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Nuestro marqués de Pombal

Sebastião José de Carvalho e Mello fue el primer ministro del rey José  I, como Marcos Peña es hoy del presidente Macri. Pombal, impresionado por el éxito económico de Gran Bretaña en su comercio internacional, intentó implementar medidas que actuaran del mismo modo en la economía portuguesa,  tal como nuestro jefe de Gabinete admira la globalización económica.

14 de mayo, 2018 - 17:16

Sabemos que hay varias formas de conjugar el sabio consejo ciceroniano de Historia Magistra vitae y reconocer en ella a la maestra de la vida. Se pueden comparar épocas, situaciones y, también, personajes. Y si uno da con el adecuado, se puede lograr el insight de toda una situación problemática.

Por ejemplo, no es casual que a Hitler se lo comparara con Napoleón y hasta con Carlomagno. No en sus características personales, que fueron muy distintas, pero sí en el deseo geopolítico de los tres de conformar una Europa unida bajo su comando.

En ese sentido, nos preguntamos si habrá algún personaje que nos permita explicar la compleja situación argentina actual.

Por ejemplo, si eligiéramos a Sebastião José de Carvalho e Mello, más conocido como marqués de Pombal, para compararlo con Marcos Peña, nuestro superministro coordinador, podríamos no solo entenderlo a él, sino a toda la Argentina.

El marqués fue el primer ministro del rey José I (1750-1777), como Peña lo es, hoy, del presidente Mauricio Macri. Pombal, impresionado por el éxito económico de Gran Bretaña en su comercio internacional, intentó implementar medidas que actuaran del mismo modo en la economía portuguesa, tal como Peña admira la globalización económica.

Sebastião de Melo gobernó desde el inicio con mano de hierro, imponiendo las leyes emanadas de la Corona a todas las clases sociales, desde los más pobres hasta la alta nobleza. Tal como Peña quiera hacerlo en la Argentina. 

En su gestión, Pombal incorporó las nuevas ideas divulgadas en Europa por la Ilustración, pero al mismo tiempo conservó aspectos del absolutismo y de la política mercantilista.

Por su parte, Peña que no es un marqués pero actúa como uno que puede defenestrar a cualquiera que se le acerque demasiado a su rey, el Presidente. Una cuestión de la que puedan dar fe Carlos Melconian, Alfonso Prat-Gay y, ahora, Emilio Monzó, solo por nombrar a los más conocidos, entre ellos.

Otra importante coincidencia es que ambos fueron adherentes de las modas culturales de su tiempo: Pombal de la Ilustración, Peña de lo Políticamente Correcto.

Otra, no menor, es que ambos no se llevaron bien con la Compañía de Jesús. El premier del Reino de Portugal expulsó a los jesuitas en 1759, tras acusarlos de instigar un atentado contra la vida del rey. Marquitos, no ha llegado ni llegará nunca a tanto, pero son bien conocidas sus diferencias con el Papa –un jesuita– en temas tan importantes como el del aborto o el de la pobreza. 

Pero la principal coincidencia no es ninguna de las mencionadas, sino el hecho de que ambos sirvieron a otra persona que debió ejercer el poder pero que eligió delegarlo en ellos. 
José I era el rey de Portugal y apenas elegido –casi de inmediato– dejó el poder en manos del marqués de Pombal. Marcos Peña cumple análogas funciones para nuestro presidente, Mauricio Macri.

Ambos decidieron no mandar por sí mismos sus respectivos colectivos: José I, Portugal y Mauricio Macri, nuestra Argentina.

Respecto del segundo de ellos, nos dice el periodista Claudio M. Chiaruttini que ha cometido dos pecados capitales. El primero fue “enamorarse” de un grupo de colaboradores muy cercanos, lo que generó el segundo de los “pecados mortales”: se dejó “entornar” por este conjunto de funcionarios que, en realidad, deben ser “fusibles” de la gestión, dado que no hay “imprescindibles”, ni “intocables”, ni “irremplazables” en el Gobierno, salvo el mismísimo Presidente de la Nación.

Estilos de gobierno basados en la delegación, como se los llama. El de José I de Portugal en la Ilustración que mandaba seguir los cánones del despotismo ilustrado, y el de Macri en las técnicas del managment político promovidas por su asesor Durán Barba. 

El problema es que la Argentina tiene en sus genes políticos el de ser una República presidencialista. Una en la que se respeta y se valora a la figura presidencial. Ergo, contradecir esta tendencia histórica hereditaria es exponerse a perder el control de las decisiones. Y lo que es mucho más importante, erosionar el respeto de quienes deben acatarlas.

Como podrá deducir el lector que no conozca la historia, la el marqués de Pombal fue una que terminó mal. De un día para otro se vio alejado del poder y con el acceso prohibido a todos los miembros de la realeza portuguesa. 
Llegado a este punto de la comparación histórica, esperamos que nuestros señor Presidente adopte las medidas que espera un país ansioso de saberse bien conducido. No hacerlo, no sería no sólo no reconocer aspectos básicos de nuestra historia y de nuestra personalidad política. Sería una torpeza política mayúscula.

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.