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Los viejos Vizcacha

26 de marzo, 2018 - 07:15

Nuevamente, con la tapa de los diarios en la mano, los argentinos asistimos a la desazón; a la frustrante convicción de que este país es imposible e inviable. Pero como consuelo se puede decir que, por lo menos, por estos días nos acercamos al meollo.

Sin justicia no hay República, no hay sociedad posible. Es el pilar insustituible, todo lo demás es verso. “Sin justicia no hay democracia” rezaban los carteles que, orgullosos, enarbolaban algunos asquerosos pisoteadores de la justicia por estos días, ante los aplausos de acólitos garantes de impunidad.

“Hacete amigo del juez”, aconsejó el Viejo Vizcacha en el Martín Fierro. No pareció suficiente. Entonces, cuando vemos impávidos la consagración de la impunidad que a algunos nos revuelve las tripas, entendemos que no solo se hicieron amigos. Son sus padrinos, sus socios, sus cómplices, sus familiares, los que hilaron las cadenas de favores que sentaron a sus señorías en sus casi vitalicios y privilegiados tronos.

Burdo ejemplo: la hija de Alicia Kirchner fue puesta en la Justicia, en un lugar clave: entendió en la causa donde su tío Néstor estuvo involucrado por comprar a precio vil tierras en El Calafate que luego revendió a capitales foráneos (nadie le dijo apátrida, nadie le dijo cipayo por eso) obteniendo una rentabilidad inaudita. “Éxtasshis”, debe haber dicho cuando embolsó los millones y los llevó a su caja fuerte.

Burdo ejemplo II: Ayer nos enteramos de que la mayoría de los que trabajan en la “Ojota”, la oficina de inteligencia clave donde se obtienen las escuchas legales para los procesos judiciales, son familiares de los mismos jueces federales que están metódicamente elaborando la impunidad de los funcionarios procesados. Para quien quiera detalles, la excelente obra de Tato Young El libro negro de la Justicia se los proporciona sobradamente, si es capaz de bancarse la bronca que despierta su lectura.

Repasemos: actualmente los jueces son elegidos por el Consejo de la Magistratura. Fue una vieja pelea de Raúl Alfonsín. En su visión, contar con un cuerpo colegiado, integrado por referentes del mundo judicial de reconocida trayectoria, desde lo político hasta lo académico, era el modo de lograr una Justicia independiente e imparcial. Esta idea, que negoció con la oposición para consagrarla en la reforma constitucional del 94, luego fue a parar al barro de la política, y ya en tiempos de Menem se encargaron de desvirtuarla al punto suficiente de que su manejo quedara en manos del poder. Así, llegamos al hecho de que los magistrados hoy son puestos por el poder político aunque, en algunos casos, necesiten la ayuda de un vaso para dibujar una “O”.

Ese sistema está a punto de estallar. Hijo de su propia estulticia, el fuero federal que entiende en las causas de corrupción, con algún favor de la Corte, está dando pasos para frenar y diluir los procesos, con artimañas que son muy conocidas en su pequeño mundo.

Su fruto social viene siendo más el desánimo que la indignación. Y no hay nada más peligroso para la sociedad que el desánimo y la indolencia. Será una batalla perdida para siempre. Si la Argentina, su pueblo, no toma cartas en el asunto para exigir un sistema acorde con la democracia estaremos perdidos. Alguna vez fue un “nunca más” para el terrorismo de Estado. Será la hora del “nunca más” para la impunidad. La pregunta es si somos capaces.