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Trump y el estado profundo

La imagen de Trump que tenemos en la Argentina es la de un presidente lunático que llegó a la Casa Blanca casi por casualidad. Pero la realidad es muy diferente.

21 de septiembre, 2018 - 18:41

La ciencia política nos enseña que cada régimen político tradicional, sea este monárquico, aristocrático o democrático tiene sus respectivos métodos de control.

Sin embargo, la historia muestra que en no pocas oportunidades se ha apelado a procedimientos non sanctos, como por ejemplo, los golpes de estado en la turbulenta América del Sur, pero también al simple expediente del magnicidio en la aparentemente calma de América del Norte.

Joseph Conrad, en su célebre obra Nostromo, en la que describe un típico Estado sudamericano, al compararlo con los más civilizados del Norte expresa: “Hay algo siempre irresponsable en la rapacidad de las apasionadas, bien intencionadas razas del Sur, que no es obstáculo para el oscuro idealismo de las del Norte, que ante el menor incentivo sueñan con nada inferior a la conquista de la tierra”.

Para entenderlo mejor a Conrad vamos a los números. Tomemos, por ejemplo, a los EE.UU., la primera y más poderosa democracia del mundo.

De un total de 45 presidentes, cuatro fueron asesinados durante el ejercicio de sus funciones, mientras que otros ocho sufrieron intentos fallidos y solo uno de ellos debió renunciar bajo la amenaza del juicio político.

Los cuatro presidentes que murieron asesinados durante su mandato fueron Abraham Lincoln (1865), James A. Garfield (1881), William McKinley (1901) y John F. Kennedy (1963). Y los ocho que sobrevivieron a intentos de asesinato fueron Andrew Jackson en 1835, Theodore Roosevelt en 1912 (después de finalizar su mandato), Franklin Delano Roosevelt en 1945, Harry S. Truman en 1950, Richard Nixon en 1974, Gerald Ford en 1975, Jimmy Carter en 1979 y Ronald Reagan en 1981. Richard Nixon (1994) ha sido el único presidente en renunciar al cargo.

Una simple estadística nos da un total de 15 mandatos presidenciales interrumpidos, o sea, un elevadísimo 33%, o –en otros términos– uno de cada tres. Lo que nos lleva a preguntarnos de qué lado de la estadística se encontrará su actual presidente, Donald Trump.

La pregunta no es inocente ni casual. Sucede que Mr. Trump, enfrenta serias posibilidades, no solo de ser depuesto, por los mecanismos institucionales del juicio político, si no también por algunos de los otros ‘procedimientos’ que integran la negra estadística norteamericana.

Al margen de la estadística, hay otros factores que debemos analizar. El primero es preguntarnos por quién o por quiénes gobiernan, efectivamente, a la primera democracia del mundo. Ya en su discurso de despedida, su 34º presidente, el general Dwight D. Eisenhower, le advirtió a su pueblo sobre un poder en las sombras: el del complejo militar-industrial.

Y no son pocos los investigadores que sostienen la tesis de que el su presidente número 35, el famoso John F. Kennedy, fue asesinado por instancias de ese poder oculto.

Sea como sea, y más allá de toda teoría conspirativa, pudo leerse en un artículo de opinión anónimo publicado en The New York Times del 6 de septiembre de este año, sobre la existencia de “la silenciosa resistencia interna al gobierno de Trump”, por parte de lo que algunos denominan como el “Deep State” o el Estado Profundo.

Se lee, por ejemplo, en el mencionado artículo lo siguiente: “Muchos de los funcionarios de alto rango del gobierno (del presidente Trump) están trabajando diligentemente desde adentro para frustrar temas de su agenda… ¿Como lo sé?: soy uno de ellos”.

Como si esto fuera poco, la cadena de noticias británica BBC sostuvo que luego de un análisis del texto en cuestión, su autor no era, nada más y nada menos, que otro que el propio vicepresidente de los EE.UU., Mike Pence.

Más allá de las especulaciones, lo que el artículo revela es la existencia de una burocracia que no cambia con las sucesivas administraciones y que tiene su propia agenda. Una que está tratando de promover políticas del establishment, como por ejemplo, las desregulaciones, las bajas de impuestos y más presupuesto para el Pentágono y que se opone a las políticas populistas que llevaron a que Trump fuera electo.

Un conocido lobbista y experto político, conocedor de los meandros de la política washingtoniana, William Lind, no duda en calificar a esto como “un esfuerzo por subvertir la voluntad popular. Aquellos que los pueden hacer con éxito en nombre de los intereses monetarios muchas veces se hacen muy ricos”.

Pone como ejemplo a la actual política exterior norteamericana, una en la cual, en público y en privado, el presidente Trump muestra sus preferencias por autócratas como el presidente Vladimir Putin, de Rusia, y el líder de Corea del Norte, Kim Jong-Un, pero que observadores astutos han notado, sin embargo, que el resto del gobierno está operando en otra dirección, una en la que países como Rusia son considerados intervencionistas y que deben ser castigados como corresponde.

El artículo anónimo 
“Él (el presidente Trump) se quejó por semanas sobre funcionarios de alto nivel de su staff que lo dejaban mal parado frente a una futura confrontación con Rusia y expresó su frustración de que los EE.UU. continuarán imponiendo sanciones a ese país… Pero su equipo de Seguridad nacional sabía lo que era mejor –que tales acciones eran necesarias– para hacer responsable a Moscú”, dice el artículo.

Llegado a este punto, no puede más que concluirse que este denominado Estado Profundo es el que promueve conflictos internacionales innecesarios y contraproducentes, ya que estos conflictos justifican el trillón de dólares destinados al presupuesto de la ‘seguridad nacional’ y del cual esa burocracia silente se alimenta, proveyendo los escenarios por los cuales los burócratas del régimen construyen sus carreras y su poder y distraen al público de las guerras fracasadas como las de Irak y Afganistán.

A la par que ocultan su ineficiencia para lidiar contra las amenazas reales, como las guerras no convencionales y la entidades no estatales, como el narcotráfico, que las libran. Esto, en lenguaje clásico es pan para el establishment y circo para los ciudadanos.

Pese a lo expresado, la imagen que tenemos en la Argentina es la de Donald Trump como un lunático que llegó a la Casa Blanca casi por casualidad. Por su parte, tendemos a ver a los grandes medios de comunicación de los EE.UU., como el The New York Times y el Washington Post como un grupo de valientes periodistas que mantiene una peligrosa lucha por los valores democráticos.

La realidad, según la vemos nosotros, es muy distinta. Se trata de una banda de intereses corruptos que alimentan al status quo que sabotea a un presidente que busca mejorar las relaciones con Rusia y con Corea del Norte para evitar guerras innecesarias y que pone a los EE.UU. primero. 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.