07 de julio, 2018 - 21:02

Cemento no es (o no era) sólo una mítica discoteca del under porteño donde se iniciaron artistas como el Indio Solari, Iorio, Gustavo Cordera, entre otros y propiedad del fallecido Omar Chabán, sino que esta palabra también designa a un aglomerante formado a partir de una mezcla de caliza y arcilla calcinada, posteriormente molida que tiene la propiedad de endurecerse al tomar contacto con el agua, algo así como cuando nosotros abrimos la ducha a primera hora de la mañana y no sale agua caliente.

Para que el cemento se endurezca hace falta también algo de yeso pulverizado en su composición, y con algunos otros agregados podremos obtener el denominado hormigón, pero basta con que en nuestras relaciones amorosas alguno de la pareja añada algo de yeso al vínculo para que el corazón del susodicho quede como concreto endurecido.

El cemento y los orígenes formales del fútbol (1863) como lo conocemos al día de hoy, tienen una relación más estrecha de lo uno podría pensar. Ambos fueron inventados por ingleses en el siglo XIX.

En 1824 se elaboró por primera vez el término cemento portland, pero su producción masiva no fue sino hasta el año 1845, y su mentor fue Joseph Aspdin. O sea, que algún gracioso de mediados del siglo antepasado en Reino Unido podría haber arrojado en un córner un balón del citado material para que otro salga a cabecear y ¡pum!

El cemento es “invisible” en nuestro paisaje diario porque lo asumimos como algo normal, algo que está “ahí” desde siempre, pero es el responsable directo de que urbanización y la civilización  se hayan trenzado llevándonos a un modernismo sin precedentes en menos de “lo que canta un gallo”. ¿Qué habría sido de la fábula de Los tres cerditos si no se hubiesen refugiado en la casa de material que tenía uno de ellos, ante la encarnizada persecución del lobo?

La palabra cemento en este albor del siglo XXI, es un término que suena como enagua o bochinche, es decir vetusto, pero no por eso clásico. Es que los materiales de hoy día para denostar el futuro del urbanismo habitacional son otros: nuestro techo podría tener tejas sintéticas o fotovoltaicas, quizás nuestra pared podría estar hecha de ladrillos de vidrio o plástico y que todo esté revestido y coloreado con pintura solar que capte los rayos de Febo para así, de paso, hacer funcionar nuestros aparatitos electrónicos.

La arquitectura del mañana necesita de sostenibilidad, eficiencia energética y respeto por el medio ambiente. Ojalá que esos puntales puedan ser incorporados pronto de manera masiva a la construcción y no queden recluidos a freakys millonarios con perfume ambientalista o compongan la fachada edilicia de organizaciones que en el “patio de atrás” emiten humo radiactivo o matan focas bebés.

Es tiempo de que países del denominado “Primer Mundo”, grandes fabricantes de cemento, como China, Japón, Estados Unidos y Alemania, entre otros, metan en el trompito hormigonero nuevas políticas que obliguen a que las construcciones se realicen con materiales biodegradables, aquí, allá y en todos  lados, sino lo que vamos a terminar construyendo será una oscura y profunda tumba para nuestro planeta.

La fascinación hacia los grandes edificios de una ciudad nos puede terminar obnubilando cual Medusa (mito griego) a sus víctimas, pero no convirtiéndonos en piedra sino en una pieza más de concreto crudo y estático de la urbe.

Hay que avivarse a tiempo y entender que el progreso debe ir de la mano de estructuras ecológicas accesibles para las grandes masas y cada vez menos invasivas para todos los seres vivos.

 

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