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Monos con navajas

03 de septiembre, 2018 - 07:22

Tras una semana apabullante, donde la realidad no nos dio respiro, pudimos asistir a un juego de incapacidades varias. Pero no deja de ser risueño que, tal vez correspondiendo con aquella vieja idea de que la realidad se repite una vez como tragedia y otra vez como farsa, los players parecieron todos amateurs, improvisados, visiblemente fallidos a la hora de ejecutar sus papeles. A todo se les vio demasiado la hilacha, el cuchillo abajo del poncho; un circo berreta de carpa desharrapada y animales hambrientos, en patética gira por parajes de abandono.

Empecemos, como corresponde, por el elenco gubernamental: claramente en la semana Macri entró en default político. No solo no supo manejar la crisis, sino que tampoco supo contar lo que pasaba, tomar la voz de mando, abandonar la tibieza y dejar de cuidar el empate para calzarse la ropa de Presidente y hacer lo que se le reclama. Así, cualquier voz sumaba confusión, las internas trascendían y la desorientación creció hasta el paroxismo.

Acostumbrados como estábamos a que en anteriores crisis se sobreactuaran guiones burdos, como Menem haciendo promesas irrisorias, o Cristina denunciando conspiraciones improbables, el balbuceo breve e insulso de Macri fue como un llamado a interpretar cualquier cosa de acuerdo al gusto del consumidor. Su equipo poco ayuda, pero eso no disimula las falencias del líder.

Se suponía, al principio, que las mayores virtudes de aquellos aspirantes al gobierno en el lejano ‘15 pasaban por el lado de la economía: con líderes empresarios de reconocida eficiencia y voces reconocidas y respetadas del mundillo, las mayores garantías vendrían por esos lados. Sin embargo, hasta ahora son los principales en hacer sapo. Si hay ministros que vienen con buenos desempeños, como Dietrich o Stanley; si Frigerio fue capaz de construir en un campo minado una respetable pax política, es en el campo económico donde no dan pie con bola, aunque es necesario recordar para ser justos que recibieron un país en default. Para caer en una comparación vulgar, recibieron un país en el Veraz, y eso nadie podrá negarlo.

Veamos ahora los otros bandos en pugna. Por un lado los “mercados”: si hubo un intento de golpe de mercado, fracasaron en el fondo, más allá de haber obtenido pingües ganancias. El shock que quieren nunca llegará, aparentemente, pues pegaría debajo de la línea de flotación de la sociedad, y ni el más ortodoxo y suicida de los economistas se animaría a ello.

El otro bando golpista, el club del helicóptero, sonó más patético y desafinado que de costumbre. Los tuits coincidentes de D’Elía y Brancatelli, entre otros, con el mismo contenido anunciando un corralito, dieron la misma mezcla de pena y bronca. Les queda chica la palabra nefastos, y los intentos de sectores afines de convocar a los saqueos derivaron en unas hordas de fieritas choreando vino y fernet, y haciendo gestos a las cámaras de seguridad cuando huían con su preciado botín. Si alguien cree que se construye políticamente de esta manera, es ese escuadrón perdido que tiene miedo-y méritos- para poblar las penitenciarías.

En la sociedad, ante este panorama, impera el hastío. El descreimiento y la desilusión con unos y otros. Cualquier intento de capitalizar la situación se ve inmediatamente impugnado por los pasados de los aspirantes. Ni siquiera parece haber terreno fértil para los aventureros e improvisados, como muestran las encuestas que miden recurrentemente a Tinelli.

El destino político de la Argentina, entonces, parece todavía más incierto que el económico. La cloaca de la corrupción mancha hasta el cuello a los que quieren volver, y la sociedad se dio cuenta hace rato de que todo es cierto, más allá de los imbéciles que dicen “es todo una operación de los medios hegemónicos”. La muestra de ineptitud salpica definitivamente a los que quieren quedarse, pero no demuestran tener herramientas para manejar el presente.

Y no hay nada nuevo bajo el sol, solo monos con navajas.