedé como gallina desplumada a medio punto del machete. 

De todos modos, me dije, ¿qué pierdo? De última me tomo unos vinos con un amigo, ya que últimamente no veo prácticamente a nadie. Desde que renuncié casi no salgo. Solo hablo con mi gata. Y eso cuando ella quiere.   

Diga lo que diga el Blue esta vez, no estoy en condiciones siquiera de escuchar un dato más, o una pista que venga a colgarse a mi largo collar de sospechas sobre el tema. Ya no entran más. O es la clave o no es nada. Como en el arco de medio punto. Y hasta acá, todo se ha desmoronado una y otra vez. No veo porqué esta vez pueda ser diferente. 

Además, después de mucho llegué a una conclusión. No existe tal clave. Todo en lo que me monté fue una fantasía, agitado y sostenido por un reducido grupo de inconscientes que me creyeron y que encima me estimularon a perseguir el hilo de mis hipótesis. Pero tengo que decir que nadie de mi entorno es precisamente un modelo de raciocinio. La verdad es que soy un pelotudo. 

–Te presento a mi amigo Pedro– me dijo el Blue. 

–Pedro Fóppoli- dijo el hombre de rulos mientras me daba la mano. El hombre, al que percibí muy nervioso se amasaba las manos como si padeciese algún tipo de soriasis. 

Pero bueno, me dije, hay mucha gente que es así. Nerviosa por naturaleza. Pero no quise entrar a darme manija con este tipo apenas unos segundos de haberlo conocido. Me concentré en una aceituna que parecía bien carnosa que estaba en un platito sobre la mesa pero no me atreví a manotearla. 

Pedro Foppoli

El Blue, me sirvió una copa de vino. –Un Syrah, como te gusta a vos- me dijo. –¡Salud! Y brindamos los tres.  

Me tiré hacia atrás en la silla mientras le daba un buen trago al vino. Y esperé a que viniera lo que tuviera que venir.

–Pedro es uno de ellos- dijo sin ningún rodeo el Blue. 

Para no entrar de primera como un caballo le apunté entonces a la aceituna y mientras me la llevaba a la boca hice un ademán, como quien ha escuchado mil veces lo mismo. El bla, bla, bla de siempre. 

–Mostrale Pedro- le dijo el Blue al amigo. El hombre rápidamente metió la mano en un bolsillo interior de la campera que traía y sacó un sobre. Con sus manazas de gladiador lidió unos momentos con la boca del sobre y sacó unas fotos. Eran viejas, de las de antes, algunas en blanco y negro. Otras, en colores. 

–¿Lo reconocés Martín?- me preguntó un poco exaltado el Blue con esa cara que pone cuando está convencido que tiene la posta. 

Yo, la verdad que sin anteojos no veo bien, así que me los puse y traté de fingir una atención que no tenía. 

–Decime si no lo reconocés, Martín ¡Hemos ido juntos a verlo en el 84’!     

Levanté una de las fotos y recién me di cuenta que la imagen era la de un jugador de fútbol. Miré mejor y vi que llevaba la camiseta de mi Huracán Las Heras querido. El jugador tenía una pelota debajo del brazo, erguido, sacando pecho, mirando a distancia como un guerrero. Con los rulos al viento. ¡Algo me hizo crack!.. Muy adentro… 

Miré detrás de la foto para ver si tenía fecha y… efectivamente, decía: 14 de octubre de 1984. Por primera vez Huracán Las Heras campeón de la Liga Mendocina de Fútbol.

Di un salto hacia atrás cuando como un rayo todo volvió a mi memoria. Mis pupilas dilatadas me situaban ahora un paso aquí, ahora mil pasos atrás. No pude contener mi emoción, y eso que venía dispuesto a no entregarme fácil.
De refilón, pude advertir el gesto de satisfacción del Blue. 

–Fóppoli, es Pedro Fóppoli ¡¡¡Cómo no me voy a acordar!!!