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Los últimos días de José Félix Aldao

10 de enero, 2019 - 13:04

Se levantó con un fuerte dolor en la parte derecha de su cara. A los pocos días apareció una protuberancia en ese lugar, la que aumentó rápidamente. Su médico le recetó tópicos de yoduro de potasio y organomercuriales para bajar la inflamación. José Félix Aldao, el gobernador de Mendoza, estaba enfermo.

Aldao fue un importante personaje mendocino que primero se incorporó a la orden dominica como fraile, después dejó sus hábitos y en 1817 se hizo militar luchando para los patriotas en la campaña libertadora de los Andes.

Luego, en la guerra civil apoyó a los federales. Aliado al Restaurador Juan Manuel de Rosas, gobernó la provincia entre 1841 y 1845 con mano dura, eliminando a sus enemigos políticos.

Soldado federal (1842)

También cabe destacar que realizó importantes obras para Mendoza.

El cáncer del gobernador

Su poder era absoluto y gozaba de la adulación de una parte de la ciudadanía de Mendoza. Sin duda era el hombre más popular de la región cuyana en esa época. Todos los domingos se paseaba en carruaje para concurrir a las carreras de caballo y era adulado por el público allí presente que le rendía pleitesía. 

De repente, llegó una noticia y el pueblo se conmovió: un cáncer facial tuvo postrado al político luego de someterse a varias cirugías que no impidieron su muerte.

El tumor tenía el tamaño de un huevo de gallina, afectando la nariz y parte del ojo derecho. Su médico personal pensó que era un tumor llamado "lobanillo". Sin embargo, el "fraile" no estaba convencido y consultó al eminente cirujano español Cayetano Garviso (1807-1871), quien hacía varios años se había establecido en nuestro país y que por casualidad estaba en la provincia de San Juan.

El ilustre profesional español llegó a Mendoza con sus herramientas de cirujano y los allegados al gobernador lo recibieron esperanzados.

El facultativo revisó al dictador y opinó que se trataba de un quiste que contenía materia sebácea. Cuando punzó el tumor, brotó mucha sangre y la lectura del cirujano fue clara: el absceso era cancerígeno y había operar de urgencia para que la enfermedad no avanzara.

Días más tarde, el médico le extirpó parte del tumor y cauterizó con nitrato de mercurio los tejidos que quedaban. La intervención duró una hora y fue exitosa. Por ella, Garviso cobró 1.000 pesos fuertes, una fortuna para ese tiempo.

Luego de un mes, el tumor volvió a crecer en el rostro de Aldao, por lo que se decidió someterlo a otra intervención. En esa ocasión, el doctor Garviso fue ayudado por su colega Martínez y el betlemita Santa María, pero sólo pudieron extraer parte del nódulo, cauterizar la herida y las caries que mostraba el hueso frontal.

La operación se ejecutó sin anestesia sufriendo el paciente un extremado dolor. Seguidamente, se le hicieron curaciones con nitrato de plata en la zona operada y para la inflamación se le aplicó cataplasmas de lino y acetato de plomo.

A pesar de los esfuerzos médicos de Garviso, la enfermedad del caudillo federal se agravó y los dolores siguieron, sumándoseles otros en las extremidades, como la rodilla y el tobillo.

Un hilo de esperanza

Desde Buenos Aires, Rosas envió a su cuñado, el doctor Miguel Rivera Rodón (1792- 1867), con la esperanza de poder salvar a su amigo Aldao. Graduado en Buenos Aires, profesor de clínica quirúrgica en la Universidad de Buenos Aires y especializado en medicina en París, Rivera partió a mediados de 1844 a nuestra provincia. El experimentado cirujano arribó a nuestra ciudad con todos los honores.

Inmediatamente, visitó a Aldao y ejecutó un minucioso estudio del tumor, cuyo diagnóstico no fue el más halagüeño. Sometió al enfermo a un período de curaciones superficiales con creosota –un ungüento de carbón de hulla que sirve para preservar maderas- sobre la lesión tumoral. También le recetó tomar dos comprimidos de protoioduro de hidrargirio y extracto de jengibre cada 12 horas.

Después de este período de curaciones, el tumor cancerígeno se extendió en la nariz, la frente y el ojo derecho, por lo que Rivera le propuso al gobernador otra cirugía. Este aceptó, pero le dijo que no aguantaría más de dos minutos.

El médico seccionó el tumor con las porciones de hueso que estaban adheridas, y a pesar de la fortaleza anímica del gobernador, se desmayó tres veces. Para reanimarlo se le aplicó alhelí y agua colonia en la nariz. La intervención duró solamente tres minutos y medio.

Con posterioridad a la tercera y última cirugía, se le dio un tratamiento por vía oral con cianuro de hidrargirio y muriato de oro. A pesar de esta pócima, el enfermo tenía comprometida toda la mejilla, parte de la nariz, el ojo y se le sumó un edema labial.

Esfuerzo sin resultado

El exfraile bajó súbitamente de peso y tuvo fiebre muy alta, vómitos, diarrea y deshidratación. Y aunque trajeron desde Europa sanguijuelas para aplicárselas, todo fue en vano.

En poco tiempo, el estado de Aldao era calamitoso y no obstante de los esfuerzos médicos, el fatal desenlace era inminente.

Minutos antes de su muerte –falleció el 19 de enero de 1845– lo asistió espiritualmente fray Dionisio Rodríguez, prior de los dominicos.

Tras el desenlace fatal, después de un solemne funeral fue enterrado con el hábito de la orden de Santo Domingo.