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¿Son serios? (segunda parte)

En nuestra  primera nota sobre la reconversión de las Fuerzas Armadas, quedó en claro que el sistema de defensa argentino no está preparado y carecemos de una política de Estado consensuada. Ahora desarrollamos otros argumentos para afirmar que el cambio debe buscarse por otros caminos

06 de agosto, 2018 - 16:25

En ocasiones, las faltas de seriedad son tan serias que exigen explicaciones adicionales. Y este parece ser el caso de la anunciada reconversión de las Fuerzas Armadas (FF.AA.) a cargo de la Administración de Cambiemos.

Ya lo dijimos y vale la pena recordar, que dicha reforma no es seria y que carece de la profundidad necesaria para encarar la tarea que se propone. Y esto es así por dos causas fundamentales, a saber:

- La primera, deja “...al sistema de defensa argentino sin la preparación adecuada para enfrentar a estas amenazas que hace años que dejaron de ser nuevas”. Aquí vamos a explicar que tampoco sirve para lidiar con las viejas amenazas. 

- La segunda, pasa por alto que  “por su propia naturaleza, el empleo de las FF.AA. exige de una política de Estado consensuada, al menos, con la masa de las fuerzas políticas de la Nación. Pues ellas no son exclusivas de ninguna administración ni de ningún partido político, ya que como lo indica su nombre y se deduce de la gravedad de su empleo, pertenecen a la Nación toda”.
Para leer el artículo completo “¿Son serios? I” cliquear en: https://www.ciudadanodiario.com.ar/nota/2018-7-26-19-44-46--son-serios.

- Hoy le agregamos una tercera, y es que no caracteriza bien las realidades eternas de las relaciones internacionales. ¿Por qué? Veamos.

Como lo sabe cualquier estudiante avanzado de la carrera de Relaciones Internacionales, éstas se basan, principalmente y entre otras cosas, por el poder del que disponen los distintos actores. Por ello, nadie en su sano juicio o con una mínima experiencia se cree aquello de la igualdad jurídica de los Estados, pues los hay grandes, medianos y pequeños. 

Desde siempre, se sabe que está en los poderosos mandar y en los débiles obedecer. Así de simple. Tal como lo pronosticara Tucídides en el siglo VI a.C. De ello se deduce que nadie quiere o desea tener tratos con estos últimos.

Yendo a lo concreto, bien lo podemos ejemplificar con nuestra realidad regional, donde si bien –prima facie– se podría llegar a admitir que la Argentina no tiene conflictos, esto no es enteramente cierto como veremos.

Para empezar, hay que reconocer que tenemos un territorio insular propio –las Malvinas y demás dependencias– usurpado por una potencia extranjera extracontinental, la Gran Bretaña, que limita nuestra navegación así como la explotación de las aguas circundantes y nuestro acceso a la Antártida. 

Para seguir, podríamos admitir que no tenemos diferencias limítrofes con nuestros vecinos, pero sí que ellos las tienen entre sí. Cual es el caso de Chile con Bolivia y de Chile con Perú, en ocasión de la salida al mar por el segundo de ellos.

Esta compleja situación bien podría afectarnos. Por ejemplo, si el conflicto se intensificara, nos preguntaríamos cuál debería ser el rol de la Argentina. La fraternal mediación –suponemos–, nos dirían todos a coro.

Estamos de acuerdo, ahora la pregunta sería si alguno de esos países estaría mejor dispuesto a escuchar a una Argentina fuerte o a una débil.

Sabemos cuál es la lógica respuesta. Ahora bien, ¿qué significa ser fuertes? Podríamos enumerar una serie de condiciones, desde la solidez institucional hasta la disposición de un buen sistema de alianzas. Pero a nadie se le escaparía que disponer de un poder militar acorde con nuestros interlocutores regionales debería estar entre estas condiciones.

Seguimos con las preguntas: ¿qué es un poder militar acorde?

No nos vamos a poner a enumerar un listado de capacidades militares, pero creo que con las siguientes casi todos estaremos de acuerdo:

- Primero: un poder aéreo que nos permita controlar la totalidad de nuestro aeroespacio, tanto con medios de vigilancia (radares), como de interdicción (cazas) y de transporte estratégico (aviones de carga).

- Segundo: un poder naval, tanto de aguas azules como marrones, que nos habilite al control de nuestra zona económica exclusiva en el Atlántico Sur, así como uno que asegure el imperio de la ley a lo largo y ancho de nuestros extensos ríos interiores.

- Tercero: un poder terrestre que permita concurrir con una fuerza de combate ligera pero potente a cualquier rincón de nuestro extenso territorio que se vea amenazado. Ya sea por una “nueva” o por una “vieja” amenaza.

Por supuesto que reconocemos que a lo mencionado hay que adicionarle el nuevo espacio del mundo cibernético, tal como lo han enunciado la cartera de Defensa y otros supuestos expertos del área.

Pero decimos adicionar porque quien crea que la guerra moderna será librada solo por pulcros funcionarios de Defensa operando drones a la distancia, no tiene la menor idea de la realidades de los conflictos modernos.

Decir, como lo ha hecho el ministro Oscar Aguad, que “no hacen falta tanques y cañones” es de una ingenuidad digna de mejor causa. Para comprobarlo no hace falta tener un master en Defensa, ya que bastaría con sintonizar algún programa de televisión internacional y ver lo que sucedió, por ejemplo, en la segunda invasión de los EE.UU. a Irak en el 2003 o, si se prefiere, cualquier desfile militar de la región.

Pero, para terminar, creemos que la principal falta de seriedad de todo esto radica en la vana pretensión de querer cambiar algo tan serio en soledad y mediante un mero y módico decreto reglamentario.

Tal como lo prevé la Ley de Defensa y lo venimos sosteniendo, el Presidente de la Nación, en su carácter de Comandante en Jefe de las FF.AA. debe convocar al Consejo de Defensa Nacional (CODENA, por sus siglas) y en ese ámbito empezar a construir los consensos que permitan sentar las bases para una verdadera política de Estado para la defensa y la seguridad nacional.

Creemos, muy convencidos como estamos, que no hacerlo sería dejar sin saldar una vieja y crónica deuda de la democracia argentina con sus FF.AA. Una institución a la que hace 35 años venimos criticando, probablemente con justicia, pero con una cantinela que, si no hacemos algo concreto y conducente al respecto, muy pronto se convertirá en un reproche absurdo.

Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.