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Coaching y "medioletrados"

17 de septiembre, 2018 - 12:13

Ya lo advertía Giovanni Sartori que la TV había transformado al reflexivo homo sapiens en el triste homo videns. Hoy, las redes sociales, con sus pensamientos no más extensos a los 140 caracteres, lo introducen en la categoría del homo cretinus.

Al efecto, ya nadie lee, no digo un libro, un artículo de más de una carilla. Lo han reemplazado por una batería de consignas motivacionales tan variadas, al estilo: "Dios es amor" o "Rodéate de triunfadores si quieres triunfar".

Las hay para todos los gustos y paladares. Obviamente, que no es lo mismo citar frases atribuidas a Albert Einstein que a Arjona. O un soneto de Shakespeare que a una letra de Maná o de Shakira.

Pero todas están allí. Listas como píldoras de cultura a ser tragadas por las nuevas camadas de ignorantes locuaces.

Cuando esto se lleva al nivel industrial, tenemos lo que se denomina coaching. Una supuesta disciplina que promete, nada más ni nada menos, que mejorar nuestras vidas y otorgarnos el bien de la felicidad. Lo malo no está en lo que promete, sino en su ausencia de bases sólidas.

Todos los saberes, y el coaching no escapa a ello, tienen quien los domina. En ese sentido, no hay nada más aristocrático que el saber; pues cuesta obtenerlo.

Una tarea que, en la realidad, demanda años de estudio y de ejercitaciones. En pocas palabras, son pocos los que llegan a dominar un saber en el transcurso de sus vidas. Sin embargo, hay saberes más propensos a la manipulación que otros.

Por ejemplo, el fútbol –por excelencia- es una actividad lúdica que se permite el lujo de que cualquiera pueda opinar sobre ella y convertirse en una suerte de DT.

Compartiendo este dudoso podio, se encuentran esta suerte de psicología práctica que se denomina a sí misma coaching.

Cada tanto aparecen en nuestra provincia sus gurúes. Por lo general “expertos” formados en el exterior en extraños institutos que solo ellos conocen. Y que llegan publicitando sus recetas mágicas.

En este sentido, no son pocas las advertencias de instituciones profesionales serias que alertan sobre su capacidad de manipular, ya sea a una persona o a una organizaciones enteras, con sus técnicas. Las que podrán ser de la variante metafísica, motivacional o compulsiva.

Tampoco puede negarse la muy humana necesidad de recibir un buen consejo en medio de una crisis, sea ésta existencial, laboral o del tipo que sea.

Podríamos recomendar a varios autores, pero preferimos referenciarnos en el sabio que fuera en vida el padre Leonardo Castellani S.J.

Al respecto, él nos aconsejaba cómo hacer para elegir a los que deben ayudarnos y asesorarnos en temas graves. Para empezar, nos dice que existen cuatro categorías que no son de utilidad, a saber:

1. Los creadores: son la primera capa y está constituida por los creadores, los santos y los conquistadores. Aclara que, casi siempre, se trata de personalidades aisladas y difíciles de encontrar y de tratar.

2. Los asimiladores: es la categoría que le sigue y está conformada por quienes pueden repetir con facilidad de palabra y las ideas generadas por los creadores. Explicarlas, exponerlas y hacerlas aplicables para nosotros. Por lo general, se trata de los buenos profesionales médicos, psicólogos y de otros saberes, los que integran este nutrido pero selecto grupo.

3. Los realizadores: ellos representan a los que se dedican a la acción. Son las personas prácticas que pueden ser de gran ayuda pues, por lo general, se basan en su gran experiencia y obran por el sentido común. Nuestros mayores, nuestros padres y maestros forman parte, por lo general, de este círculo.

4. Los brutos: son los que, simplemente dicho, estorban y manipulan, muchas veces por culpa de su propia ignorancia, la que puede ser vencible o invencible. Entre estos últimos pululan los falsos profetas o los intelectualoides. Como bien es el caso de los denominados expertos en coaching. Gente carente de los conocimientos teóricos y prácticos correspondientes, pero no de la soberbia de pretender transmitir lo que no tienen.

Finalmente, y resumiendo estas supremas reglas, Teresa de Ávila le aconsejaba a sus monjas tener “confesores letrados”, vale decir asimiladores o al menos realizadores, y desconfiarle mucho a los “medioletrados”, o sea a los brutos. Los cuales –decía– “me han engañado varias veces”.

Señor, señora, haga lo propio cuando tenga que elegir a quien lo ayude o lo asesore para salir con bien de una crisis.