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San Martín y la defensa nacional

Acerca de los cambios que se intentan hacer en nuestras Fuerzas Armadas, si  no queremos copiar modelos extranjeros y comprar sistemas ‘llave en mano’  –como parece estar hoy de moda–, lo que debemos hacer es buscar en nuestra historia, especialmente cuando pudimos e hicimos cosas importantes

27 de agosto, 2018 - 07:19

Si hay dos temas que se han repetido esta semana, estos han sido los cambios introducidos en el área de Defensa por el presidente Mauricio Macri y distintos posteos que han circulado, fundamentalmente en las redes, sobre la figura del General Don José de San Martín

No cabe duda que ambos temas están profundamente vinculados, pues no se puede negar que el Padre de la Patria fue un gran político y estratega y que bien podría tener varias cosas para decir sobre nuestra actual situación vinculada con la Defensa.

Para empezar, hay que reconocer que nos encontramos, hoy, al final de un largo proceso de desgaste de nuestras FF.AA. Si bien se habla mucho de una intención política e institucional que pretende recuperarlas y transformarlas, no vemos muestras claras de un modelo nítido que pueda guiar este proceso.

Oímos desde que estamos en democracia a los sucesivos ministros de defensa y a los jefes militares manejar  términos como “sistema de defensa”, “nuevas amenazas”, “acción conjunta” y otros tantos, que a fuerza de repetirlos en vano, creemos que los han vaciado de contenido.

Creemos que tanto los políticos como los expertos en defensa y los militares de alto rango se encuentran dentro de un verdadero laberinto de ideas erróneas y del que no atinan a ver su salida.

Sabemos que para escapar de un laberinto hay una sola forma: salir por arriba o, en otras palabras, hablar de modelos.

Cuando se habla de la elección de un determinado modelo para un sistema de defensa, creyendo que solo intervienen parámetros racionales como el equipamiento y el presupuesto, no solo se cae en una actitud reduccionista, sino que creemos que se desconoce la esencia misma de una actividad tan particular como la Defensa.

Al respecto, no se puede dudar del valor de lo histórico y hasta de lo atávico de la forma en que las distintas culturas, los pueblos, las naciones eligen para defenderse. Es por esta razón principal y por otras que cuando una Nación elige un sistema de defensa lo hace en función de sus antecedentes históricos y de su genética geopolítica. Por ejemplo, nadie podría igualar la forma de hacer la guerra de los norteamericanos con la de los japoneses.

Igualmente, nosotros los argentinos, si no queremos copiar modelos extranjeros y comprar sistemas ‘llave en mano’, como parece estar hoy de moda, lo que debemos hacer es buscar en nuestra historia, especialmente cuando pudimos e hicimos cosas importantes. 

Los ejemplos de la historia

A la luz de estas ideas nos vienen inmediatamente a nuestra memoria la gesta de nuestra Independencia, en la cual se destacan, nítidamente, dos modelos: el del Martín Miguel de Güemes y el del General José San Martín. Las razones para esta elección son varias; en principio se trata de dos modelos exitosos y contemporáneos y por lo tanto fáciles de comparar.

Se puede afirmar que el modelo estratégico de Güemes podría definirse como uno de tipo defensivo basado en el desgaste del enemigo mediante el uso de tácticas de guerra de guerrillas.

Por su parte, el de San Martín podría clasificarse como uno basado en una estrategia ofensiva que buscaba el colapso de su adversario mediante una batalla decisiva, tras el uso de una maniobra de aproximación indirecta que evitara a la masa de sus fuerzas.

Consecuentemente, a la luz de sus respectivos modelos, ambos comandantes  forjaron de acuerdo a sus necesidades sus respectivos ejércitos o fuerzas militares. Por ejemplo, los Infernales de Güemes podrían ser definidos, en forma sencilla, como una formación irregular de caballería ligera.

Por el contrario, lo de San Martín no fue algo sencillo. Pues, no solo creó a los Granaderos a Caballo, sino que se preocupó de organizar y equipar una fuerza armada con todas las armas y servicios, tales como infantería a pie y montada, caballería, artillería de montaña e ingenieros.

Nada le faltó en su diseño de una fuerza integral. Desde un cuerpo de inteligencia basado en baqueanos para el nivel táctico y en una red espías para el nivel estratégico, hasta una logística de abastecimiento que le permitió franquear la cordillera de los Andes. 

Desde el punto de vista de la conducción superior de las operaciones, también supo ser creativo al concebir operaciones conjuntas, vale decir integradas a las navales y combinadas, o sea con fuerzas de otras nacionalidades. En una forma como solo los grandes conductores militares, de la época, como Napoleón, podían hacerlo. 

Pero su verdadera muestra de genialidad estuvo dada por la concepción de su plan general de maniobra estratégica. Es que pronto comprendió que por el camino del Norte, el del Alto Perú, nada se conseguiría y que, en su lugar, sería necesario forjar una verdadera fuerza conjunta que, transportada por mar atacara, luego, al centro del poder militar español en América, la ciudad de Lima, capital del Virreinato del Perú.

La pata política de la campaña

Todo lo sostenido hasta aquí sobre San Martín no asume menoscabar lo realizado por Güemes y sus Infernales. Aunque su guerra de desgaste solo puede ser considerada como funcional con el plan continental de San Martín, ya la misma y por sí sola nunca nos hubiera conducido a resultados militares decisivos y, mucho menos, a la Independencia. 

Por el contrario, el plan estratégico de San Martín estaba diseñado para lograr la Independencia tras derrotar al poder militar en América. En ese sentido, era un tiro dirigido a la cabeza de los realistas, mientras que lo de Güemes era como cientos de pequeños puñetazos que los debilitarían pero que nunca los matarían. 

Cuando hoy vemos que nuestra política de defensa se limita, en alguna medida, a reeditar la estrategia de Güemes –vale decir, la de lanzar puñetazos mandando tropas a la frontera Norte– no podemos dejar de interrogarnos sobre la necesidad de disponer de un verdadero apoyo político, tal como sí lo tuvo San Martín. Nos referimos, concretamente, a Juan Martín de Pueyrredón.

Pueyrredón, en su carácter de Director Supremo, fue el responsable del encuadramiento político de las campañas libertadoras. En este sentido, supo ser la voluntad política que los proveyó de los recursos humanos y materiales necesarios para la campaña libertadora, al menos mientras estuvo en su cargo.

Por todo lo expresado, consideramos que adoptar las formas de Güemes como nuestro modelo de Defensa sería hoy no solo un desatino, sino también condenar a nuestro sistema defensivo a una reducción. 

Esperamos que quienes tienen poder de decisión, tanto política como militar, estén a la altura de las exigencias históricas, ya que la guerra, además de ser un “monstruo grande que pisa fuerte”, suele presentarse en la vida de los pueblos sin invitación previa.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.