|05/09/18 11:37 AM

¿Pueden mejorar las relaciones entre Estados Unidos y China?

Desde el triunfo de Trump en las elecciones norteamericanas, las relaciones con China han estado cubiertas de un velo de incertidumbre.Las nuevas medidas proteccionistas dictadas por Washington están repercutiendo en todo el mundo.Específicamente las sanciones y los impuestos hacia China hacen reflotar la incógnita de una “Guerra Comercial”

05 de septiembre, 2018 - 17:03

Existen numerosos estudios sobre el deterioro de las relaciones entre ambos países, lo cual no escapa a la lógica, primero por ser claros competidores en el terreno comercial y geopolítico, segundo por la campaña “anti-China” que promulgaba Trump como candidato a ocupar el Salón Oval. Ahora bien, la declaración de China como un “enemigo de la economía norteamericana”, o del “América para los americanos”, se fue afianzando con medidas poco amistosas en materia comercial. Cuando Estados Unidos comienza este tipo de acciones unilaterales, nunca sabemos dónde termina, y por ello que vamos a analizar una serie de variables para comprender entre qué márgenes se maneja la relación chino-norteamericana.

En primer lugar, una de las variables más importantes es el crecimiento económico chino: lo que China considera como pasos firmes para desarrollar sus propias industrias nacionales y promover sus intereses económicos en el extranjero se percibe en los EEUU (y en muchos otros países desarrollados) como una práctica económica desleal y destructiva para las normas económicas internacionales existentes. A pesar de ello, China ha logrado plasmar una estrategia funcional para aumentar su influencia a nivel regional y mundial. Un claro ejemplo ha sido el desarrollo del BRI (Belt and Road Initiative) mejor conocido como “la nueva ruta de la seda”, que se sostiene sobre bases comerciales, financieras, culturales, diplomáticas y hasta legales. El fundamento es conectar el espacio euroasiático con China. En un sentido más práctico, una estrategia de “softpower” acorde a su tradición diplomática en el ámbito regional.

En segundo lugar, los esfuerzos de China para alterar el status geopolítico reinante. Estados Unidos ha disfrutado de un momento de unipolaridad desde el final de la Guerra Fría. Al comienzo de este período, China todavía era económica y militarmente intrascendente en comparación con los Estados Unidos, pero desde entonces ha mejorado rápidamente en todos los aspectos del poder nacional. Con ello, China se ha vuelto más confiada (o asertiva, agresiva, o expansionista según quién hable) al examinar sus intereses nacionales, especialmente en aquellas áreas que considera como intereses "centrales", es decir, la integridad territorial. Si bien China ha tenido una serie de enfrentamientos militares con sus vecinos e incluso libró una guerra por cuestiones territoriales desde 1949, ahora que su poder nacional ha comenzado a rivalizar con el de EEUU. Tales acciones se convirtieron en amenazas a lo que EEUU percibe como “status quo” en Este y Sur de Asia. Debemos tener en cuenta que donde China aplique influencia militar, se encontrará en desventaja con respecto a los Estados Unidos, ya que su par le jugará la misma moneda. Un claro ejemplo de esto es la extensión de la frontera del mar chino, la creación de islas artificiales y otros mecanismos que no pueden ser llevados adelante por otro medio que no sea la fuerza.

En tercer lugar, ambos tienen un enfoque diferente en materia de relaciones internacionales. Esto es más complejo y sutil que el resto de las áreas donde disienten ambas potencias. Superficialmente, China tiene preferencia para negociar bilateralmente con otras naciones en cuestiones regionales, mientras que EE. UU., al menos hasta la reciente sombra del unilateralismo, parece preferir soluciones e instituciones multilaterales. Washington actúa enmarcando algunas de sus acciones en términos de defensa de los derechos soberanos de los estados más pequeños, especialmente frente a Rusia y China, al tiempo que enmarca sus intervenciones extranjeras en términos de combatir el terrorismo y el desastre humanitario. Por otro lado, a China le gusta ensalzar las virtudes de la no interferencia en los asuntos internos de otros Estados soberanos, pero considera que explotar todas las vías de poder en las relaciones bilaterales es una práctica justa. Ambos pueden verse como hipócritas a su manera, y las discusiones sobre las virtudes relativas (si es que existen) de sus respectivos enfoques de las relaciones internacionales a menudo se etiquetan como "whataboutism" (acusar al oponente de hipócrita sin refutar su argumento) como resultado.

Por último, debemos tener en cuenta la hostilidad y la desconfianza fundamental de los Estados Unidos hacia el modelo de gobierno de China. Incluso si todos los demás desacuerdos se resuelven de alguna manera, este problema persistirá. El gobierno chino no defiende ninguna crítica fundamental hacia la democracia (de hecho, le gusta decir poco convincentemente que es un tanto democrático), pero vemos que incluso con los aliados geopolíticos estadounidenses, como Arabia Saudí, el gobierno antidemocrático sigue siendo una fuente de constante fricción. Las diferencias culturales e ideológicas comprometen el desarrollo de acuerdos mundiales, ya lo vimos en Yalta, por citar el más cercano en la historia.

Ahora, ¿hay alguna esperanza de mejorar las relaciones entre EE. UU. y China a partir de este punto? Se suele decir que ambos Estados se encuentran en la llamada “Trampa de Tucídides”, es decir, cuando una potencia nueva reta a una establecida y crea condiciones para que estalle una guerra. Creo que esto nunca sucederá en un mundo nuclear. Estados Unidos participó de la segunda guerra mundial, entendiendo que si salía victorioso se convertiría en una potencia hegemónica. A partir de allí, se decidió entrar en una Guerra Fría con la URSS, ya que el sacrificio de vidas sería muy alto para convertirse en la única potencia hegemónica mundial. En ese entonces, el poderío militar de la URSS y EE. UU era similar, y a pesar del desarrollo y competencia en dicho ámbito, la verdadera contienda se dio en lo económico. Esta situación es, en parte, similar. China no tiene el poderío militar ni la carrera armamentística, pero sí tiene el componente económico con proyección a superar el PBI de la potencia hegemónica. En base a lo expuesto anteriormente, los escenarios pivotan en dos extremos: Una Guerra Fría comercial (peor de los casos) o un compromiso mutuo que no deje a ninguna de las partes felices (mejor escenario). China es una nación de 1.400 millones de habitantes que continúa su desarrollo y aumenta la calidad de vida de los habitantes. Esto creará desafíos económicos muy fuertes a futuro: Pekín lo sabe y no puede resolverlos sólo con una buena política doméstica, para ello necesita acuerdos con algo más que su zona de influencia.

Ahora, el camino de desarrollo de China no está escrito en piedra y habría espacio para algunos compromisos, siempre y cuando ambos lados se den cuenta de que ninguno de los dos obtendrá todo lo que quieren: Washington debería asumir el hecho de perder su hegemonía en Asia, y China abandonar el ideal de obtener la “gobernanza mundial”.

En un mundo ideal, una mejor comprensión mutua eventualmente suavizaría los desacuerdos, pero cualquier realista diría que mientras exista la competencia geopolítica subyacente, estos desacuerdos solo serán amplificados y usados ​​como municiones para justificar la intensificación de la rivalidad. El futuro de la península de Corea, la disputa territorial del Mar Chino y presencia militar norteamericana en Asia (como contención clara al territorio chino) serán los fusibles que pondrán en juego la voluntad de las potencias.