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Chipre, ¿una parábola para la grieta argentina?

17 de julio, 2018 - 12:39

Para los Clásicos los viajes eran una fuente importante de conocimiento. Hayan sido estos reales o imaginarios. De hecho, Las cartas persas es una novela epistolar satírica compuesta por el barón de Montesquieu para comparar la corte francesa de su época con las lejanas de Arabia, a los efectos de extraer experiencias.

Igualmente, podríamos escribir nosotros unas más modestas, basadas en nuestro reciente viaje a la Isla de Chipre, luego de que tuviéramos la oportunidad de vivir allí durante un año, hace más de una década.

Para empezar, vaya una pequeña reseña del denominado problema chipriota.

Chipre es una isla del Mediterráneo oriental que pese a que se le atribuye el lugar de nacimiento de Afrodita, la diosa griega del amor, ha sufrido divisiones e invasiones a lo largo de su extensa historia.

La última de ellas fue ejecutada por Turquía en 1974 para poner término a los abusos contra sus connacionales a manos de la mayoría griega de la isla.

Luego de una eficiente operación militar, Turquía logró apoderarse y mantener el 30% del escueto territorio chipriota solo separado, hoy, por una zona de amortiguación, conocida como la “línea verde” que es controlada por los cascos azules de las Naciones Unidas.

La división se mantiene hasta el día de hoy. Allí no está en lo interesante, sino en cómo cada uno de los lados ha aprendido a lidiar con ella.

El lado sur, por ejemplo, que es el greco-chipriota, eligió el camino de su integración económica, política y cultural con la UE. Al principio, el proceso pareció marchar sobre ruedas, pero hoy están a la vista los problemas derivados de esta decisión.

El más notorio, pero no el más importante, se manifiesta en la recesión económica que se observa. La otrora próspera economía se ve afectada por la crisis del euro, en general, y de Grecia en particular.

También, la industria sin chimeneas del turismo le ha traído a la isla sus problemas. Especialmente, si tenemos en cuenta que su escueta población de sólo un millón de chipriotas se ve triplicada en turistas durante la temporada alta. Así, los espacios tranquilos y tradicionales de la isla se ven, prácticamente, invadidos por enjambres de adolescentes europeos plenos de pasiones contenidas y que no pueden expresar como les gustaría en sus países de origen.

Por su parte, el lado norte, turco-chipriota, ha elegido una dirección casi diametralmente opuesta. Luego de muchos años de aspirar, en vano, a formar parte de la UE, se decidió a seguir su propio camino, el que le marcaba su rica tradición histórica. En consonancia con los nuevos vientos que soplan en Estambul, el viejo Imperio Otomano se ha puesto de moda. Muchos recuerdan sus años finales como el denostado “enfermo de Europa”, pero hoy los ojos se fijan en la época de Suleiman "El Magnifico", mejor conocido por la serie de TV como “El sultán”.

Sin despreciar los avances tecnológicos de la Modernidad, lo que se extiende es un islam moderado y tolerante. Pero, también, uno que reivindica los valores tradicionales de la familia, del trabajo y de la patria. El resultado es una sociedad ordenada y próspera que ha sabido achicar las distancias económicas que antaño la separaban del próspero sur.

Dejemos la isla de Chipre y volvamos a la Argentina.

Aquí, si bien no hemos sufrido como los chipriotas varias invasiones, parecemos haberlas soportado de alguna forma. Esto, si es que nos atenemos al estado de la sociedad argentina, dividida y partida por varias grietas, tales como la existente entre ricos y pobres o progresistas y conservadores, solo por citar a las más conocidas.

Al igual que a los chipriotas se nos abre una alternativa de hierro. Tratar, por un lado, de suprimir esas diferencias subsumiéndolas en un mundo global que las supere, o, por el contrario, asumir nuestras raíces nacionales como la base de todo.

Globalismo a ultranza o nacionalismo telúrico parecerían ser los términos de esta opción. Pero, como sucede casi siempre, es en el punto medio prudencial entre dos extremos que se encuentra el camino a seguir.
O en lenguaje concreto, no se pueden negar, a estas alturas, las claras ventajas que ha traído y seguirá trayendo la primera para el perfeccionamiento tecnológico.

Pero, no es menos cierto que los pueblos que olvidan sus orígenes terminan perdiendo su identidad y sus ventajas competitivas.